Autor: Joaquín Sabina. La nostalgia se interpreta muchas veces como un sentimiento poco benéfico y escasamente provechoso y es más, un criterio bastante extendido habla de ella como algo claramente negativo y a eludir.
Incluso durante los siglos XVII y XVIII, la nostalgia se consideraba una enfermedad clínica y ya en el XX, se catalogó como un trastorno psiquiátrico, con síntomas como el insomnio, la ansiedad y la depresión.
Pero, ¿Es tan mala la nostalgia? Como ocurre con casi todo, depende del uso y del abuso que hagamos de ella. A mi, sinceramente, no me parece pernicioso ni mortífero, el hecho de recordar parte de un ayer que ya se me fue. Me apetece de cuando en cuando recordar personas, sentimientos, lugares o momentos que han sido importantes en mi vida y que me han llevado a convertirme en la persona que soy hoy. Mejor o peor, pero yo mismo.
Por otra parte, sentir nostalgia de algo implica que estamos echando de menos instantes de nuestra vida en los que lo pasamos bien o a la gente con quienes compartimos aquellos momentos. ¿Qué ya nunca volverán?, si, pero los vivimos y acordarnos de ellos es una facultad maravillosa que nos regala la vida. Imagina la alternativa: no recordarlos o haberlos olvidarlo por completo, extraviándolos de nuestra memoria para siempre.
Como modo de actuación general, podría decir que de todo lo bueno que nos ha pasado en la vida hay que alegrarse siempre y sonreír porque pasó y jamás llorar porque un día terminó.
Recientemente los psicólogos han comenzado a concentrarse en los aspectos positivos y potencialmente terapéuticos de la nostalgia. Nuevos estudios han demostrado que la nostalgia se presenta en personas de todas las culturas y de todos los grupos de edades y se ha descubierto también algo que ya sabíamos bien: la soledad puede disparar la nostalgia. Nada como sentirse solo para desatar con intensidad el recuerdo feliz de los días pasados.
Pero aún en soledad, siempre será mejor sentir nostalgia por aquello que nos ocurrió, que por aquello que quisimos nos ocurriera y sin embargo no pasó.
Reflexión final: Demos su rato a la nostalgia, pero un rato nada más. Es un dulce demasiado apetecible y empalagoso como para consumirlo a diario y además, nuestra tarea principal es encargarnos de que el día de hoy sea uno por los que sintamos nostalgia mañana. ¿No es así?
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