“Todas las partes de mi cuerpo han
estallado bajo la fuerza del día”
Marguerite Duras
Tenía una imagen clara de cómo quería ser cuando tuviera 25 años. Me veía como una mujer de éxito, moldeada con ambición, forjada con la seguridad de los que nunca pierden. Cabeza bien alta, tacones aún más altos y un mundo a medio morder. Pues bien. Hoy es 25. Cumplo 25 años. Vuelven las velas, la tarta, el frío de madrugada, el otoño que se arremolina en vientos de verano. Los cielos más bonitos son los que se inspiran en el color de mis ojos. Gris y celeste, dejan respirar las dudas de un nuevo cumpleaños lleno de viejas incertidumbres. Hace 365 amaneceres estaba en un hotel, compartiendo dudas con un error envuelto en desconocido, sorpresa por etiquetado y caducado antes de usarlo. Qué iba a saber yo que no aprobaría el examen. Tampoco me esforcé en ser diferente. Hoy recuerdo el futuro de hace un año, en el casi tocamos el cielo con la punta de los dedos. Tú no te acuerdas, pero mis palabras sí.
Hoy estoy volando con mi mente para no pensar en todas las cosas que podría haber sido. No me prometas en tiempo. Dame tu tiempo, y prométeme momentos. Me levanto, como cada día, para cumplir con el papel que el mundo espera de mí. Pero de tanto representar la misma obra, me siento usada, aún sin estrenar. No hay aplausos, ni rosas que pasen por donde piso tras cada actuación. Dónde está el reconocimiento por ser lo que tú quieres ver en mí. Dónde está el premio por renunciar a los sueños. Cojo un coche que no es mío para ir a un trabajo sin garantías. Me quejo de no encontrar compromiso en cada boca por la que paro a repostar. Cuando a duras penas puedo considerarme mía. La seguridad de controlar nuestro presente tan solo es un oasis inventado por un destino caprichoso. Pero si no nos estrellamos, no vivimos.
Aún es pronto para hablar de pasado, y es demasiado tarde para planear futuros. Vivir al día es el producto que más se vende. Y todo cuanto programo tiene más porvenir que el mío propio. He envejecido por dentro, excavando con los años hasta dar con un pesimismo cítrico que antes no existía. Como la mala hierba, arraiga sobre la esperanza de momentos puntuales y discursos motivadores al más puro estilo americano. Una taza de té es suficiente para hundir en ella todas las injusticias de lo cotidiano la comodidad reincidente. Pero yo no me libro, y también peco de ignorancia voluntaria. No miro a otro lado por miedo a perderme el horizonte, pero sí cambio de perspectiva para que no me deslumbren las mentiras. Hagamos un trato: hoy me pongo una sonrisa, tú te la crees y aquí no ha pasado nada.
El caso es que el caos desordena las letras de mi habitación. Ésas que aparecen cuando no miro para admirar la poca cobardía que me queda cuando ya no queda luz. La oscuridad es mi amiga, me digo mientras el sol me deslumbra. Me estás acostumbrando a encenderme de buenas a primeras sin preguntarme si estoy preparada para soltar el paraguas. No ves que aún lo llevo en la mano. Que los miedos que surcan mis lunares no son premeditados. Las arrugas que desgarran mi ingenuidad tienen por accidente tu nombre, hombre simple con caos en su poder, sin caso que hacer. Qué tal si te dejas de tonterías, sustituyes arañazos por otras movidas y juegas conmigo a que este mundo sigue girando sin importarle dónde estaremos mañana. Las verdades son mentiras consentidas. Las mentiras son realidades paralelas. Dónde te encuentras, ¿te encuentras? Y no sé por qué hay una aspiradora funcionando dentro de mi cabeza, a estas horas.
Me encantaría decir que ya se ha acabado la fiesta. Como si tuviera. Como si quisiera tener una. Ayer fue el fin de mis principios, que aunque ya lleven un año caducados, aún duele saberse tan ignorante en cicatrices. Fingir por una vez que soy una persona normal, elegir día al azar. Dejarme llevar con los ojos cerrados a través del túnel sin salidas de emergencia. Acostumbrada a las ventanas, me falta el aire cuando no tengo mapas. Dame solo un día para inventarme las vías, improvisando lo ordinario para que nadie se dé cuenta de que, en realidad, soy la mancha que hace del cuadro algo extraordinario. Qué diferentes son los años conforme vas cumpliendo menos. Menos fiestas. Menos copas. Menos ganas de disfrazarte.
Me pongo cómoda, porque si tengo suerte, habré alcanzado el tercio de mi vida. Quien vive para contarlo, no cuenta. Y si además soy afortunada, contaré para vivirla.
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