Revista Coaching

268.- “¡Ay señor! ser honesto, tal como va el mundo, es ser un hombre escogido entre diez mil.”

Por Ignacionovo
Autor: William Shakespeare. ¿Merece la pena ser honesto? Quiero decir: ¿Es razonable comportarse de una manera íntegra, cuando a veces (sólo a veces, que no conviene dramatizar) en otra parte esa moral no existe? No sé si alguna vez te has planteado algo parecido.
Sin embargo, a más de uno le resultará inevitable cuando constata conductas especialmente alevosas o directamente perversas en personas, que si bien no llegan a un nivel profundo de inquina o de maldad (no se les puede tildar de criminales obviamente) sí se comportan de forma especialmente ruin, no respetando unas mínimas reglas del juego limpio, pisoteando derechos ajenos, comportándose de manera egoísta, insensible y buscando solamente el beneficio y el incremento de sus propios intereses y sin atender en absoluto el interés de los demás.
A la pregunta que planteaba al principio creo que no nos equivocaremos si respondemos siempre si. Y manteniendo el criterio incluso cuando quizás veamos progresar a gente que se comporta de una manera menos ética y comprobar como sus ‘cualidades’ o indigno comportamiento, les hacen ganar de forma aparente ventaja o situarse mejor en la vida.
Afortunadamente, hay también infinidad de personas cuyo proceder es no solo intachable sino inspirador y ejemplificante. Tan solo debemos de cuidar mucho el modelo que puede representar para nosotros la persona ideal y fijarse en estas personas y no en las otras.
Definía Mark Twain la honestidad, irónicamente, como la mejor de todas las artes perdidas. Y es que en toda época y lugar ser honesto no ha resultado fácil para nadie. Es tal vez por ello que la honestidad sólo queda reservada a los mejores.
Reflexión final: Y si aparecen dudas sobre cómo hacer, qué hacer o dudas sobre los demás y su honestidad; el listón de medir que apliquemos al resto, ha de ser idéntico al que se tiene para uno mismo. Es decir: no exigir a los demás un comportamiento que para nosotros sea imposible alcanzar. Ante todo honestos, ¿No?

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Por  Juan Carela Hernandez
publicado el 14 febrero a las 03:07

Si amamos a Dios sobre todas las cosas que nos motiva a hacerlo Por Juan Carela: ¿Cuál es tu motivación? Alguna vez te preguntaste ¿cuál es la motivación que te impulsa a servir a Dios y mantenerte trabajando en su obra? Quizás esta historia te ayude a identificarla. Un anciano, vivía solo porque había perdido a su esposa. Trabajó duramente como sastre toda su vida y ahora, pro causa de su edad, ya no podía trabajar. Tenía tres hijos varones, pero ellos han formado sus propios hogares y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por mes.
El anciano estaba cada vez más débil y los hijos lo visitaban cada vez menos. -Ya no quieren estar conmigo ahora, soy una carga, se decía así mismo, entonces se le ocurrió una idea. A la mañana siguiente fue a la carpintería de su amigo, en busca de un cofre de madera, lo llenó de pedazos de vidrio, lo cerró con llave y lo puso bajo la mesa. Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies. -¿Qué hay en ese cofre? -preguntaron mirando bajo la mesa -Oh, nada -respondió el anciano-, sólo algunas cosillas que he ahorrado, sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo.-Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años susurraron ellos. Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron turnarse para vivir con el anciano, y así podrían cuidar el cofre. El hijo menor se mudó a la casa del padre y le cuidó. A la semana siguiente lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente el mayor. Así siguieron por un tiempo.
Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues sabían que una fortuna les aguardaba bajo la mesa de la cocina. Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron en cofre. Por cierto, lo encontraron lleno de vidrios rotos.
-¡Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad hacia sus hijos! -¿Pero qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-. Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días. Avergonzados, no les quedó otra que reconocer su mal proceder. ¿Cual es la motivación que nos lleva a amar a Dios, servirlo y obedecerlo? ¿Responde a lo que queremos obtener de Dios y recibir de Él en este mundo? No te equivoques, ni trabajes para Dios por una motivación incorrecta, que en realidad todo lo que hagas por Él, nazca por un agradecimiento inmenso por lo que hizo para salvarnos, por el amor incondicional que siempre nos demuestra dándonos vida, fortaleza para seguir adelante y por el anhelo de pasar una vida eterna junto a Él.

“Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.”1 de Samuel 16:7

Que tu obediencia, tu servicio sean el fruto de la admiración y la pasión que tienes por tu Padre y no por algo pasajero, sino por algo eterno.

Piénsalo… ¡y aplícalo! Saludos, Juan carela. Si te agradó este artículo o tuvieras alguna duda, déjame tu comentario. Será un gusto placer saber de ti. Para comunicarte conmigo también puedes escribirme a… [email protected] [email protected]

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