El Segador
La segunda semana pasó muy rápidamente. Todavía tenía mucho por aprender, pero ya me las apañaba más o menos bien. Cuando la casa se enfriaba, conseguía hacer un fuego que durara unas cuantas horas para calentarla, había cogido el truco a lo de ducharse con cubos de agua y, también, había mejorado en la cocina. Todo iba viento en pompa otra vez.
Para matar horas de soledad, me subía al tejado y me ponía a leer o escuchar música bajo la mirada de esa gran luna y esa gran cantidad de estrellas. Empezaba a saborear los placeres de una vida sencilla.
Además, no estaba tan sólo como en la semana anterior. Seguia comiendo con Ismael y Cheo mientras hablábamos de cosas y, muchas tardes, venían Ana y Nadia a trabajar. Me impresionó mucho el ritmo de vida que llevaba Ana, compaginaba perfectamente el trabajo de profesora de universidad con el de Arriba la Luna (que no es fácil) y, por si esto no fuera poco, estaba metida en miles de cosas relacionadas con la lucha social. La admiraba mucho. Espero tener la misma fuerza a su edad.
Llegó el viernes, y me fuí a pasar el fin de semana con ellas y el pequeño Aluhé. El sábado había una reunión de la asamblea de vecinos de la provincia del Chubut para debatir el tema de No A La Mina, y Ana me había invitado a asistir a ella.
Durante el trayecto en coche que hay desde Arriba la Luna hasta Esquel, estuve jugando con Aluhé para que no se durmiera, le hacía cosquillas, le estiraba de las orejas o le hacía rabiar. Creo que me lo pasaba mejor que él. Llevaba tanto tiempo sin bromear con gente que el niño tuvo que aguantar todas mis tonterías.
Nada más llegar a la casa, lo primero que hice fue ducharme. Qué bueno fue estar en una ducha normal otra vez! No se empiezan a valorar las cosas hasta que se pierden totalmente y, buah, vaya experiencia fue el poderme pegar una duchar. Nunca más volví a ver igual un lavabo.
Pero no fue lo único que volvió a mi vida ese fin de semana. Esa noche volví a cantar con ellas la canción para dar gracias a la madre tierra para luego cenar. Volví a sentir el calor de un hogar y de la gente y, jugando con Aluhé, me di cuenta de que si que quería ser padre algún día.
A mí edad era normal plantearse dudas sobre lo de tener hijos o no, muchas veces me parecía que te podían atar más de la cuenta, pero llegué a la conclusión de que sí, de que algún dia me gustaria tener alguno y poder pervivir eternamente traspasándole mis memes y mis ideales, pasar mi legado a una nueva generación.
Cuando tenemos un hijo no solamente pasamos nuestro código genético y hacemos que la especie perdure más, también traspasamos todo nuestro "yo" cuando lo educamos. Nuestras experiencias vividas, nuestras ideas sobre la libertad y el amor, los errores que hay que cometer y los que no. El mundo decide acogerte por una generación más el día que le planteas a tu pareja la ilusión de tener un bebé.
Y no sólo esto, educando correctamente a un hijo podemos plantar la semilla del cambio, el primer paso hacia un horizonte mejor. Y, siendo sincero, el mundo no se puede perder un padrazo como el que puedo ser yo (Venga va, ya paro de lanzarme flores).
El día amaneció un poco nublo y la jornada arrancó temprano, desayuné con Nadia y Aluhé y fuimos a la asamblea. Nadia me dejó enfrente del colegio donde se celebraba, busqué el aula y me metí, Ana me estaba esperando y me ofreció un asiento para sentarme. Estaba lleno de gente, no era como las asambleas que yo había presenciado hasta entonces en mi país, sino que habia verdaderamente muchos vecinos y estaban implicados.
Todos explicaban la situación de su ciudad con respecto a la mina y, entretodos, elaboraban una estrategía para frenar el avance de la megaminería. Sabian lo que querían y estaban dispuestos a luchar por ello. Tenían muy claras las ideas del bien y del mal.
A la hora de comer, me acogieron como a uno más. No paraban de preguntarme si ya había comido de las empanadas que disponían, que no me querían ver sin ninguna en la boca y etc. Qué gran gente, ofrecían todo lo que podían a un desconocido que ni siquiera era de la asamblea.
Se me acercaron tres o cuatro mujeres y me preguntaron acerca de la vida y sobre el sentido de mi viaje, me lanzaron una cantidad bestial de preguntas y empecé a responder las que tenía todavía frescas en la mente, cuando les conté que era licenciado en filosofía, se rieron y me respondieron:
-Entonces ya no hace falta que nos cuentes el sentido de tu viaje, ya lo entendemos jeje-.
Me reí y seguimos hablando un rato. Después del almuerzo, en el momento en que la asamblea estaba a punto de volverse a reunir, la televisión se acercó a mí para hacerme una entrevista. Cosa que me extrañó, pues yo era un extranjero que poco tenía que ver con el tema que se estaba discutiendo allí.
Lo curioso de todo esto es que, no me preguntaron acerca de la megamineria (como mucho una pregunta), estaban interesados en otra cosa. Al parecer alguien les había contado que estaba viajando y toda la entrevista se centró en mi viaje y mis razones ocultas en todo ello. Estuve hablando casi 10 minutos con ellos mientras que, la gente que estaba al lado, no paraba de decir "Qué grande el gallego".
Pero no todo fue paz y harmonía en el día de "No a la Mina". A mitad de la tarde, un loco irrumpió en el colegio y amenazó con acuchillarnos a todos. Era un pro-mina y tuvimos que pararlo para que no entrara en la asamblea, tenía antecedentes psiquiátricos y parecía dispuesto a todo. Menudos gritos y voces daba el tipo. Menos mal que la policia apareció pronto y se lo llevó.
La asamblea acabó con muchas resoluciones y una fuerte táctica de combate. Ana y yo nos quedamos a cenar allí y luego volvimos a su casa, donde estuve el resto de la noche jugando con el pequeño de la familia. Me quedé dormido mientras reflexionaba sobre lo que habia visto ese día, sobre el poder de las convicciones.
Parece que cada vez son menos las personas que tienen convicciones y que luchan por ellas. Mucha gente asocia el tener ideas y valores como algo de derechas, pero, todo lo contrario, todos deberíamos de luchar por aquello que creemos que está bien o está mal, por la libertad, por el amor, por la amistad... Desgraciadamente, el deseo de poder saciar nuestros estimulos inmediatamente nos ha hecho olvidar que no existe ninguna razón para no intentar ayudar a alguien.
Estamos en un mundo en el que todo vale, ser bueno o ser malo, hacer una cosa correcta o hacer una cosa mala. A todo le podemos dar una razón para justificar nuestros actos, pero la verdad es que, existen cosas que están bien y están mal. Con el mero me da igual o Carpe Diem no arreglamos nada, la sociedad necesita más gente que luche por la libertad y por la reducción del sufrimiento. Necesitamos tener más convicciones y más valores.
La última semana en Arriba la Luna fue muy tranquilita. El trabajo que me había dejado Ana era poco y lo acabé en dos días. Asi que el resto lo dediqué a ayudar a Ismael a Cheo haciendo el tejado de uno de los comedores. Me subía a clavar clavos, a poner plástico o a hacer cualquier cosa que necesitaban. Me lo pasaba genial aprendiendo el oficio de "constructor".
Un día de esos, fui con Gabriel (otro de los trabajadores) a un aserradero a buscar madera. Fue otra de las experiencias que llevaré siempre en mochila. Nunca había visto un bosque un tan verde como ese, repleto de grandes árboles que parecían estar dominados por una ansía de crecer y crecer para así poder tocar el cielo.
Mirase a donde mirase, solamente veia la naturaleza salvaje, mis ojos daban las gracias por ser los afortunados de encargarse de ver y, mis pulmones, las daban por poder respirar un aire tan puro. Mis ganas de llegar a Alaska aumentaban cada minuto que pasaba en aquel bosque, no paraba de imaginar que si aquello ya era impresionante, Alaska me iba a matar con la pureza de sus paisajes.
Fuimos hasta ese paraíso de la Madre Tierra en coche (bueno, camioneta) y, por el camino, siempre que nos cruzábamos con alguien, Gabriel bajaba la ventanilla y gritaba:
- Mirad, voy con un gallego, JÁ!
Me sentí un poco como en la película "Bienvenido Mr. Marshall".
En el ecuador de la semana, Nadia vino e hicimos barro para construir. Normalmente se hace con una máquina de esas para hacer yeso, pero no funcionaba bien y tuvimos que hacerlo con los pies. Vaya experiencia. Nos quitamos las zapatillas y empezamos una especie de baile en círculo para poder chafar la mezcla que serviría para reforzar la casa.
Ismael nos miraba y se reía de nosotros:
-Traigo la música, chicos?- Dijo entre risas.
Mientras practicábamos ese baile que ensuciaba nuestros pies, Aluhé nos miraba con miedo a mancharse, cosa que me extrañó, de repente, el chico habia pasado de ser medio a hippie a ser un señorito que no quería saber nada del barro. Para hacerle rabiar, hice como que le ponía barro en la cara y se puso a llorar. Nadia también estaba extrañadisima, menudo cambio había pegado el niño! jajaja.
Al final del dia, aproveché que Nadia estaba alli para pedirle que me llevara a Trevelin. Necesitaba enviar un correo a mi próximo destino avisando de mi llegada. Me llevó, pero, calculé mal y se hizo de noche antes de lo previsto, algo que haría difícil mi vuelta a la chacra.
Era un noche sin luna, todo estaba oscuro en el camino y solamente me acompañaban los aullidos distantes de algunos perros. No veia nada de lo que estaba a más de un metro delante mío y la temperatura estaba disminuyendo, pero estaba feliz. Muchos hubiesen pasado miedo en ese camino oscuro y solitario, pero a mí me bastaba con mirar hacia arriba para que mi mente se despejara y no pensase en nada. No había luna que me iluminase, pero las estrellas eran tantas que, al mirarlas, el miedo se despejaba para dejar paso a una especie de amor por lo bello.
Estuve 40 minutos caminando entre esa inmensa oscuridad, intentando sortear las piedras, los charcos y los demases obstáculos que había en el camino, pero se me pasaron volando. Tenía un ojo en la tierra y otro en el cielo. Llegué a la chacra sin casi darme cuenta. Empezaba el principio del fin.
Con Ana
Con Nadia
Un niño está destino a morir siendo anciano, un río acaba cuando llega el mar y, el sol, cuando esté cansado, dejará de emitir luz. Yo estaba destinado a dejar Arriba la Luna e ir hacia Bariloche. El sábado Ismael me invitó a una parrillada para despedirme y me estuvo contando muchas cosas de su vida. Sobre su niñez de gaucho, sobre la desconfianza de los argentinos hacia sus mismos, etc. Qué gran hombre, fue duro el despedirme de él,me había ayudado muchisimo durante mi estancia allí. Espero poder devolverle el favor algún dia, pero nuestros caminos están separados por miles de kilómetros tristemente, así que creo que será difícil.Me hice la mochila y me despedi de la casa. No sabía que tenía, pero tenía algo mágico. Aunque la primera semana fuese dura, me había hecho aprender una barbaridad y la había empezado a apreciar.Era uno de esos lugares especiales que te hacen cambiar. Cerré todo con llave, me despedí de los caballos, la miré por un momento y fuí, con paso firme, hasta Esquel, ya no era el mismo viajero que había entrado por sus puertas 20 y pico días atrás, me sentia más preparado para los peligros que me deparaba el camino.
Pasé la última noche en casa de Ana y por la mañana me despedí de ella prometiéndole volver algún día para ver el proyecto Arriba la Luna acabado. Luego, Nadia me llevó hacia la entrada del pueblo y me despedí de ella dándole las gracias por todo (tenéis un amigo en Barcelona, ya lo sabéis), me habían hecho sentir como en mi propia casa.
Me bajé del coche y agarré la mochila, después la vi desaparecer. Enchegué mi iPOD mientras intentaba mirar hacia adelante, y la primera canción que sonó fue Wake Me Up de Avicii. Entonces, me planté firmemente en un lado de la carretera y, levanté el dedo otra vez.
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