Empezamos, como en la entrada anterior, con una fecha, esta vez la del 12 de febrero de 1992. Esa noche tiene lugar la gala anual de los premios Brit, y durante su transcurso ocurre algo que, por derecho propio, se ha ganado un lugar a la historia de esos premios. Evidentemente, no me refiero a cosas por aquel entonces admisibles y hoy sencillamente impensables, como que la cantante Martika leyese la lista de nominados, cigarrillo en mano, ante la millonaria audiencia de los premios. Me refiero a sucesos que, en esta época en la que cualquier chorrada es trending topic, directamente harían explotar los servidores de Twitter.
La gala había transcurrido más o menos bien hasta el momento, y hacia el tramo final de la misma un aviso desde el escenario da paso a la actuación de The KLF con unos invitados de excepción: junto a ellos va a actuar la banda punk (el nombre les hacía justicia) Extreme Noise Terror, un grupo capaz de poner banda sonora al mismísmo infierno. A partir de ese momento, las cosas empiezan a desmadrarse: el célebre “3 A.M. Eternal” resulta totalmente irreconocible entre los alaridos, y la imagen de Drummond paseándose con muletas por el escenario no resulta de gran ayuda para adivinar lo que iba a pasar ahí arriba. Hacia el final de la ¿performance?, Bill Drummond tira las muletas y saca de alguna parte una metralleta (cargada con balas de fogueo, pero ese es un detalle que nadie sabía en aquel momento) con la que empieza a disparar al público. El des-concierto es absoluto, y sólo es gracias a que a esas alturas de la película, absolutamente TODO EL MUNDO esperaba que la liaran, (vale, y tambien a que los ultra-veganos de Extreme Noise Terror les había prohibido llevar a cabo su plan inicial de arrojar sobre el público sangre de oveja), que aquello no se convirtiera en una estampida caótica hacia las puertas de salida. Entonces, entre los aplausos confundidos y las caras de perplejidad se alzó la voz de Scott Piering, manager del grupo, difundiéndose a través de la megafonía para realizar el siguiente anuncio: “The KLF have now left the music business”. No era un farol, o al menos no del todo: aquella misma noche, en una de las fiestas que siguieron al evento, el grupo aún se reservaba el derecho de abandonar entre los asistentes el cadáver de una oveja con un cartelito que rezaba “I died for ewe – bon appetite”, pero después de aquello los discos fueron retirados de las tiendas por la propia banda, y The KLF desapareció como tal para siempre.
Quizá no sea este el mejor sitio para (tratar de) explicar las motivaciones para todas esas espectaculares acciones, que bastante le cuesta ya uno concretar, por lo que emplazo a todo aquel que esté interesado en el tema a buscar en la red la abundante información al respecto del corpus ideológico del grupo. Baste como apunte que el nombre de la banda era un acrónimo de Kopyright Liberation Front, lo que da una idea de los principios anti-capitalistas que movían al singular dúo. Inicialmente denominados The Justified Ancients Of Mu (o simplemente The JAMs), Drummond y Caulty presentaron sus revolucionarias credenciales al mundo en 1987 cuando su tema “The Queen And I” se hizo famoso por pasarse por el forro los derechos de autor y samplear extensos pasajes de (nada más y nada menos) “Dancing Queen” de Abba. Antes lo habían hecho con The Beatles, pero se ve que a quien más irritaron en aquel momento fue al equipo legal del cuarteto sueco. En una espectacular maniobra propagandística, la pareja enrola a un periodista del NME y un fotógrafo en un aparatoso viaje a Suecia, cuyo fin último no es otro que reunirse con Abba (¡!) y llegar a un acuerdo. Por supuesto, no lo lograron, pero el dúo tuvo la repercusión que deseaba para su acción, y al final los discos que contenían aquella pista (retirados del mercado por orden judicial) fueron quemados en un campo, o arrojados por la borda del ferry que les conducía de regreso a casa, en pleno Mar del Norte: la leyenda empezaba a forjarse.
El siguiente capítulo se escribe en clave electrónica, mostrando el interés del grupo por componer un álbum estrictamente dance. Esto no llegaría hasta unos pocos años después, pero en 1988 “Doctorin’ The Tardis“, firmado como The Timelords y (de nuevo, el sampler) armado como un mash-up de la sintonía de “Dr. Who” y un tema de Gary Glitter, sí que consiguió llegar al número uno en las listas de singles. Acompañando aquel lanzamiento, y de forma tan estentórea como empezaba a ser habitual en ellos, publican el libro “The Manual (How to Have a Number One the Easy Way)“, que efectivamente no era otra cosa que el libro de instrucciones para la fabricación de un hit “con escaso talento y poco dinero”. Sin comentarios, porque apenas tenemos tiempo: llega 1990 y con él el primer pelotazo del dúo, y no sobre la pista de baile precisamente, sino sobre la zona de pufs y sofás donde la gente se entregaba a las felices consecuencias de la ingestión de todo tipo de sustancias químicas.
En efecto, la difusión de la música de baile, perfectamente retratada en aquello que vino a llamarse el “verano del amor”, trajo también consigo la popularización de las drogas sintéticas (el éxtasis, especialmente) de un modo mucho más masivo e intenso de lo que fenómenos anteriores (como la música disco, a finales de los 70) habían conocido. El surgimiento del chill-out está íntimamente ligado a esto: detrás de cada subidón siempre hay un bajón (por lo visto, una ley de 1992 obligó a todos los clubes del Reino Unido a disponer de una habitación de relax para frenar las sobredosis, ahí es nada), y ahí estaba el olfato de Drummond y compañía para predecir el siguiente paso. Caulty sedujo a su colega Alex Paterson para lanzar “The Orb’s Adventures Beyond The Ultraworld“, un disco que probablemente pasará a la historia por contener esa hipnótica maravilla titulada “Little Fluffy Clouds“, pero no se conformó con eso: él y Drummond publicaron ese mismo año, ya bajo la marca de The KLF, un deslumbrante tradado de sampledelia titulado directamente “Chill Out“. En él, aparte del uso del mencionado sampler, ya están algunos de los elementos que desembocarán en el legendario “The White Room” (un morro descomunal y las ovejas, entre ellos), pero puede decirse que ambos discos son en cierta manera antagónicos: si el primero invita a los viajes horizontales por el subconsciente, la energía electrizante del segundo podría hacer que un Delorean (provisto del pertinente condensador de fluzo) viajara 30 años hacia el futuro. Pero estamos -precisamente- adelantándonos en el tiempo (exactamente un año), y este post empieza a ser ya demasiado largo: dejemos que sea el tercer capítulo de este especial el que acabe de contar una historia que, no por mil veces contada, deja de ser prodigiosa.
Publicado en: Greatest HitsEtiquetado: 1991, KLF Communications, Stadium House, The Justified Ancients Of Mu, The KLF, The Timelords, The White RoomEnlace permanenteDeja un comentario