Revista Viajes

3 semanas en Kenia

Por Undiaenelpolo @Undiaenelpolo
Texto y fotos: Mª José García Alumbreros (@MJGAlumbreros)
Me gusta viajar, pero no de cualquier modo.
Tengo que reconocerlo, soy poco aventurera y cuando emprendo un viaje me gusta llevar lo básico previsto y con un mínimo cubierto. En parte envidio a esas personas que cogen su mochila y se lanzan a la aventura salvando los obstáculos y organizando su viaje mientras este transcurre. Yo no lo hago así nunca.
Y es por eso que mi viaje a Kenia empezó antes de volar. Tuve la suerte de ir con un grupo de amigos (también, y decisivo en este viaje, llevábamos niños) y que uno de ellos tuviese un hermano viviendo allí. Ello nos permitió gozar de unos privilegios que no son habituales.
Organizamos el viaje por partes, vuelos, safaris, alojamientos…  todo un sinfín de detalles que debíamos dejar atados antes de volar, empezando por las vacunas. Hepatitis A, hepatitis B, fiebre amarilla, malaria (ahora os cuento de ella), tétanos,… lo que hace que no puedas decir de un día para otro “me voy a África”, a pesar de que ahora las vacunaciones para viajes internacionales se realizan en casi todas las provincias en centros de Sanidad Exterior y hospitales del Sistema Nacional de Salud, y tenéis toda la información en la página del Ministerio de Sanidad, dentro del apartado “ciudadanos” que está en el canal “sanidad” de la web.



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Papá, mamá y los niños


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Rozó el coche con la cola



Vuelvo con la malaria… De la malaria no se vacuna uno, lo único que se hace es quimioprofilaxis, o lo que es lo mismo, tomar fármacos para proteger al organismo del mosquito cabroncete que te pueda generar la malaria o paludismo. Y claro, la quimioprofilaxis hay que empezarla una semana antes del viaje y continuarla durante cuatro semanas después de la vuelta. Al menos con el fármaco que yo tomé, el Lariam. Si sois de los que leéis los prospectos os diré que yo no tuve ni las diarreas, ni el cansancio, insomnio, vértigo, ansiedad, depresión, psicosis y alucinaciones que dice que puede causar.
Protegido nuestro organismo internamente toca la protección externa para la mayor amenaza de África… los mosquitos. No solo por la malaria, sino porque nos pueden amargar el viaje. Aquí yo tengo mis trucos, un poco de vitamina B, que tomada cada mañana, como se excreta por la piel es un magnífico repelente de mosquitos y que reforcé con el ledum palustre, producto homeopático que también protege. Tengo que decir que en 21 días de viaje, moviéndome por toda Kenia, no me picaron ni una sola vez.



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¡Ojú, que susto me habéis dado!


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¡A bañarse, chicos!



Ello no quita que luego, preparando la maleta, tomemos precauciones. Ya sabéis, ropa clara, de manga larga, preferiblemente de algodón, pantalón largo, zapatillas de deporte (más que nada por llevar el pie cubierto y evitar picaduras de bichos) y aunque pueda parecer que no hará falta… un forro polar no os sobrará cuando tengáis que salir a los safaris a las cinco de la mañana. Y por favor, dejad un hueco en la maleta para el botiquín, no es fácil conseguir fármacos allí, así que al menos el protector gástrico, un anitiinflamatorio (ibuprofeno), paracetamol, suero fisiológico para lavar los ojos, pomada epitelizante si lleváis lentillas, antiséptico urinario por si las moscas, suero-oral, fortasec (aquí yo tengo mis reticencias porque no creo que se deba usar de entrada para las diarreas), algún antihistáminico (polaramine por ejemplo)para una posible reacción alérgica, un botecito de amoniaco por si no os salváis de los mosquitos y os acaban picando, y lo imprescindible para una cura de pequeñas heridas.
Como ya tenemos la maleta preparada, y nuestro pasaporte y cartilla de vacunación en mano (te la pedirán en el aeropuerto), empezamos el viaje.
Nosotros volamos a Kenia vía El Cairo. No fue complicado, al aterrizar en El Cairo había un funcionario que desaforadamente gritaba “transit, transit” y que nos fue marcando la ruta a nuestro siguiente avión. Creo recordar que ya en el avión nos habían dado un formulario a rellenar para ello. El caso es que el trámite se resolvió sobre la marcha, con lo que nada hay que contar. El “transit” de mi vuelta fue todo lo contrario y daría para escribir un libro.



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Ahí viven los masais


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Dame argooooo


Como decía, tuve la suerte de tener un amigo allí y a la llegada al aeropuerto nos fue a recoger junto a su chofer (Murathi), quién luego nos acompañó y nos llevó por toda Kenia resultando ser un excelente compañero de viaje.
No sé cómo podría describir Nairobi pero podría decir que hasta cierto punto… intimida. Grande, caótica, peligrosa, alocada, intensa, sectaria… y como por desgracia ocurre en demasiados sitios, dos ciudades en una, la de los ricos y la de los pobres con todo lo que ello conlleva. Un detalle me llamó mucho la atención es que allí está prohibido fumar en la calle, con lo que si estás en una terraza debes tener mucho cuidado de encender tu cigarro dentro del recinto del restaurante.
Al día siguiente, con Murathi y nuestro microbús, iniciamos la aventura… Partimos hacia Masai-Mara, reserva natural en la región del Serengueti, por la “autopista” o lo que es lo mismo, vía ancha de tierra con algunos tramos de asfalto y tierra prensada (creo que aún sigo sacando tierra keniana de mi pelo, orejas, pies…). Lo más llamativo es que a lo largo de toda la autopista siempre encontrarás algún keniata andando. Son los eternos caminantes, más occidentalizados o menos, calzados o descalzos, siempre los verás ir y venir a lo largo del recorrido.



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¡Dónde irá por la autopista!


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No estamos solos


No recuerdo el tiempo que tardamos en llegar, pero sí esas interminables llanuras semidesérticas que nos guiaban hacia la reserva, así como las chozas de los poblados de masais que podíamos ver desde la carretera.
Al llegar al parque (siempre es así) debes pasar el acceso vigilado y restringido para acercarte al hotel que está en la misma reserva. Allí nos reciben los masais, perfectamente ataviados para el evento, vamos, como si vas a Toledo y en el hotel te reciben vestidos de lagarterana. Está claro, han sabido adaptar el entono al turismo y de hecho nos ofrecen un sistema de vida que ni de lejos se parece al que en realidad tienen los keniatas.



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No son piedras, es la migración


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Buscando a Wally


El éxito de un viaje de este tipo depende de la pericia y habilidad del guía que lleves, ya que son ellos los que en realidad van a través de la sabana buscando los animales que los turistas estamos ansiosos por fotografiar. El resto de la rutina es sencillo. A las cinco de la mañana, al menos en mi hotel, te despiertan con un té y unas pastas para que puedas abrir el ojo y subirte a la furgoneta (con techo elevable para que puedas asomarte) para ir a la caza de los bichos con nuestro objetivo. A partir de ese momento empiezas a dar vueltas por el parque, siempre sin bajarte de la furgoneta que lleves, buscando los lugares donde los animales, al amanecer, se acercan a beber agua. Finalizada la ruta se vuelve al hotel a desayunar y pasar el resto del día hasta que al atardecer se realiza un nuevo recorrido en busca de los animales.



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Ya con un par de añitos, nació con 70 gramos


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La vieja del visillo


Tengo que decir que en mi viaje, aparte de Samburu y Masai Mara, tuve la suerte de visitar el Lago Nakuru (en el que pudimos ver una impresionante masa de flamencos además de cebras, impalas, gacelas… y rinocerontes, y en donde al levantarnos por la mañana, en las tumbonas que teníamos a la salida del bungalow pudimos ver con toda claridad las huellas de algún “gatito” que decidió dormir cómodamente esa noche), el Lago Naivasha (donde en barca nos acercamos a ver los hipopótamos), la casa de las jirafas de Nairobi, donde subidos en una especie de templete podíamos darles de comer, mientras observábamos sus maravillosas pestañas y respondían con agradecidos lametones que si te descuidabas te recorrían de arriba abajo. También, pero menos cariñosos, son los cocodrilos de la granja de cocodrilos de Nairobi, que vistos de pequeñitos parecen lagartijillas enanas, siendo impensable que puedan convertirse en esos increíbles animales que son capaces de engullirte si te descuidas.



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Esperando a ver qué cae


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Qué bonitos ojos tengo


También el Aberdare Nathional Park, en un paraje inigualable, tenía, tal vez el que pudiésemos decir “peor” hotel en cuanto a categoría “El Arca”, pero sin duda el más tranquilo, encantador y relajante, hotel de todo el recorrido. En él te avisan para que puedas levantarte y desde las inmensas cristaleras del gran salón, en cómodos sillones, observar a los animales que se acercan a beber agua a una charca grande que hay frente al hotel. ¡Todo un espectáculo!



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El Arca

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Vino a cenar con nosotros


Al principio comentaba lo decisivo que son los niños en un viaje como este. Ver sus caras mirando los elefantes, leones, guepardos, jirafas, rinocerontes, ñus, búfalos, cebras, hipopótamos, etc., no tiene precio. Te contagian el entusiasmo y te hacen cortas las horas que pasas recorriendo el parque en busca de los animales. Ver la naturaleza y su fauna en todo su esplendor es una experiencia única. Es el viaje de las sensaciones.
Lamu, un mundo aparte.
Una vez recorridos los parques, y con la intención de vivir una experiencia distinta, en nuestro viaje habíamos programado una visita a la isla de Lamu, famosa por sus playas y lugar de residencia de verano de algún que otro acaudalado personaje.

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Tarjeta de embarque a Lamu

¡Y vaya si la vivimos! Comienza al ir al pequeño aeropuerto de Nairobi desde el que partían los vuelos a Lamu. Al sacar nuestra tarjeta de embarque (qué bien puesto el nombre) nos dieron unas cartulinas plastificadas (adjunto foto) que servían para subir al avión y que tenías que devolver a los auxiliares de vuelo. Tengo que reconocer que el bimotor que nos transportó era pequeñito pero amplio y supercómodo y la comida que nos dieron, estupenda.
Una vez que aterrizamos en la costa de Kenia, la distancia hasta la “terminal” (hay que llamarle de alguna manera) la recorrimos dando un paseo por un camino de arena prensada. Allí, a la sombra de los árboles, esperamos a que los porteadores nos acercasen las maletas que depositaron en los mostradores que hacían el efecto de cinta transportadora (también os adjunto foto).



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Cinta para equipajes en el aeropuerto de Lamu


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Carro portaequipajes


Recogidas las maletas los empleados de los distintos hoteles nos identificaban y, bien llevando nuestras maletas a mano, o en los carros preparados al efecto (nueva foto) nos guiaban al muelle porque a Lamu la única manera de llegar es en barco. Tras la travesía, que nos servía para observar la isla con sus maravillosos manglares, a unos 100 metros de la costa nos sorprendió ver que un grupo de personas se arremolinaban esperando nuestra llegada. Seguimos avanzando. A unos 50 metros de la playa la barca se detiene y los barqueros nos indican que nos vayamos descalzando para alcanzar la orilla, que ni embarcaderos ni nada, para llegar a tierra hay que mojarse. Mientras, el grupo que había en la playa se acercaron para, tras ponerlas sobre sus cabezas, recoger nuestras maletas y llevarlas al hotel.



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Embarcando a Lamu


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El mercado de Lamu


Recuerdo no haber reído con tantas ganas en mucho tiempo. Vernos con los zapatos en la mano, caminando descalzos, por el agua primero y por la arena de las callejuelas después, hasta llegar al hotel, esquivando las boñigas de los burros, no tuvo precio. Y más pensando en que una amiga, al oír que por allí había gente “fina”, había llevado para nuestra estancia en la isla los vestidos largos y los zapatos de tacón.
Lamu está repleto de callejuelas sin asfaltar y sólo tiene dos coches, el del alcalde y el del médico. El medio de transporte, si no es andando, es en burro y estos, cómo no, iban sembrando las calles con sus excrementos.
Sus playas son blancas, de aguas cristalinas y de finísima arena. Contratamos una excursión y nos llevaron en barca a una parte de la isla en la que solo estábamos nosotros y aún tengo en mi cabeza el sabor del pescado que nuestros guías prepararon en la misma playa. Nunca he comido un pescado tan exquisito.



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Una de las mejores calles de Lamu


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Lavando ropa y cogiendo agua


Aunque yo no podría vivir allí entiendo que la isla te atrape. Recorrer sus calles, conocer a sus gentes de eternas sonrisas y permanente amabilidad, y sentir la naturaleza salvaje de la isla, te renueva.
Allí pasamos dos días en una preciosa casa que hacía las veces de hotel y en la que pudimos disponer de una planta entera para nosotros solos.
Recorrimos la ciudad, vimos el mercado con sus remolques en los que almacenaban las carnes, las frutas de mil y un colores… y vivimos un mundo de sensaciones que te inundan los sentidos.
De vuelta a casa.
Pero había que volver. Relajada, y ya desde Nairobi, en la que estuvimos un par de días recorriendo la ciudad y visitando la casa de Karen Blixen, lugar imprescindible para los románticos amantes de “Memorias de África”, inicié el camino de vuelta a España, esta vez sola, y de nuevo vía El Cairo con Egyptair.
En primer lugar tengo que decir que sólo sé hablar castellano. Soy una negada con los idiomas y, como ya se puede imaginar, los egipcios no tienen ni idea de nuestra lengua patria.
De nuevo me encontré con el funcionario que gritaba “transit, transit” que nos guió a través del aeropuerto hasta una zona donde otro funcionario me pidió el pasaporte, pero no solo me lo pidió, sino que se lo guardó y, según entendí mal chapurreando en francés, que no me devolvería hasta el día siguiente cuando fuese a salir el avión.  Todo su afán era que me esperase en una sala, que vendrían a recogernos (estábamos unas 10 personas) pero claro, sin maleta porque estaba en “transit”, sin pasaporte, y sin saber dónde nos llevarían a pasar la noche. Al final nos llevaron a un hotel de cuatro estrellas estupendo en el que nos facilitaron cena, alojamiento y desayuno.
Después de un descanso reparador y un buen desayuno, un autobús nos recogió para ir al aeropuerto. Recuerdo que a medida que nos acercábamos se podía ver un tumulto de gente a las puertas del mismo. De entrada pensé que había alguna manifestación o similar pero no. Simplemente era que el acceso al aeropuerto estaba vallado y solo permitían entrar por un pequeño hueco en la valla custodiado por militares. Decir que aquello era un caos es quedarse corto. Al recordarlo ahora viene a mi imagen una antigua imagen que se repetía en los telediarios cada año… el inicio de las rebajas en El Corte Inglés. En ella se veía a una masa enfervorecida que en el momento de abrir las puertas corría atropelladamente para invadir el edificio y hacerse con la ansiada ganga. Esto era igual. Empujones, gritos, bolsas inmensas arrastradas por los suelos y pisoteadas por la marabunta de gente que intentaba acceder a la terminal. Aún sin explicarme como, conseguimos entrar y acercarnos al primer control. La escena era la misma, carros inmensos de equipajes que los lugareños intentaban entrar aún sabiendo que estaba prohibido acceder con tanto bulto a los aviones, manos que se extienden para dar y recibir dinero mientras se aparta la vista del exceso de equipaje, gritos, prisas y un caos indescriptible.
De nuevo, sin saber cómo, y sin duda gracias a que nuestras maletas estaban en “transit” conseguimos hacernos hueco y acceder al aeropuerto. Allí debíamos esperar a que alguien llegase con nuestras tarjetas de embarque y nuestros pasaportes. Tengo que decir que la ansiedad aumentaba al ver que la hora del vuelo se aproximaba y allí nadie nos buscaba. Al final, y casi cerrada la hora de embarque, apareció un trabajador de Egyptair con nuestros papeles metiéndonos prisa por la hora que era. Lo siguiente fue una gymkana alucinante. Recorrimos todo el aeropuerto corriendo (en sentido literal) tras el agente de Egyptair saltando por encima de la gente y sus maletas, atravesando los controles sin detenernos mientras nuestro improvisado guía gritaba a los militares que se apartasen y nos dejasen pasar. No sé lo que nos dijeron porque lo hacían en árabe pero por el tono sé que no era agradable. Lo que sí sé es que cuando conseguí verme en el avión no me lo creía. Yo que había ido a vivir la mayor aventura de mi vida a Kenia acabé viviéndola en el aeropuerto de El Cairo.

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