Julio C. Gambina
Rebelión
No es un dato menor que en la Argentina se cumplan tres décadas sin golpes de Estado. Resalta el dato, ya que entre 1930 y 1976-83, la seguidilla de golpes fue la norma de una inestabilidad institucional que terminó con el genocidio y la re-estructuración reaccionaria de la sociedad capitalista argentina. Aquellos cincuenta años de alternancia entre regímenes constitucionales y golpes, constituyen el antecedente para valorar el periodo reciente entre 1983 y 2013, aunque el legado de la última dictadura se consolidara bajo un gobierno constitucional en los años 90.
En efecto, los 90 consolidaron mutaciones estructurales que definen nuestra organización económica social, con una estructura de clases y de poder que afirman la dependencia argentina del capitalismo mundial como rasgo esencial.
El capitalismo argentino se sostiene en un modelo productivo que en el campo encabeza la producción sojera, inexistente antes de los años 70, y estimulada y potenciada desde 1996 con la autorización de los transgénicos. Desde entonces se transformó en la principal producción exportada y fuente de divisas para la inserción subordinada del país en la división internacional del trabajo.
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Otra novedad que viene con los 90 es la mega minería a cielo abierto, producto del cambio del código minero en 1996 y los acuerdos con Chile. Se trata de un sector atractivo para el ingreso de capitales externos. Los inversores fluyen al país como consecuencia de las múltiples facilidades para la explotación de la naturaleza, facilitados por los cambios institucionales de los 90, incluida la reforma constitucional que transfirió a las provincias el ejercicio de la soberanía sobre los recursos naturales.
En el sector industrial se procesó un cambio sustancial sobre la dinámica de dos velocidades, uno tradicional con escasa mejora tecnológica, sustentada en bajos salarios y orientada al mercado interno, otra, minoritaria, mayoritariamente colonizada por el capital externo, moderna y organizada para la exportación, con salarios bajos en dolares para competir en el mercado mundial. El sector automotriz marcha a la cabeza, generando un gran déficit en divisas por el ingreso de partes importadas necesarias para armar el producto final.
El sector de servicios, especialmente la banca y las finanzas denuncian su carácter dependiente, afirmado en una deuda impagable. Los gobiernos constitucionales escamotearon la investigación sobre la ilegalidad e ilegitimidad de las acreencias externas. Es más, en estos años, de reducción importante en términos porcentuales, terminó de transferir el peso de la carga al conjunto de la sociedad, pues se canceló deuda externa contra acreencias en manos de la ANSES, el BCRA y otros ámbitos locales.
Pero no solo se trata de cambios en la economía, sino de la sociedad. El miedo gestado en años de plomo se proyecta de diferentes maneras durante la vigencia de gobiernos constitucionales. Son el miedo a la hiper inflación y al hiper desempleo. Del terror físico, a la tortura y la desaparición, al ejercicio de la violencia sobre los cuerpos y las mentes, al terror de la inestabilidad en la reproducción de la vida cotidiana y la pérdida del empleo. El miedo condiciona la cultura individual y de masas. Desorganiza y desarticula las capacidades de resistencia y pensamiento por una nueva sociedad.
Hemos sostenido que el logro mayor del neo-liberalismo, que inició su gesta en 1975/6 fue precisamente la des-articulación de sujetos para el cambio social. La gigantesca acumulación de fuerza popular gestada desde fines de los años 60 y mediados de los 70 necesitaba ser desarmada. ¡Ese fue el sentido histórico y mayor éxito del golpe del 76! Sus secuelas se mantienen aún, a pesar del tiempo y se manifiesta como fragmentación del movimiento popular y cultura social del individualismo y el consumismo.
Se trata de una cuestión cultural que resulta necesario contrarrestar. Ese patrón de consumo y cultural solo podrá ser mutado desde el cambio del modelo productivo y su impacto en el cambio de la matriz de consumo. No solo es economía, sino cultura social extendida.
Economía y cultura, sí, pero también, política. El 1983 fue el renacimiento de la vida política y sus principales partidos, especialmente el PJ y la UCR. Los cambios operados en el capitalismo local fueron encarados por estructuras partidarias que intentaron su renovación de cara a las nuevas demandas del orden social y el poder. El resultado es la crisis política en el marco de la estabilidad constitucional. Los principales partidos se han dividido y modificado su forma de expresión y presentación en sociedad. De ser expresiones programáticas se transformaron en instrumentos capta electores sobre la promoción de persona, hombres y mujeres que manifestaban un liderazgo personal más que partidario.
La crisis política tiene varios episodios en estos treinta años. El radicalismo no pudo terminar los dos periodos en que encabezó el gobierno y sufrió variadas deserciones hasta casi desaparecer de la escena electoral. Pese a ello sigue siendo segunda fuerza institucional por extensión de legisladores y cargos ejecutivos. El peronismo osciló con un discurso tradicional, a derecha e izquierda para disputar consenso electoral masivo. Es una identidad con fracturas y diversidad de expresiones que disputan la tradición, y en ese proceso presenta diferentes versiones, incluso contradictorias del verdadero legado. Con todo, constituyen la primera minoría y en diferentes versiones, pueden ser ampliamente mayoritarios en el ámbito institucional. Es una crisis política que se extiende a otras identidades políticas y que se manifiesta también en desarticulación, fragmentación, y división.
Es cierto también que existe búsqueda de nueva representación política. Hubo intentos en las tres décadas, a izquierda y derecha. Sigue siendo una asignatura pendiente la emergencia de una propuesta alternativa popular que otorgue sentido a un nuevo tiempo histórico de la identidad popular para transformar la sociedad, incluso más allá del capitalismo. Es el marco de los debates en Nuestramérica, signados por el cambio político en el nuevo siglo. Es cierto que la Argentina contribuyó a este clima de época con la pueblada del 2001, pero requiere ser completada en un proceso emancipatorio de liberación nacional y social. Importantes camadas de militancia popular vieron frustradas sus aspiraciones de cambio político, confiando en liderazgos que entusiasmaron a porciones importantes de la sociedad y que no prosperaron por límites de objetivos y una referencia acotada al capitalismo. El capitalismo no aporta soluciones a los pueblso, nos dijo Chávez cuando formuló su “Socialismo del Siglo XXI”. Es un tema a resolver en toda la región y en el mundo. No alcanza con pensar una “alternativa posible” y se necesita ir más allá de los pensado posible. La historia demuestra que el limite de lo posible es rebasado por la acción del movimiento de la sociedad. Es el caso del 2001, que resuena como posibilidad histórica de cambio social en nuestro tiempo, no de igual manera, pero si en la esencia de la demanda por una nueva realidad.
En treinta años de estabilidad constitucional existe espacio para una alternativa anti-capitalista y anti-imperialista, incluso por el socialismo. Solo será posible, si en el país se cierra el legado vigente de la cultura sembrada en décadas de neo-liberalismo y se gestan los instrumentos de restablecimiento de una subjetividad social masiva por el cambio social, un programa de transformaciones estructurales y la gestación de nuevos instrumentos políticos que superen la tradición de subordinación al dominio del régimen del capital y la explotación de la fuerza de trabajo y la naturaleza.
Fuente de artículo: http://www.rebelion.org/