Como les dije la semana pasada, he estado participando en el reto #30libros, que consiste, básicamente, en recomendar un libro al día, siguiendo las indicaciones del blog treintalibros.blogspot.com. Esta semana estuve ocupada y me salté casi todos los días, pero acá los pongo todos juntos, como en botica. Si hacen clic sobre las imágenes, algunas les llevarán a la página de la Wikipedia, pero otras tienen sorpresas para el lector avezado.
Día 11. Uno que lo haya motivado a visitar algún lugar. Tokio Blues, Haruki Murakami.
Ya se sabe que, cada tanto, tengo que meter un libro de Murakami aquí y allá. Ya están acostumbrados, supongo. Éste fue el primer libro que leí de Murakami y el que me enganchó para siempre. Pero acá no estamos para hablar de eso, sino de Tokio. A mí Japón me da miedo. Veo cosas como Lost in translation y pienso que perderse en Japón debe ser la experiencia más espantosa del mundo. Pero Naoko y Toru, a lo largo de estas páginas, salen a caminar sin rumbo por Tokio, una ciudad que, vista a través de los ojos de Toru, puede ser miles de cosas; puede estar cargada de caos, de nostalgia, de melancolía o de luz. Y cuando uno, con el pasar de las páginas, y de otros libros, se va enamorando de la literatura y de la estética japonesas, uno termina queriendo visitar Tokio, inevitablemente, aunque sea en sueños.
Día 12. Una biografía. Mientras escribo, Stephen King.
Yo, de Stephen King, sólo he leído cuentos. Los cuentos me han gustado, pero, como sabe cualquiera después de hablar diez minutos conmigo, yo no soy fan de los libros de terror, ni de las películas de terror, ni de las casitas del terror, ni de las montañas rusas. Vamos, que el miedo no es una de mis emociones favoritas. Ahora bien, este libro me atrapó al instante.
No es una biografía, técnicamente, pero habla de la vida de Stephen King, de su infancia, de su matrimonio, de su adicción al alcohol y las drogas, del accidente que casi acaba con su vida; todo esto visto a través de la lente de un hombre que escribe y para quien escribir es como respirar. Nos habla de las cartas de rechazo y de los éxitos editoriales, y también de la técnica, de los adverbios, de la construcción de un personaje y del proceso creativo. Por eso este libro no es una biografía: es mejor.
Día 13. El primer libro que leyó en su vida. El mundo de los niños.
El mundo de los niños no es un libro, es una enciclopedia, que tenía tomos de cuentos y de poemas, de cuentos clásicos y de cuentos desconocidos, de casi todos los países del mundo, y que también tenían tomos donde se explicaba cómo se hacían y cómo funcionaban las cosas, y proyectos que los niños podían construir, y tomos sobre arte, con pinturas y esculturas de todo el mundo, con reseñas acerca de los artistas y de su obra, y tomos sobre casi cualquier cosa que un niño de siete años puede desear saber. El mundo de los niños es el origen del 70% de mi cultura general, y nunca podré estar suficientemente agradecida con mi mami por hacer que estos libros estuvieran en casa mientras yo crecía. No sé cómo lo haré, pero mis hijos, los que algún día tendré, necesitan El mundo de los niños en su infancia. Lo compraré usado y a precio de oro, supongo. Es lógico, teniendo en cuenta que son oro.
Día 14. Uno que haya odiado hace años y hoy admira. La insoportable levedad del ser, Milan Kundera.
No odié este libro nunca (además pienso que la palabra “odiar” es como fuerte), sólo me rehusaba a leerlo. Tengo la mala costumbre de renegar de lo que todo el mundo alaba, y estaba un poco harta de que todos los que se la querían dar de intelectuales, recomendaran esta novela. Pensaba que debía ser densa e indigerible (el título, de pana y todo, no ayuda). Después de muchos años decidí leerla, y la amé. Amo a Kundera. Sus libros, en Venezuela, son carísimos, y cada vez que veo alguno en una librería babeo. Es triste. En fin, amo esta novela, y también El libro de los amores ridículos (mucho menos alabado, y quizás menos logrado, claro) y La broma. La sutileza con la que capta las miles de capas que conforman las relaciones y las emociones humanas, siempre me deja sorprendida. Desde lo cotidiano, Kundera retrata los grandes conflictos que abruman al ser humano, siempre con sutileza, con ironía, erotismo y humor, tan bien logrados, que no te das cuenta mientras te sumerges en la reflexión filosófica que plantea la obra.
Buenos regalos para alguien que quiera hacerme muy feliz: El arte de la novela, o La vida está en otra parte, ambos de Kundera. Pueden tomar nota. Gracias.
Día 15. Uno que haya amado hace años y del que hoy reniega. A orillas del río Piedra me senté y lloré, Paulo Coelho.
Me llamo Marianne y yo leía a Coelho. (Hooooola Mariaaaanneee). Este libro me hizo llorar. Un montón de veces. El argumento y las ideas, en sí mismos, no son malos; creo que es uno de los mejores libros de Coelho (pero eso no es decir mucho). El problema fundamental (y la razón por la cual nunca volveré a leer a Coelho) es que no me motiva intelectualmente. Esto es decir, habrá gente para quien ésta es una lectura idónea, pero a mí no me gusta que me lo den todo servido, masticado y digerido. Me parece más sencillo y claro ilustrarlo con ejemplos prácticos:
“Todos hemos dicho entre lágrimas, en algún momento: ‘Estoy sufriendo por un amor que no vale la pena’. Sufrimos porque descubrimos que damos más de lo que recibimos. Sufrimos porque nuestro amor no es reconocido.”
Bu. ¿En serio? Esto, como todos los libros de Coelho, es autoayuda disfrazada de novela. En mi vida ha habido momentos en los que los libros de autoayuda me han caído bien, aunque he estado consciente de que son como la medicina homeopática. Espero que eso no vuelva a suceder jamás; creo que soy lo suficientemente fuerte ahora para autoayudarme sola (?). Pero si vuelve a ocurrir, quizás deje de renegar de este libro, que al menos me dejó esta frase para la vida:
“Existen momentos en los que todavía es necesario correr riesgos, dar pasos insensatos.”
Que vivan los pasos insensatos.
Día 16. Uno ruso que sí haya leído. La nariz y otros cuentos, Nikolái Gógol.
Esta pregunta me pareció rara desde el primer momento. ¿Qué hay con los rusos y por qué habría de no haberlos leído? La respuesta obvia e inmediata era Crimen y castigo, de Dostoyevski (un libro muy amado por mí), pero también es la respuesta más trillada. Tuve que pensar un poco más, porque yo no ando clasificando los libros que leo por nacionalidades. Pensé, bueno, Turguénev era ruso. También Gorki, y Tólstoi, a quienes no he leído. Chéjov, pensé, es un autor que me gusta mucho. Pero entonces se hizo la luz, porque vi a un hombre caminando por la Avenida del Nevá con su capote raído, y me dije, la Avenida del Nevá es San Petersburgo, y San Petersburgo es Rusia. Gógol, mi amado Gógol, era ruso. Pero eso es lo que hacen los grandes autores, que se te olvide sus referencias concretas y sólo te queden sus grandes personajes, sus extraordinarias historias, las emociones y sensaciones de la lectura. Gógol, con un humor increíble, agudo, sagaz y melancólico como el alma rusa, contó historias sencillas y fantásticas, algunas de las cuales están compiladas en este libro maravilloso que recomiendo a cualquiera. Un libro divertido, tierno, triste, descabellado, todo al mismo tiempo. Grande Gógol.
Día 17. El silencio de las constelaciones ocultas, Lêdo Ivo.
No sé si lo de “este año” significa “publicado este año”, en cuyo caso estamos un poco jodidos, porque acá los libros llegan con delay. Así que elegí uno publicado en Venezuela, uno de Monte Ávila que amé. Y como la nota de contraportada la escribí yo, voy a hacer trampa y nada más la pegaré acá, suscribiendo cada palabra una vez más:
Considerado uno de los poetas vivos más importantes de la lengua portuguesa, Lêdo Ivo construye una poesía nocturna, hecha de secreto y de misterio, una poesía que entra como un susurro y deja en nosotros la luz incandescente de una estrella fugaz. Su lenguaje celebra la eternidad de lo efímero y la finitud de la existencia humana; nos transfigura; nos deja, lavados de rencores y de dudas, en una noche que «no se rinde a la rutina de la vida», bajo un cielo surcado por pájaros, donde la palabra es descanso y refugio, reposo del poeta al final de la jornada, cuando «el amor viene a apagar los recuerdos del día / y el mundo se reduce al cuarto donde amas».
Día 18. El que más veces ha leído. Historias de cronopios y de famas, Julio Cortázar.
No creo que este libro necesite que yo lo presente. Cortázar fue un genio, sencillamente un genio, y este libro es una obra maestra del humor, de la belleza y de la palabra poética, con total independencia de ser un libro de narrativa. A pesar de que nunca he tenido un ejemplar de este libro, lo he sacado de bibliotecas, lo he tomado prestado, lo he comprado para regalarlo (y leído en el proceso) y lo he leído en internet. Una y otra vez. Nunca me cansa. ¿Cómo cansarse de esto?
Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fósforos, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del teléfono llena de música, y el ropero lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos de sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que este cronopio se aflige horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo esta algo ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se confirman y estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para que. Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té, que mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza de té sea un hormiguero o un libro de Samuel Smiles.
Día 19. Uno que lo haya sorprendido por bueno. Los pasajeros del jardín, Silvina Bullrich.
Yo, cuando era más muchacha, estaba más prejuiciada en muchos sentidos. Veía este libro en el estante y pensaba que debía ser alguna cursilería, una novela rosa tipo Jazmín, y decía blagh. Pero con el paso de los años se me fueron acabando los libros de la biblioteca de mi casa, y fueron quedando menos y menos opciones. Un día lo agarré. Y adivinen qué, sí era una cursilería. La cursilería más hermosa que he tenido la oportunidad de leer en la vida. Silvina Bullrich fue despreciada por la crítica argentina, por ser mujer y escribir sobre temas considerados femeninos, y por el hecho de que sus libros se vendían. Pero Silvina fue amiga de Borges y de Bioy Casares, y escribió obras conjuntas con ellos. Esta novela, muy hermosa y muy triste, narra la historia de una pareja, y tiene su origen en la experiencia, vivida por Silvina, de la muerte, causada por el cáncer, de quien fuera el amor de su vida, Marcel Dupont.
Día 20. Uno que lo haya sorprendido por malo. El tren pasa primero, Elena Poniatowska.
No me maten. Pido perdón de antemano, puesto que cada vez que digo esto, alguien, a menos de cinco metros de distancia, me mira feo. Pero yo compré esta novela emocionada por el premio Rómulo Gallegos que se le había otorgado, y me fue completamente ilegible. Es una cuestión de gustos personales, supongo, pero empezando por el tema, que no es mi piece of pie para nada, hasta el estilo, que me parece lento y denso:
Los rostros desencajados de quienes no habían pegado el ojo en toda la noche se juntaron en un círculo que empezó a girar sobre sí mismo, como si obedeciera a la fuerza de succión de una centrífuga. El silencio se hizo de piedra. Nadie se movía, ni siquiera Rodrigo, el hijo de Saturnino Maya, de nueve años. El embudo invisible los jalaba a su interior.
No pude terminarla de leer. Si alguien lo hizo y le pareció una maravilla, por favor díganme en qué página comienza a ponerse interesante, y algún día intentaré leerla de nuevo.