Autor: Facundo Cabral. Me sorprendo (es un decir) de cómo somos capaces de evadir nuestra propia responsabilidad sobre los asuntos. De tal manera, que la culpa de lo malo que nos acontece la tienen siempre los demás o las circunstancias con las que nos vamos cruzando y jamás nosotros mismos, pero a cambio, de lo bueno que nos pasa si que somos responsables y ahí no tenemos problema para reconocer nuestra autoría y directa intervención.
Esta reflexión viene a cuento, porque en esa galaxia inabarcable de mensajes que es Twitter (por cierto maravillosa plataforma para conocer el pensamiento espontáneo y brutalmente sincero de cada cual) te encuentras con alguno que otro bastante curioso.
Por ejemplo, el caso de una persona que pierde la conexión con su medio de transporte -un tren en este caso-, lo reconoce expresamente en su mensaje escribiendo: “he llegado tarde”, e inmediatamente después pasa a despotricar y a maldecir a la compañía de trenes, porque el siguiente enlace está tardando demasiado en llegar (para lo que es su percepción y sin especificar si es que acaso va con retraso)
Es un ejemplo anécdotico, pero también un síntoma del comportamiento de muchos. Resultará muy humano echar siempre la culpa de lo que nos pasa a alguien o a algo y nunca, casualmente, a nosotros mismos. Humano, pero poco estético.
Partamos de la base cierta de que todos nos equivocamos, porque la infalibilidad -por mucho que se pretenda- no existe, y más vale asumirlo rápidamente para así para poder empezar a crecer y dejar de ser niños malcriados e inconsistentes, incapaces de asumir ni la mas mínima responsabilidad al respecto de lo que nos ocurre.
La responsabilidad es la actitud correcta de las personas inteligentes y ser responsable, es asumir las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. Nada más, pero tampoco nada menos.
Seth Godin, empresario estadounidense y experto en marketing, comenzaba su ponencia "The posture of a communicator" de la siguiente forma:
-Si compras mi producto y no lees las instrucciones, no es culpa tuya, es mía.
-Si asistes a mi presentación y te aburres, es un fracaso para mí.
-Si eres mi alumno y no aprendes lo que te estoy enseñando, te estoy decepcionando.
Podría ampararse en la falta de inteligencia o de interés del auditorio; sin embargo, prefería pensar en su falta de pericia para motivarlo y hacerse entender.
Reflexión final: perder trenes (como cometer errores), nos puede pasar a cualquiera. La diferencia estriba en que unos aprenderán y la próxima vez madrugarán más y otros seguirán perdiéndolos de por vida porque nunca reconocerán su culpa.
Revista Coaching
310.- “Culpar a los demás es no aceptar la responsabilidad de nuestra vida, es distraerse de ella.”
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