Revista Espiritualidad

328.- “A través de la violencia puedes matar al que odias, pero no puedes matar el odio.”

Por Ignacionovo

328.- “A través de la violencia puedes matar al que odias, pero no puedes matar el odio.”Autor: Martin Luther King. Sinceramente, hay veces que cuesta reconocerse como miembro de la misma especie, tras contemplar al ser humano, por ejemplo, ejercer la violencia. ¿Tiene algún valor la imposición del criterio propio a través de la agresión?
Lo más peligroso y desazonador para mi, consiste en plantearse que, según dictaminan los expertos, todos tenemos en nuestro interior la semilla de la violencia y que el hecho de manifestarla o no, dependerá más de las circunstancias a las que nos veamos sometidos y menos al carácter y a la templanza que cada cual haya desarrollado.
Quiero pensar que las actitudes violentas si se pueden parar y que es posible contenerse, refrenarse y guardar el odio y la rabia que sentimos en un momento dado, si nos hemos educado para ello y no nos dejamos que las situaciones nos excedan. “Habla cuando estés enfadado y harás el mejor discurso que tengas que lamentar.” (Ambrose Bierce)
Lo ilustró con una historia…
Las tres pipas.
Se cuenta que el indígena de una tribu guerrera, se presentó furioso ante el jefe de la tribu para comunicarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente.
- ¡Quiero ir inmediatamente a verle y matarlo sin piedad!
El jefe escuchó atentamente y le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero que antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.
El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar de fumar. Sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor y que quizá era excesivo matar a su enemigo, pero si que le daría una gran paliza con el fin de que nunca olvidara la ofensa.
Nuevamente el anciano escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla de nuevo al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y meditó durante media hora. Tras ello regresó adonde se encontraba el cacique y le dijo que consideraba excesivo también castigar físicamente a su enemigo, pero que en cualquier caso iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos.
Como siempre, fue escuchado con bondad, pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores. El hombre, ya bastante molesto pero mucho más sereno, se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su odio.
Cuando terminó, volvió hasta el jefe y le dijo: "Pensándolo mejor, veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para reconciliarme con él. Así, tendré la ocasión de recuperar a un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho".
El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo. Era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo".


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