
Despertar el Polvo (México, 2013), tercer largometraje de Hari -antes Carlos- Sama (terrible Sin Ton Ni Sonia/2003, conmovedora El Sueño de Lu/2012, par de cortometrajes premiados en Guadalajara no vistos por mí), inicia con una cita impresa en pantalla de la santa ecuménica inglesa Juliana de Norwich ("Sin is inevitable"), que algo nos advierte del tono general del filme, con todo y su discutible desenlace místico. Durante la primera media hora de la película, la cámara en mano de José Casillas sigue a un desarrapado y sucio vagabundo que luego sabremos que se llama Chano (el actor no profesional y voceador Donaciano Hernández Pérez). El hombre deambula por las calles de Iztalcalco, en la colonia brava Campamento 2 de octubre. A veces, "Chano" aparece en foreground caminando, con la cámara siguiéndolo de manera parelela; en otras, apenas se ve en el background, acurrucado en la esquina de un parque, mientras un cuico arregla un bisnes con alguien en primer plano. El silencio de Chano es total -de hecho, no dice una palabra hasta el minuto 35- pero el trabajo sonoro en el filme es notable: el ecosistema en el que sobrevive este indigente se puede sentir de manera genuina por lo que vemos, por lo que escuchamos. Los tracking shots extendidos nos convierten en testigos mudos de una vida en las orillas, que se sostiene por la pepena de basura (15 pesos por 16 kilos de cartón) y la solidaridad (una torta regalada por ahí, una botella de charanda pa'l frío por allá). El tono semi-documental del filme cambia de improviso: Rosa (Mercedes Hernández) aparece y le informa al Chano que su ahijado está en la cárcel, acusado de violación y homicidio. En realidad, el muchacho -que nunca veremos en pantalla- ha sido detenido, aparentemente, porque no reportaba sus ganancias de puchador a cierto corrupto comandante policial de Iztapalapa (Juan Carlos Torres). Chano se quita los andrajos que mal lo visten, se rasura, se baña, conecta a algún compadre, se hace de una fusca y vuelve a las calles, pero ya no se mueve en el margen. Ahora, letal fierro en mano, voluntad de vivir y matar recuperada, Chano -cual émulo chilango del inolvidable Terence Stamp de Vengar la Sangre (Soderbergh, 1999)- ha vuelto por sus fueros. La ventaja es que policías y delincuentes -pero, ¿hay alguna diferencia?- saben quién es y de lo que es capaz. La desventaja es precisamente eso mismo: además, todo mundo sabe por dónde anda. Chano no puede esconderse. Da la sensación que tampoco le interesa. La segunda parte de Despertar el Polvo se convierte, entonces, por unos minutos, en un emocionante thriller urbano en el que la cámara de Casillas -otra vez en tomas extendidas, otra vez en tracking shots- sigue al Chano escurriéndose por los callejones, corriendo por la oscuridad, disparando en plano general o vaciando la pistola fuera de cuadro, en una explosión de violencia que no es otra cosa más que una forma de redención y de sacrificio demandado por Dios, pues "el pecado es inevitable", tanto como la misericordia del Creador. Por este logrado escenario claramente alegórico, el epílogo fantástico me parece de más: un serio paso en falso de una película que no necesitaba de este tipo de devaneos para subrayar lo que tan bien se había construido en los 70 minutos anteriores. Sin embargo, aún y con este desenlace místico, Despertar el Polvo muestra a un cineasta interesante que tiene dos cintas más que visibles realizadas en un periodo muy corto, en años consecutivos. Esperemos que la buena racha continúe.