A estas alturas del verano, muchas familias, parejas, amistades y almas solitarias, ya se habrán ido a infestar las playas. Y en sus aguas, además de flotar como boyas y bracear con torpeza, sonrientes y cómplices también se habrán cagado y orinado. Cuando no, y sin inmutarse, habrán enterrado colillas en la arena y abandonado compresas y condones usados al capricho hipnótico y sedante de las olas.
De dónde vendrá ese irrespeto por uno de los reclamos poéticos más manidos.