360. JUEGO DE DESTINOS
Título original: 360. Director: Fernando Meirelles. Guionista: Peter Morgan (basado en la obra de Arthur Schnitzler). Fotografía: Adriano Goldman. Reparto: Anthony Hopkins, Jude Law, Rachel Weisz, Ben Foster, Moritz Bleibtreu, Jamel Debbouze, Marianne Jean-Baptiste.
Una carrera de relevos necesita coordinación, pasar el testigo correctamente para que el compañero pueda continuar la marcha lo más rápido posible, sin que se le resbale y tratando de vencer a sus rivales. Una disciplina que necesita que su equipo se entienda a la perfección, que nadie salga antes de hora o entregue mal el testigo. 360, juego de destinos está concebida de la misma manera: varias historias cuyo nexo de unión es un personaje común entre historias que pasa el relevo a otro personaje, cambiando así de trama cerrando un círculo bastante completo.
El problema de la película de Fernando Meirelles es que le resbala el testigo más de una vez por una mala coordinación de su equipo. Una carrera a ritmos cambiados en que sus estrellas corren plácidamente, empujadas por su status y por su superioridad sobre el resto de actores, mientras que sus gregarios se esfuerzan por mantener el ritmo y dar lo mejor de sí. El desequilibrio es evidente, dejando más tropiezos por el camino que sprints memorables. Y como en las malas carreras, lo mejor llega hacia el final cuando ya es tarde para remontar, con un Anthony Hopkins fantástico en una reunión de alcohólicos anónimos o un golpe final intenso y bien argumentado. Ambas secuencias elevan el nivel de la película, pero no consiguen remontar el vuelo y disipar la sensación de película fallida.
Meirelles no ha encontrado el equilibrio en esta película coral por capítulos, un contratiempo a veces difícil de salvar cuando uno se enfrenta a un filme tan fragmentado. Además, los cabezas de cartel no ocupan el grueso de la película, lo que contribuye a una cierta sensación de vacío y decepción al ver que los actores más desconocidos llevan el peso de las diversas tramas. La mayoría están correctos, pero no consiguen evitar el pensamiento que se podría haber hecho más, salvando algunos momentos que son francamente buenos.