Autor: Tácito. Tras un reciente cambio de gobierno en España en el que algunos ministros cesaron en sus cargos, hubo un cierto revuelo en la Red al respecto de la reacción de los cesados en el momento de abandonar sus puestos. Algunos expresaron su decepción con lagrimas y otros trataron de congelar la sonrisa para no dar muestras demasiado evidentes de lo que representaba una situación bastante dolorosa para ellos.
¿Qué tendrá el poder, se plantearán los sensatos, que su simple perdida programada (nada dura eternamente) causa tan profunda decepción y un duelo comparable a la mayor de las congojas que pueden aquejar a un hombre?
Los efectos adictivos del poder, entiendo, resultan a la vista de algunas reacciones, parecidos a los provocados por la droga más dura, porque si no resulta incomprensible que haya algunas personas (la generalización es pérfida e injusta) dispuestas a todo por detentarlo y capaces de aguantar para su conservación bajezas cuyo sólo relato bastaría para sentir rechazo.
Pero vayamos a la persona que es lo que nos interesa y la que interesa siempre tras cualquier historia que se vive (justificadamente o no) como un drama.
Tras la pérdida del poder, y según un diagnostico bastante extendido, se produce un vacio insondable. Los días llenos de citas, reuniones y comparecencias de diferente tipo; las jornadas eternas colmadas de toma permanente de decisiones, de órdenes y resoluciones, de llamadas telefónicas inacabables, de comidas, viajes, discursos… quedan de repente en blanco. La asimilación de la nueva situación conlleva tiempo y un periodo de aflicción inevitable.
La fuerza para sobrellevar todo este proceso procede de dentro y estará cimentada en el trabajo previo para asimilar que todo tiene una fecha de caducidad y que en la vida, eventualmente, se ocupan cargos en un momento concreto, pero que la falta de ellos no nos disminuye como personas. Afianzando estos conceptos se tardará menos en superar la situación.
Y por supuesto, recomenzar, tras el correspondiente tiempo para la reflexión que nunca debe de ser esquivado, a llenar la agenda de nuevos proyectos y de nuevas aventuras vitales. Quizá será el instante perfecto para recuperar los sueños aplazados por las obligaciones sin freno.
Y dicen también los expertos que resultará fundamental para la recuperación de un estado de ánimo sereno, el comportamiento exhibido durante el ejercicio del poder. Quien haya ejercido el poder de forma despótica tendrá muy difícil reintegrarse a una sociedad en la que esos modos no se sostienen sino a base de miedo. Por ello es importante cuando se está al mando, no abusar de la posición arbitrariamente; sin empatía ni clemencia. Dice un viejo y sabio consejo: respétalos al subir, porque te los encontrarás al bajar.
Reflexión final: El que quiere tener poder sobre los demás es aquel que no ha logrado tener poder sobre sí mismo.
Revista Coaching
379.- "Para quienes ambicionan el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio."
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