Autor: Khalil Gibran. Cuantas veces nos dejamos inundar por la apatía cuando algo simplemente no nos gusta y dejamos pasar indolentes las horas, conformándonos con hacer las cosas sólo de manera que queden hechas, pero sin poner ni un gramo más de talento o de ingenio o de ganas que los estrictamente necesarios para quitarnos la tarea de en medio.
Si, ya sé que todos los que así lo hacen argumentarán con mil razones distintas su dejadez. Dirán, por ejemplo, que no tienen un reto a su altura, que ellos han nacido para hacer otra cosa y no lo que en ese momento les ocupa, que se esfuerzan mucho más que otros que están a su alrededor y que, sin embargo, ganan o son menos que ellos, que la vida les ha tratado muy mal… justificaciones nunca faltan para hacer lo más fácil: simplemente no hacer nada.
Puede resultar duro expresarlo así, pero cuando la desgana se instala en nuestro día a día, estamos acabados, porque cualquier cosa que hacemos es consecuencia directa del esfuerzo y del cariño invertidos en ello.
Y estoy seguro que si lo que pretendemos es cambiar o reorientar nuestra actividad, el camino para lograrlo no es la inapetencia o el fastidio continuo por lo que ahora nos ha tocado hacer. Esa la mejor manera de oxidarse para cuando lleguen otros retos, que llegarán, y que al haber sucumbido al hastió, nos pillarán desentrenados e incapaces de responder adecuadamente.
El dilema es que esto nos obliga a dar lo mejor de nosotros de continuo y sin bajar la guardia, lo cual conlleva sacrificio, pero, buena noticia, no necesitaremos recurrir a lo que no tenemos para salir de esa dinámica, sino poner todo el valor de lo que somos en cada cosa que hagamos sin importarnos qué cosa sea.
Hay una leyenda que me contaron al respecto de un carpintero a punto de retirarse y al que su jefe, aún conmocionado por la pérdida de su mejor trabajador, le pidió como favor postrero a todos los años que habían permanecido juntos, que construyera una última casa y después de ello, eso si, se retirara a descansar. El carpintero acepto el encargo, aunque se encontraba ya muy cansado, y se puso manos a la obra.
A medida que iba cumpliendo con la tarea prometida, las ganas se le iban yendo al pensar que su jefe había sido muy egoísta pidiéndole esa última construcción después de todo lo que había trabajado para él. No se merecía, pensaba, que le pidiera ese último sobreesfuerzo y así, pensando y pensando en ello, iba poniendo cada vez menos afán en la tarea, de tal manera que esa, probablemente, sería la peor casa que jamás construyera. Quería terminarla cuanto antes y ya cuando por fin acabo, mucho antes que otras veces, se dirigió a su jefe para despedirse de él.
- Cumplí con mi promesa y aquí tienes mi última casa construida, le dijo.
- No sabía, le contesto su patrón, cómo podía pagarte todos estos años de esfuerzo y de abnegada labor. Pensé que nunca podría corresponder a tanta entrega y a tan buena labor y efectivamente es así. Lo único que se me ocurrió es regalarte esta casa. La última que construiste y que será también a partir de ahora tu hogar.
Reflexión final: "La apatía es la solución, es decir, resulta más fácil abandonarse a las drogas que enfrentarse a la vida, robar lo que uno quiere que ganárselo, pegar a un niño que enseñarlo. Por otra parte el amor requiere esfuerzo, trabajo." (Morgan Freeman – Seven)