Autor: Tom Stoppard. Hay personas que se obcecan de tal manera con una idea tan exclusiva, y tan excluyente a la vez de otras opciones, que se convierten en jugadores de póquer persuadidos de la bondad insuperable de su jugada y de la imposible pérdida de la mano, apostando todo cuanto tienen en ese único envite.
El hecho de estar convencidos y confiados de que aquello en lo que estamos empeñados resulta una jugada invencible, sin duda contribuirá al éxito -pocas cosas favorecen más la victoria que una actitud ganadora-, pero conservar una cierta dosis de cautela debe ser, creo, imprescindible. Resulta, porque así es el juego, que al levantar las cartas comprobamos que sobre la mesa hay quien tiene una mejor jugada. ¿Y entonces?
Nos ocurre en la vida cuando apostamos todo a una sola faceta de la misma, ya sea la laboral, familiar o de cualquier otro ámbito exclusivo, cuando lo ideal es mantener el equilibrio entre todas, para que si alguna de las patas de esa ‘mesa perfecta’ quiebra, podamos sostener nuestra vida, sin mayor zozobra, con las demás.
Diversificar, es el criterio. Hacer tareas y proyectos distintos que nos completen y satisfagan y no limitarnos a concentrar todas nuestras energías, conocimientos, esperanzas y entusiasmos en un solo propósito por muy grande o estupendo que sea.
Somos prácticamente ilimitados en cuanto a nuestras capacidades y a lo que podemos plantearnos hacer. Por ello, el fiarlo todo a una única mano resulta una exhibición de riesgo temeraria y poco juiciosa, ya que de ahí en adelante el juego simplemente se acaba: no se puede jugar sin fichas.
En definitiva, es una demostración de lucidez de quien así lo hace, construir diversos mundos paralelos e igual de gratificantes, porque cuando somos dueños de un solo mundo y este se viene abajo, el cataclismo es total y remontar desde las cenizas de nuestro solitario mundo desolado costará más de lo que imaginamos... si es que llegamos a lograrlo alguna vez.
A vueltas con el póquer, y para terminar, Anthony Holden describió a quienes lo juegan así: "Tanto si le gusta como si no, el carácter de un hombre en la mesa de póquer está desnudo; si los demás jugadores le llegan a conocer mejor que él a sí mismo, él es el único culpable. A menos que sea capaz y esté preparado para conocerse como lo hacen los otros, con defectos y todo, será un perdedor, tanto en las cartas como en la vida."
Reflexión final: Jugar, y nunca perder, no puede ser, porque nadie es un ganador en todo momento, y miente cualquiera que diga que lo es.
Revista Coaching
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