Revista Coaching

398.- "Los hombres no cambian, se desenmascaran."

Por Ignacionovo
Autor: Germaine De Staël. ¿Pronto para el carnaval? Nunca es pronto ni tarde porque la vida es carnaval permanente y todo el mundo, sin apenas excepción, se coloca cada mañana su particular disfraz para enfrentar la realidad, aparentando ser lo que muchas veces no se es y ocultando aquella parte de nuestra identidad a la que catalogamos de “no estrictamente pública.”
Un disfraz, por definición, es una deformación de la realidad y su éxito reside en que no nos muestra como somos, sino tal vez como desearíamos ser o creemos que los demás nos ven o nos quieren ver.
¿Y podríamos salir a la calle sin ese disfraz? Poder, podemos, pero lo cierto es que equivaldría a salir desnudos, lo que puede que no inquiete a los desacomplejados, pero si que causa una cierta zozobra en la mayoría. Nos enmascaramos, es un hecho, y no creo que lo hagamos por el placer de engañar, sino por el de servirnos de una coraza protectora que no deje a la vista nuestros más íntimos o recónditos sentimientos, lo cual sucede como con las heridas al aire: si mostramos que sangran nos hacemos más vulnerables.
Sólo nos permitimos con los más próximos mostrarnos tal y cuales somos, en la convicción de que no se aprovecharán de esa descarnada debilidad para hacernos daño. Para el resto, descolgamos del armario cada mañana la máscara de turno
Pero sabiendo esto y que todo el mundo hace más o menos lo mismo, lo que preocupa es que muchas veces nos dejemos embaucar por las apariencias. Y así, creemos que somos capaces de radiografiar y etiquetar consiguientemente y con sólo un instante de contacto a cualquier persona, determinando, ipso facto, quién nos vale y quién no. Descartamos posibilidades a una enorme velocidad de proceso y sin ninguna información, salvo nuestros prejuicios y moldes preconcebidos y encasillamos a quién nos encontramos bajo un concepto concreto: bueno o malo, bello o feo, divertido o aburrido, amigo o enemigo, rico o pobre, útil o inútil, listo o tonto… y sin conceder matices a nuestro juicio, de tal manera que todo acaba siendo un ser o no ser.
Siempre deberíamos preguntarnos qué hay detrás de lo que observamos. Ir retirando pacientemente capas superfluas hasta llegar a la verdadera esencia de lo que vemos. Si no disponemos de tiempo para ello, al menos no establezcamos un criterio que sirva para siempre: como cuando nada más conocer a alguien se piensa: “este es tonto de remate” y ya puede el ‘tonto’ de turno hacer malabares y demostrar una infinita sabiduría en todo lo que haga de ahí en adelante, que a nuestros ojos y a partir de entonces, ya será tonto de por vida.
Si pensamos, como decía al principio, que en realidad todos nos paseamos con un disfraz que camufla a la persona que verdaderamente somos, sería fácil prescindir de los juicios… porque no se puede tener una opinión formada de lo que no se conoce.
Reflexión final: “Había conocido en mi vida a los más grandes artistas y a la gente más culta y triunfadora, pero ninguno de ellos era feliz, aunque algunos lo simularan. Detrás de la máscara podía adivinarse, sin mucha clarividencia, la misma angustia y el mismo padecimiento. Y es que en este mundo no existe quizá la dicha. No hay sino momentos felices.” (Isadora Duncan)


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