La noche del domingo fue triunfal para Jordi Évole. Primero: consiguió sentar en una mesa a los dos políticos emergentes que más titulares llenan: Pablo Iglesias y Albert Rivera. Segundo: 5.214.000 personas vieron el debate. Y tercero: ha provocado las olas que moverán el mar político en los próximos meses en España. Visto que en la tierra del Cid no estamos especialmente acostumbrados a los debates políticos en televisión (más allá de las tertulias del sábado por la noche), he querido recoger cuatro aciertos que podemos sacar en limpio del Salvados del domingo.
Cuatro aciertos de una noche política Acierto uno. La introducción. Todos nos hemos subido en un ascensorRomper el hielo en una conversación no es nada fácil. Nos convertimos en meteorólogos en un ascensor porque sabemos que el silencio nos estrangula en dos metros cuadrados. La introducción del debate colocó a los protagonistas en una de esas situaciones en las que te preguntas dónde está el resto del mundo. Miras la hora y piensas que la maldita pila está fallando. ¿Cómo van a ser las dos si salí de casa a menos cinco?, te preguntas mientras intentas no parecer tenso. Pero lo estás. Rivera e Iglesias estaban tensos mientras escarbaban en los temas que tienen en común. No hablaron del tiempo (hubiera sido memorable) pero trataron temas en los que el vecino del cuarto es experto. Fue la parte más innovadoras en un debate ya de por sí diferente. Que todos somos humanos, con nuestras inseguridades y miedos, es algo que sabemos pero que los debates tradicionalmente han ocultado: allí están ellos; en su mundo, y aquí; nosotros, tan diferentes y en pijama, en nuestro salón.
Acierto dos. El dónde importa. Todos hemos crecido en los baresNo se me ocurre un lugar más apropiado para celebrar un debate político que un bar. En los bares se habla de política y deporte. En los bares se defienden ideas, tanto meditadas como absurdas, con perfume de rabas de calamar. En los bares nos encontramos y nos perdemos en divagaciones a medida que la barra se va llenando de vasos vacíos. Sin bares, España perdería la ñ. Iglesias y Rivera se sentaron en el bar que hace esquina en nuestro barrio. Aquel en donde Ramón se hurga los dientes con un palillo y que esconde una freidora que recuerda la inflación de los setenta. Aquel en donde el olor a faria venció a la Ley Antitabaco. Donde nos ponen el café de las doce y su pincho de tortilla. La barra se limpia con Larios y siempre hay un "buenos días" flotando en el aire aunque el día no sea más que la continuación del día de mierda que fue ayer. Évole pulsó la tecla correcta. Vimos el debate de cerca. Éramos el tipo que daba la espada a las cámaras. El que se bebía un café manchado con orujo.
Acierto tres. Los medios. Nadie se perdió entre papelesAlgo que se aprende en la Universidad es que no queda nada bien presentar un trabajo con folios en la mano. En los debates electorales convencionales siempre hay alguno que se pierde entre párrafos, esquemas, tablas y gráficos. Pablo Iglesias y Albert Rivera sobre la mesa solo tenían un café con leche que terminaron tomando frío. El debate fue con lo puesto. El encanto de la improvisación. Dicen que los niños y los borrachos son los únicos que dicen la verdad y, bueno, lejos de la infancia y la embriaguez, la fachada es menos fachada cuando las preguntas nos pillan sin papeles que nos socorran.
Acierto cuatro. El tiempo. El imaginario cronómetroÉvole pasó totalmente desapercibido. Allí estaba, bebiéndose su café, peguntando sin extender el signo de interrogación y mirando de lado a lado como un digno aficionado al tenis. No cayó en la tentación de ser el protagonista. En esa mesa, él podía haber hundido a cualquiera de los dos: en la improvisación pueden salir flechas disparadas. No puso un cronómetro entre Rivera e Iglesias. Respetaron sus turnos y se interrumpieron sin que el bar pareciese un gallinero. No echamos en falta el " 3,2,1, se terminó su turno señor Iglesias" ni el " guarde la respuesta para su minuto de réplica, señor Rivera ".
...y una pequeña reflexión sobre los futuros debatesEn las próximas semanas todos los candidatos dirán que están dispuestos a debatir. Habrá debates. Más de uno. A dos, a tres, a cuatro. No sé. Ahora bien, aunque se pueda tomar como base la esencia del debate del domingo, hay algunos aspectos que se deben modificar de cara a unas elecciones generales con tantos puntos (y puntas) en el horizonte. En primer lugar, el debate debe ser cercano, distendido y flexible pero apostando por la exhaustividad (en el debate del domingo, al premiar la espontaneidad, se perdió en cierta medida la exhaustividad en los datos). En segundo lugar, y lógicamente, el debate debe ser en directo. Que se note el sufrimiento. Que se palpen las dudas. Que caminen sobre un delgado hilo y que vean, de cerca, tan cerca como la gloria, el precipicio de la brusca pendiente descendiente de un sondeo a pie de urna.