Revista Coaching

402.- "Tenía la llave del éxito, pero no sabía llamar a la puerta."

Por Ignacionovo
Autor: Sánchez Tarazaga. Las puertas resultan una excelente metáfora para explicar nuestra evolución vital. Desde que nuestros padres dejan de abrirlas por nosotros, cuando adquirimos el mínimo juicio o el suficiente coraje para ello, no paramos ya de franquearlas en toda nuestra vida. Cada vez que abrimos una significará que hemos consumido una etapa y que toca penetrar en nuevas estancias; con distinto decorado, con diferentes actores y con la expectativa de descubrir las experiencias adecuadas que nos ayuden a encontrar la siguiente puerta.
Y no me refiero sólo a las puertas que nos llevan de una edad a otra, sino también de todas y cada una las que entretanto debemos de ir abriendo: la del amor, la profesional, la de la amistad, la del éxito y el fracaso; las que nos conducen hacia lo que anhelamos o nos alejan de lo que tememos.
Tras cada puerta nunca sabemos lo que espera y ese misterio es tal vez también el verdadero enigma de la vida: ir decidiendo en cada momento qué puerta debemos abrir para no extraviarnos en el laberinto.
Y dejamos a veces algunas puertas entreabiertas porque el miedo nos impide cerrarlas del todo, como si sintiéramos que podríamos arrepentirnos y necesitaremos volver atrás a recuperar aquello que habíamos dado por concluido. Lo hacemos sin pensar que en el momento en que una puerta se cierra, otra inevitablemente se abre y que esto es algo que sólo se cumple si hemos cerrado convenientemente la anterior.
Sin embargo, lo que de verdad puede lastimarnos y a la vez debilitarnos, es estar de pie frente a la puerta que toca abrir y no ser capaces de hacerlo, por el pavor que nos provoca no saber qué nos espera tras ella. Paralizados por la desconfianza o la cobardía, preferimos abstenernos antes que intentarlo.
LA PUERTA INFRANQUEABLE
En una remota tierra en guerra existía un rey que causaba terror. Siempre que hacía prisioneros del bando rival no los mataba inmediatamente, sino que los trasladaba a una sala en uno de cuyos extremos se encontraba un grupo de arqueros y en el otro una colosal puerta de hierro. Ornamentando la puerta, es un decir, un sinfín de calaveras cubiertas de sangre.
En dicha sala el rey hacía a formar un círculo a los prisioneros y les decía:
- Ustedes pueden elegir entre morir atravesados por las flechas de mis arqueros o pasar a través de esa puerta misteriosa.
Todos elegían ser abatidos por los arqueros ya que entendían que esa sería una muerte mucho menos dolorosa y bastante más rápida que la que les esperaba al otro lado de la puerta.
Al concluir el conflicto, un soldado que por mucho tiempo sirvió al rey, se dirigió al soberano y le dijo:
- Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?
- Dime soldado.
- ¿Qué hay a detrás de esa horrorosa puerta?
- Ve y mira tú mismo.
El soldado abrió temerosamente el portón y, a medida que lo hacía, rayos de sol iban penetrando e iluminando la estancia para, finalmente, descubrir sorprendido que la puerta se abría sobre un camino que conducía a la libertad.
El soldado asombrado miró hacia su rey que le dijo:
- Yo les daba a todos ellos la alternativa, pero preferían morir que arriesgarse a abrir esta puerta.
Reflexión final: nunca dejes ninguna puerta sin abrir.


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