Lo que hizo esa mujer en horas de trabajo fue la gota que colma, la gran vacilada y el pasotismo supremo. Y aunque de eso ya hace diez años, lo seguimos teniendo grabado a fuego en las retinas, por lo que no puede seguir impune por más tiempo. No basta con que pidiera perdón y el Gran Arquitecto se lo diera. Cuando se descubre a una bruja, no es suficiente con que haya quedado retratada: también hay que meterle la escoba por el culo, aun compartiendo al cien por cien el uso que le hubieran dado Los Sirex de tenerla.
Pero hoy el universo sonríe a los justos y donde Themis falló, triunfamos nosotros. Porque ahora, después de años de concienzuda planificación y templanza, mis amigos Crisógono, Demenciano, el Loco y yo tenemos a esa mujer donde queremos, que no es otro sitio que el apolillado maletero de nuestro Ford Falcon, dirección a un lugar donde el silencio es monarca y la paz eterna, hostia y amén.
Una vez allí, coche aparcado y fardo humano al hombro transportado por turnos, con el mutismo de la luna como testigo, el denso humo de la matuja y la voz nasal de B-Real guiando nuestros pasos, vamos al punto más alto de la colina de los cipreses a cavar una tumba. Ahí, la otrora Ministra de Sanidad y Consumo de España, podrá jugar al Candy Crush todo lo que quiera sin temor a que las cámaras de televisión la graben como hicieron en el Congreso.
Eso si consigue desatarse y quitarse el iPad de la boca, claro.
