Revista Coaching

431.- "La mayoría de nuestras equivocaciones en la vida nacen de que cuando debemos pensar, sentimos, y cuando debemos sentir, pensamos."

Por Ignacionovo
Autor: John Churton Collins. Cuántas veces nos habremos llevado las manos a la cabeza en un claro gesto de impotencia, al comprobar que aquello que habíamos pensado (o malpensado), no era exactamente así.
No somos dioses, aunque algunos lo pretendan, como para ver más allá de las evidencias e interpretar y decodificar lo que no distinguimos nada más que parcialmente y , por tanto, no conocemos en toda su extensión.
Si te digo que las cosas no son exactamente como pensamos, seguro que estarás de acuerdo conmigo ya que eres lo suficientemente racional, pero eso no evitará que la próxima vez que tengas, bien la necesidad o bien la curiosidad de saber algo, trates de adivinar, en vez de atenerte a la evidencia de lo que de cierto ya sabes.
Vemos la realidad con nuestras gafas (graduadas sólo para nosotros) y llegamos a conclusiones precipitadas, porque queremos tener una opinión formada cuanto antes. Sin esperar a la resolución de los acontecimientos, o al menos a poseer algún indicio más que avale nuestra primera impresión.
No hay que olvidar que cada situación, conflicto o suceso, oculta secretos matices y que de conocerlos, cambiarían completamente nuestra perspectiva sobre ellos... como hemos comprobado tantas veces.
Hay una historia al respecto que me contaron hace tiempo y que refleja muy bien el espíritu de lo que digo.
Una mujer aguardaba su vuelo en la sala de espera del aeropuerto. Como debía esperar el tránsito hasta otro vuelo unas cuantas horas, decidió comprar un libro para entretenerse. A la vez adquirió un paquete de galletas con las que entretener el hambre.
Se dirigió a la sala VIP y se dispuso a aguardar el turno de su vuelo. Justo al lado del asiento donde había dejado la bolsa con las galletas, se sentó un hombre provisto de una revista que comenzó a leer con fluidez.
Cuando ella cogió la primera de las galletas, el hombre también cogió una. La mujer se sintió indignada ante el atrevimiento de su compañero de asiento, pero no dijo nada, sólo pensó: "Pero, que descarado. Si tuviera ganas de bronca la daría un golpe en el ojo, para que no se olvide que las cosas hay que pedirlas".
Cada vez que ella tomaba una galleta, el hombre también hacía lo propio. Aquello la dejaba tan irritada, que no conseguía reaccionar. Cuando quedaba apenas una galleta, pensó: "Y ahora, ¿que será lo que este desconsiderado va a hacer?". Entonces, el hombre dividió la última galleta por la mitad, dejando la otra mitad para ella.
Aquello resulto excesivo para la mujer que se puso a bufar de la rabia. Cerró su libro con violencia, recogió sus pertenencias y se dirigió a la zona de embarque.
Una vez sentada confortablemente, en su asiento, ya en el interior del avión, miró dentro de la bolsa y para su sorpresa, su paquete de galletas estaba allí... todavía intacto, sellado e integro. De repente, sintió vergüenza. Solo entonces percibió lo equivocada que estaba. Había olvidado que su paquete de galletas estaba guardado dentro de la bolsa. El hombre había compartido sus propias galletas, sin sentirse indignado, nervioso, consternado o alterado y sin embargo ella… 

Y ya no había tiempo para explicaciones... ni para pedir disculpas.
Reflexión final: "Experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones." (Oscar Wilde)

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