Autor: Henri Matisse. Cuando nos ponemos a elucubrar -a lomos de nuestra mente mono dando saltos de liana en liana-, al respecto de algún acontecimiento, empleamos igual energía en pronosticar una feliz conclusión o un fatal desenlace. No es un problema de economía de esfuerzo o que el hecho de pensar negativamente consuma menos y desgaste en menor medida el cerebro. Y entonces, ¿qué nos lleva a colocarnos, sin mayor información, en la esquina pesimista?
Muchos tienden a predecir un resultado negativo antes de tiempo para que cuando llegue la resolución, el dolor de la decepción esté ya atenuado. Una especie de salvaguarda previa que intenta proteger de algo que aún no ha ocurrido y que, en muchos casos, nunca llega a ocurrir.
Un pensamiento negativo de entrada, sitúa a cualquiera más cerca del fracaso que del éxito y en el pensamiento positivo sólo encontraremos ventajas. Al parecer, según diferentes estudios, las personas con perspectivas positivas se recuperan más rápidamente de una operación de cirugía, padecen menos enfermedades del corazón, sufren menos dolor cuando están enfermos, se resfrían con menos frecuencia y viven hasta diez años más. Hay una clara conexión entre la salud y una perspectiva vital positiva.
Abrazar los desafíos de la vida desde un plano positivo, permite desarrollar la resistencia adecuada para soportar las crisis y el estrés. Y el primer paso para lograrlo es el cambio en la interpretación personal sobre los acontecimientos. La receta es dar siempre un paso atrás para acceder a una visión más amplia y constatar, que si bien aquello que visto de cerca parece calamitoso, desde un poco más lejos, resulta intrascendente y con un impacto ínfimo en el global de nuestra vida.
En 1801, a los 31 años, Ludwig van Beethoven se había convertido en un potencial suicida. Vivía en la pobreza, estaba perdiendo la vista, y se revolcaba en las profundidades de la desesperación y la desesperanza. Veintitrés años más tarde, completamente sordo, ya no se suicida, y, en cambio, con energía creativa, inmortalizó su "Oda a la Alegría" en los acordes de su Novena Sinfonía.
Su transformación, en lo que se llama “Factor Beethoven”, refleja su notable capacidad para triunfar sobre la tragedia de su sordera. Había triunfado sobre sus limitaciones cuando decidió pensar en positivo.
Reflexión final: En una carta que Beethoven dirigió a un amigo…"Debes pensar de mí que llegaré a ser tan feliz sólo como lo poco que es posible serlo en esta tierra infeliz. ¡No! No lo puedo soportar. Voy a tomar el destino por el cuello y lo conquistaré. ¡Oh, qué hermoso es vivir y vivir mil veces!”
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