Autor: Confucio. Calma y serenidad. Es un hecho que la vida pone a prueba nuestra capacidad de contención cada vez que nos coloca en situaciones límite. Momentos en los que la presión resulta tan agobiante, que es fácil que se quiebre nuestro buen talante habitual y acabemos reaccionando con un estallido súbito de desmedida violencia. Es importante cuando nos encontremos al borde de la 'estampida', que despleguemos cualquier esfuerzo tendente a sujetarnos y como prudente medida para evitar un perjuicio mayor.
El autocontrol es la clave. Desoír esa poderosa voz interior (que a medida que aumenta el conflicto, se va haciendo más audible) y que nos empuja a actuar sin pensar. Sin pensar, si, porque si nos dejara hacerlo seríamos capaces de frenar el arrebato inicial y canalizar la situación de una forma más favorable a nuestros intereses.
Complacer de inmediato los arranques de cólera, puede que sea una manera rápida y eficaz de liberar la justa indignación del momento, pero tan sólo unos segundos después viviremos la amarga decepción de no habernos sabido contener y haber dejado escapar sin freno (probablemente con crueldad excesiva y desproporcionada, por el calor del momento), aquello que deberíamos haber callado... y que, incluso, a lo mejor ni siquiera sentíamos así.
Si lo pensamos bien, cualquier réplica no inmediata, supone disponer de más tiempo para planear una respuesta, evaluar alternativas de acción y sopesar pros y contras de nuestras reacciones. Todo son ventajas.
El autocontrol no solo sirve para retener los arranques viscerales, utilidad que por sí misma ya valdría un potosí, sino que nos ayuda también a moderar otros impulsos más mundanos tales como el ‘no permitirnos’ ciertas cosas, cuando creemos que nos perjudican. Esa voz interior que nos marca limites, 'no hagas eso', 'resiste esa tentación', 'prívate de aquello porque te sentará mal', la oímos todos nítidamente; algunos optan por adormecerla y otros por atenderla. Lo primero origina frustración, lo segundo eleva nuestra propia consideración.
Y además, los daños colaterales de la pérdida del control de uno mismo suelen ser devastadores. Las reacciones viscerales se contagian a velocidad de vértigo y la rabia se expande a la de la luz. La intemperancia y la falta de respeto mutuo, acaban con más relaciones que casi cualquier otro motivo. Es muy difícil restañar las heridas de un enfrentamiento feroz, provocado quizá por una absoluta nimiedad y por no haber sabido callar a tiempo. Somos tan absurdos -o tan egoístas-, que por quedarnos a gusto según la conocida expresión, llegamos a decir palabras especialmente atroces, quién sabe si inmerecidas también, que acaban estropeando de raíz algo que tenía todo el futuro. ¿Vale la pena?
Reflexión final: Controlarnos, es controlar y quien es capaz de dominarse en cualquier situación, créeme que reinará sobre el mundo que pretenda. "Nada debe turbar la ecuanimidad del ánimo; hasta nuestra pasión, hasta nuestros arrebatos, deben ser medidos y ponderados." (Francisco Ayala)
Revista Coaching
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