Autor: Félix Samaniego. Asomarse de ordinario a esta o aquella otra ventana informativa, nos persuade de vivir en un mundo muy tramposo. La historia de cada jornada se encuentra colmada de tretas, engaños, fraudes, estafas, trucos, artimañas y resto del inventario de burlas. La política, claro, pero también la economía o el deporte, son terreno abonado para que los carentes de escrúpulos campen a sus anchas y obtengan ganancias indignas y sin mas preocupación aparente que la hipótesis de llegar a ser descubiertos. ¿De quién o de qué te puedes fiar?
Y todo eso si hablamos estrictamente de las conductas que, por su escandaloso tamaño, saltan a las paginas de los diarios, que si descendemos al detalle de lo cotidiano encontraremos también a gente común haciendo trampas regularmente en las cuestiones más pueriles; desde colarse en la fila de un concierto o en el transporte público, hasta aparcar en el lugar reservado a discapacitados o marcharse de un local sin pagar, por citar ejemplos que forman parte del paisaje habitual.
Lo más curioso de todo es que está demostrado que tenemos varas de medir distintas para juzgar el engaño propio y la mentira ajena. Nos evaluamos de forma muy laxa cuando se trata de justificar lo que hacemos o decimos (de lo que por supuesto no tenemos la culpa, sino que culpables son los demás y las circunstancias) y sin embargo, cuando descubrimos una mentira en los demás nos llevamos las manos a la cabeza y empezamos a criticar su moral defectuosa que, por supuesto, no tiene perdón posible. Esto se llama “error fundamental de la atribución” y algún día hablaremos más extensamente sobre ello.
La nuestra, me temo, es una sociedad indolente con los tramposos y en la que los principios morales resultan cada día más escasos. ¡Pero qué más decir sobre el asunto, si uno descubre que hasta los piratas tenían normas de comportamiento inviolables…!
Código de conducta pirata
Se conoce como código de conducta pirata, al acta firmada entre filibusteros para fijar las normas y castigos a ser implantados en un barco para mantener la convivencia a bordo. En términos generales, tal carta incluía el lugar y la fecha del acuerdo, nombre del barco, objetivos de la operación a realizar, reparto del botín y el establecimiento de la obediencia a los superiores. La solemnidad del juramento ante el escrito consistía en poner una mano en una botella de ron y la otra sobre una Biblia (también un crucifijo o hacha de abordaje), y se firmaba con el nombre o trazando una cruz.Entre los delitos a ser considerados se incluían ocultar lo robado, despojo entre camaradas o trampas de juego. En ocasiones se optaba por entregar al imputado a las autoridades más próximas, regularmente en Jamaica o la Isla de la Tortuga. También se estipulaba, para faltas menores, el abandono en territorio español; en el cual el individuo era dejado a su suerte con una botella de agua, un poco de pólvora, arma y municiones. Tal acción era denominada maroon. (Wikipedia)
Reflexión final: "El delito de los que nos engañan no está en el engaño, sino en que ya no nos dejan soñar que no nos engañarán nunca." (Víctor Ruiz Iriarte)
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