Qué más da que nos hayamos fumado un pitillo mientras hablábamos de nuestras familias. Que nos contáramos lo mucho que echamos de menos nuestros hogares. Qué importa que en el partido de fútbol improvisado, me tendieras la mano para levantarme del suelo cuando me barriste en el área de la portería. Que cantáramos unos villancicos y nos intercambiáramos algunos presentes.
De qué ha servido el alto el fuego si seguimos en 1914 librando la Gran Guerra desde nuestras trincheras de barro ensangrentado. Qué sentido tiene la tregua, cuando el 25 de diciembre ya ha transcurrido y de nuevo debemos amartillar nuestro fusil y ajustar la bayoneta para matarnos porque volvemos a ser enemigos. Dónde ha quedado la paz, ahora que las detonaciones se unen a nuestros gritos de guerra y nuestros respectivos mandos nos ordenan: «¡Adelante!».
