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53. En el tren de cercanías

Publicado el 02 agosto 2021 por Cabronidas @CabronidasXXI

    El verano es un ente indócil repleto de goces efímeros pero intensos.

    Corría el verano del 92. Para bien o para mal, Barcelona estaba en boca de todo el mundo; incluso en la de los tartamudos y gangosos. Ya sabes: los cacareados Juegos Olímpicos. Un viernes de aquel verano, yo estaba sentado en los asientos gastados de un vagón prehistórico de la RENFE, de permiso dirección a Manresa. Guridi, el cual tenía su parada unos kilómetros antes —si no recuerdo mal en Montcada i Reixac—, estaba a mi lado. Sin venir a cuento, dejó de planchar el culo, echó el petate a un lado y me dijo: «Cabrónidas, mira que burro me pone Eva», y liberó su polla vigorosamente erecta con desconcertante naturalidad, como quien saca un pitillo en una sala de fumadores.

    El cimbrel de aquel cabrón desvergonzado oscilaba, tensionado, como la barra de un equilibrista. Me lo quedé mirando durante un par de segundos —a él y a su polla, por ese orden— y contesté con voz atonal, deshumanizada, sin vibra: «Guridi, eres un hijo de puta». Con una sonrisa de autocomplacencia, volvió a enfundar su polla —no sin cierta dificultad— en su prisión de licra. En unos asientos más alejados, un par de monjas nos miraron con asco a la vez que se santiguaron. En un intento de disimulo, yo giré la vista hacia la ventanilla, aquel trozo de cristal plastificado cuya suciedad añeja distorsionaba el paisaje. Por un pequeño resquicio de transparencia logré fijar la mirada en el tendido eléctrico; largo, kilométrico, infinito. Guridi hizo como un puto avestruz, carcajeándose con la cabeza dentro de su petate.

    Lo dicho: goces efímeros pero intensos.



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