Revista Coaching

654.- "No siento el menor deseo de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa"

Por Ignacionovo

Autor: François Mauriac La historia sobre el dopaje de Lance Armstrong, el ciclista que venció al cáncer y que ganó (y ahora perdió) siete títulos del Tour de Francia, enfocó mi atención en el engaño.
Engañar es una debilidad compartida por todos nosotros, dicen los expertos en psicología y ética. Pero: ¿por qué esa tendencia al engaño? ¿Por qué mucha gente es incapaz de atenerse a las reglas del juego y las pervierten a su favor? ¿Qué tipo de análisis mental pesa en aquel que siendo aun consciente del fraude, no le importa lo más mínimo incurrir en él? 
“Por un lado, las personas tienden a engañar en respuesta a sus deseos e incentivos. Hay una motivación individual”, según Paul Root Wolpe, director del Centro de Ética de la Universidad Emory, en Estados Unidos. “Y luego están las presiones estructurales externas, cuando se sienten bajo presión por sus carreras o sus ingresos" En este caso, sus modelos, mentores y ejemplos son la razón por la cual las personas engañan o no.
El problema se agrava cuando es la sociedad en general, la que determina que está bien el hecho de que se intente ganar a toda costa, que es señal de sana ambición. Pero la cuestión es que ese "a toda costa", implica muchas veces saltarse a la torera las mínimas reglas éticas que deben regir el comportamiento humano. Es como cuando observamos a un jugador de fútbol desplomarse en el suelo y simular casi su muerte, con tal de que el rival sea expulsado del terreno de juego y sacar ventaja con ello. Seguro que la afición de su equipo aplaude la tramposa conducta.
La recompensa por engañar, ya sea hacer trampa en una prueba de ingreso en la universidad o hacer trampa en una competencia atlética, es que ganas y obtienes todos los beneficios y reconocimientos que conlleva la victoria... si no te descubren. Y este es un aliciente suficientemente atractivo para muchos.
Me contaba un joven amigo universitario, que su compañero de habitación despotricaba a menudo acerca de lo frustrante que resultaba para él poner mucho trabajo y esfuerzo en hacer bien su tarea (estudiar y aprobar los exámenes), mientras que las personas que le rodeaban usaban trucos para alcanzar el mismo resultado. Sentía una injusticia que la gente lograse iguales calificaciones que él, sin el sacrificio que a él le suponía.
Pero me temo que estar molesto con la injusticia del mundo es estar constantemente irritado y una forma agotadora de vivir. Creo (más bien quiero creer) que al final cada uno obtiene lo que se merece de una forma u otra y que lo mejor es no pararse a evaluar el nivel de justicia o de injusticia de lo que nos rodea, porque podríamos enloquecer.
Pero que este panegírico en favor del juego limpio no nos confunda: Todos los seres humanos mentimos, incluso si es una mentira piadosa del tipo: "¡Oh, te ves maravillosa en esos pantalones o con ese exuberante vestido!" Pero hay una clara diferencia entre esto y la violación grave de las reglas estipuladas por la sociedad y de la que se puede derivar, incluso, una consecuencia legal.
¿Hemos perdido entonces  nuestro compromiso fundamental con la integridad y el juego limpio? Creo que aún hay esperanza, pero para ello debemos de cesar en inculcar a nuestros hijos, por ejemplo, las más altas expectativas, o dejar de presionar a los adultos para que ganen más allá de sus propios límites y evitar, al fin, que el triunfo sea un rasgo distintivo del éxito, cuando hay otros muchos factores que no tienen nada que ver con ello y mucho más importantes para determinar el buen aprovechamiento que de su vida ha hecho una persona.
Mantener tu palabra, decir la verdad, evitar herir a los demás, ser justo y compasivo, todo esto requiere mucho trabajo. Es, desde luego, mucho más fácil y descansado hacer trampa. Pero recuerda que ningún camino que sea capaz de llevarte a un lugar interesante ha sido nunca sencillo y que la excelencia es privilegio de los fuertes.
Reflexión final: "Los trucos y las traiciones son práctica de tontos, que no tienen cerebro suficiente para ser honestos." (Benjamin Franklin)

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