Revista En Femenino

A buenas horas...

Por Mamaenalemania
En la recta final (pero final-final) del embarazo, una deja de ser a ojos de los demás – así como por arte de magia – la incubadora egoísta y tontorrona de los últimos meses.
De cínicos sería negar que el alivio por dejar de ser tratada como un envase es grande. El problema es que esto suele pasar justamente cuando una misma empieza a sentirse así.
Una lleva casi nueve meses oyendo desde todos los frentes el agotador y deprimente “piensa en/hazlo por el bebé” por cualquier cosa. Y no, no hablo de tomarse una copita de vino o pedir extra de queso en la pizza. El estado incubadora vale para cualquier cosa: No puedes ponerte triste o llorar (aunque estés viendo los Puentes de Madison o se te haya muerto el canario) “porque el bebé lo nota y le afecta”; no puedes enfadarte o pegarle 3 gritos a tu marido (aunque haya invitado a 10 amigotes a ver el partido el día tu cumpleaños) “porque el bebé lo nota y le afecta”; no puedes sufrir ansiedad (aunque hayas dejado de fumar) “porque perjudica la salud del bebé”, ni seguir haciéndolo por Ídem, ni por supuesto se te ocurra aplacar los nervios con comida “porque si engordas mucho aumentan la probabilidades de que tenga problemas de sobrepeso, colesterol, circulación y corazón cuando sea mayor.”
Los “vaya madre que vas a ser/habértelo pensado antes” se los suelen callar, gracias a Dios. O al bebé, claro, no vaya a ser que encima te cabreen (y sin razón, por supuesto, que la histérica eres tú) y le vayan a crear a la criatura más estrés todavía, pobre, que ya tiene bastante con la madre que la va a parir.
El caso es que pocas semanas (o días) antes del feliz y doloroso acontecimiento, dejas de ser un envase para convertirte en algo así como una monja a punto de ingresar a clausura. Y tonta, para más inri.
Se acabaron los “por el bebé” y empezaron los “¡no seas tonta, aprovecha!”
Resulta que cuando te preguntan qué tal y la respuesta es que estás harta y deseando soltarlo, te advierten, pobrecita (ahora sí) de la que se te avecina:
- “¡Aprovecha para salir a divertirte!” Sí claro, la perspectiva de estar un par de horas sentada en algún sitio (el cine o un restaurante) o de pie (en un bar), viendo como los demás beben (tú no) y bailan (tú ni de coña) y visitas constantes a un baño público (que estás tú como para hacer muchos equilibrios para no apoyarte) es de lo más tentadora. La gente no entiende que lo único que quieres es poner los pies en alto y aguantar más de 30 min. sin ir al baño (de tu casa, si es posible).
- “¡Aprovecha para dormir mucho!” ¡ja! ¿hace cuántas semanas no duermo más de 2 horas seguidas, entre visitas al baño y tirones en las piernas (que me obligan a saltar de la cama y dar vueltas por el cuarto saltando a la pata coja)?
- “¡Aprovecha para ir de compras!” ¿Ir de compras? Supongo que se refieren a cosas para el bebé porque, lo que se dice para mí, lo único que puedo probarme son chaquetas. El resto de la ropa me deprime y es que a estas alturas, el recuerdo de haber tenido un cuerpo “normal” es más bien borroso. Pensar que volveré a tenerlo me parece increíble directamente.
- “¡Aprovecha para disfrutar de tus otros hijos!” Esta es la peor de todas, teniendo en cuenta que mis hijos son como gremlins saltones y sólo quieren marcha. Embarazada de 8 meses y pico, llegar al suelo, permanecer sentada y volver a levantarse (aunque se haga en 5 minutos) equivale a un entrenamiento de triatlón completo en una persona normal, por si no se habían enterado. Podría permanecer de pie, claro está, pero jugar al fútbol (de portero, obvio) con el bombo tiene sus riesgos: que el niño pierda de vista la pelota un segundo puede desencadenar un dramón, con madre malísima incluida, hasta que consigues explicarle que no, no te la has tragado tú.
Y así está todo el mundo últimamente a mi alrededor. Pensando además que estoy tonta, porque el único partido que le he sacado al bombo han sido unos minutos, cuando me dejé llevar por mi narcolepsia aguda encima de la alfombra de su cuarto, en una versión casera y adaptada del nuevo biojuego Liberad a Willy. Hasta que su padre, en vista de la nueva fijación de los niños por las ballenas, tuvo la genial idea de contarles Moby Dick y me jodió la siesta.

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