Revista Deportes

A cada cual, lo suyo

Por Antoniodiaz

A cada cual, lo suyo

Javier Arroyo. De Blanco y Azabache


Es bueno que el Toreo, ya sea en Cultura, Interior o Hacienda, arrastre siempre una corriente enfervorizada de pluralidad de opiniones. Que grande y profundo debe de ser esto para que no haya torero o ganadería que no tenga partidarios y detractores dispuestos a partirse la cara. Puestos a tener ministerios y regentes inútiles como tenemos ahora, podrían inventar el Ministerio de la Pasión, que iría mejor con la tauromaquia y con las gentes que a ella nos asomamos.
Digo esto por la facilidad con la que nuestra afición, desmedida hacía algunos personajes muchas veces, nubla nuestra razón. La mía, la primera, la más ciega. Consabida es la rivalidad entre Ponce y José Tomás, representantes de dos maneras antagónicas de entender el toreo y manejar el taurineo. Los poncistas, por norma, echan pestes sobre el de Galapagar. Al revés, tres cuartas de lo mismo. También existe un limbo, dónde me hallo, y que ven a estas dos figuras con una mirada de realidad que las sitúa entre las mejores coletas de finales del siglo XX y principio del XXI. Pero que, por mucho que algunos inflen su toreo, no se acercan a las glorias taúricas que siguen toreando -y muriendo- cada vez que echas una ojeada al Cossío.  En pureza, a José Tomás se le han visto tardes con las que jamás habrá podido ni soñar el valenciano. Pero es justo reconocer que Ponce se ha puesto, y ha triunfado, con verdad y oficio, ante galafates que serían la pesadilla de Tomás. Por mucho que las modas y los años vayan creando movimientos antinosequién y pronosecuántos, como en el que estamos ahora, en el que lo sano es atizar a Ponce sistemáticamente y elogiar a José Tomás, el toro, que es el que manda, y el partidario y detractor número uno de cada torero, pone a cada uno en su sitio. Ni José Tomás es Dios, ni Ponce es la serpiente del Paraíso. Ni el primero es tan grande, ni el segundo tan pequeño.
Y para muestra, un botón. Mientras ayer en Huelva, se corrían toros que en otros tiempos se hubieran anunciado en el cartel de una novillada como desecho de tienta, hace unos días, en Mont de Marsan, se repetía una historia mil veces escrita: la de Enrique Ponce con un manso. O con un Samuel, que esa también es otra. Quiero ver a más figuras con los samueles, estén podridos o no, como dicen algunos de los que para adorar a su diós, castigan por actuar como obliga su instinto, a su serpiente del Paraíso. Quiero a July pasando el mal trago de ver, en una cabeza, todos los pitones juntos que vió en el mes de junio. Quiero a Morante escacharrando relojes entre esa cuna. Quiero a Manzanares, con su temple y su trampa, delante del que podría ser el padre del novillote que indultó en Sevilla. Y cómo no, quiero a Tomás, permaneciendo pétreo ante las embestidas descompuestas y encastadas de un bicho menos comercial.
No me puede venir después de escribir esto a la mente otro que no sea el Cid. Un tío que toreó en pureza -lo que decíamos tiene Tomás-, una amplia gama de encastados y pavorosos garlopos -que es la parte fuerte de Ponce- y que, "a pesar" de esas virtudes que son tesoro, va a acabar siendo un torero para malditos.
Quizás sea porque la tauromaquia esté maldita.
Video de Ponce en Mont de Marsan:

Enrique  Ponce a Mont de Marsan por jeanmi_64

Volver a la Portada de Logo Paperblog