Esta entrada va a ser diferente. No va a tratar del viaje, todo lo contrario, es algo que quiero perfeccionar durante el tiempo que esté afuera pero que no está relacionado directamente con este. Hace mucho tiempo que llevo escribiendo una historia, una fantasía que ya estoy casi terminando y que pronto empezaré a revisar y reescribir. Es un relato fantasioso pero apoyado en la realidad.
En varías entradas anteriores he puesto algún trozo sin revisar, de los primeros que había escrito y cuya corrección no había llevado a cabo. A continuación , os dejo un trozo largo (con saltos marcados con un [...] para así poder cerrarlo un poco, ya que el capítulo entero es muy extenso). Espero que os guste y que la leáis si algún día la público cuando la acabe de revisar (que me va a llevar mucho tiempo). Hasta otra!
PANOPTICON, CAPÍTULO XIII:LA BESTIA QUE GRITÓ "AMOR" EN EL CENTRO DEL MUNDO
Ayleen estaba temblando, su cabeza no podía asimilar nada de lo que veía. Esperaba que el regreso a la capital junto a Sigurd le sirviese para devolver el libre albedrío a los humanos, pero en vez de haberse encontrado con eso, se había topado con algo muy distinto y que negaba totalmente su misión. El miedo y la desolación estaban penetrando en ella, estaba perdida, el viaje peligraba y si se descuidaba podía llegar a su final.
En la penumbra de aquella habitación, en medio de una profunda e inhabitada oscuridad, había una pantalla luminosa que le encogía el corazón y que era la culpable de su desazón. Todo lo que había escuchado, visto o creído se había desvanecido. Ya no quedaba lugar en su mente para los viejos paradigmas ni para las creencias inculcadas por su abuelo cuando era niña. Cualquier cosa segura de su pasado había caído al cruzar la puerta y vislumbrar el nombre del aparato. Su mente se había quedado huérfana, sin ideas ni valores que la guiaran.
[...]
Se acercó temerosamente a la pantalla y, cuidando que sus pasos no llamaran la atención de aquellos que la perseguían, se plantó delante de ella. No podía creer lo que sus ojos veían, no daba crédito a las palabras y a los números que allí se mostraban. En un primer momento, las letras solamente formaban nombres, pero cuando entendió el complejo entramado de números y operaciones, las sospechas que se habían creado al entrar y leer la placa de la máquina quedaron confirmadas.
Listas y listas de personas a las que se les asignaba un evento gracias a complejos cálculos matemáticos. Todo estaba determinado, hasta el más insignificantes de los actos se nombraba allí. Una larga integral servía para saber cuantos hijos iba a tener aquella, una derivada para saber cuando iba a morir aquel otro, no había espacio para la elección. La historia de la libertad había sido una farsa, la especie humana nunca había sido libre, el pasado, el presente y el futuro de la raza calculados exactamente.
[...]
Se dio cuenta de que los manuscritos debían de haber salido de esa máquina, no había duda para ello. Todo aquello por lo que había luchado su abuelo, por lo que habían dado la vida los habitantes de Eleftelían y por lo que fue capturada era negado con la existencia de tal bestia mecánica. Los filósofos tenían la razón, sabían todo lo que iba a pasar y guiaban a la humanidad a su único futuro posible, el mejor de todos.
No sabía qué hacer, la operación debía de seguir en marcha pero no podía pasar por alto tal invento. Mientras dudaba sobre sus siguientes pasos, se le pasó por la cabeza el buscar algo que siempre había querido saber y que seguro que estaba allí registrado, un antiguo miedo que todavía yacía latente en las profundidades de su corazón: la causa de la muerte de sus padres y la razón de su extraña existencia.
La interfaz de la máquina se asemejaba mucho a una de las que le hicieron utilizar cuando era prisionera del imperio, pertenecía a aquella antigua civilización que pobló La Tierra antes de que llegaran los días de los humanos, así que se familiarizó rápidamente y se las ingenió para ejecutar un buscador que le sirviese para buscar los nombres de sus progenitores.
“Friedrich Langley” fue su primera búsqueda, no obtenía resultados, no existía ese nombre en la base de datos y por lo tanto tampoco había registro de su vida. Ayleen respiró aliviada por un instante, no podía confirmar las sospechas y los miedos que le despertaban por las noches con el nombre su padre. Ahora, era el turno de su madre.
“Johanna Langley” tampoco obtenía coincidencias, pero el programa le daba la opción de redirigirse hacía otro nombre. Tenía un historial abierto con el nombre de “Johanna Swann”, el nombre de soltera de su madre. Ayleen no sabía qué hacer, su madre si que estaba en el registro, por un lado podía obtener respuestas sobre el sentido de su propia existencia pero por otro podía confirmar las sospechas que no le dejaban vivir. Estaba indecisa y se inclinaba más por dejarlo todo en meras divagaciones de su mente que en fundamentar un conocimiento firme sobre una realidad que le asustaba. El corazón le latía muy deprisa, parecía que en cualquier momento iba a explotar y el sudor empezaba a dejarse acariciar por su frente.
[...]Pero algo ocurrió en ese instante, a mil metros de la corteza terrestre un débil rayo de sol sorteó con todas sus fuerzas las sinuosas aberturas de los barrancos que la tierra formaba alrededor de la capital, atravesando una ventana que en tiempos más antiguos servía para contemplar unos preciosos valles, los cuales ahora habían sido sustituidos por las vigas que funcionaban como pilar para aguantar la ciudad flotante de la capital. La naturaleza vivaz que habita en las plantas y en las flores había abandonado ese lugar para dejar el paso al gigante inexpresivo de la industria.
Ese rayo, como poseído por una voluntad propia que aspiraba a la eternidad, había sorteado muchos obstáculos y ahora estaba iluminando un cuadro pintado por aquellos clásicos que no sabían ni lo que era un yermo. Artistas, escritores y músicos que habían vivido vidas mejores que las de aquellos que nacían bajo los brazos del Imperio y de sus gobernantes, los filósofos.
Cuando Ayleen estaba decidida a salir de esa sala sin saber el final de su madre, este casi milagro de la naturaleza iluminó un poco el lugar y llamó su atención, como cuando un niño de cuna llora por tener hambre para así avisar a su progenitora. El cuadro lo conocía, lo había visto antes, no recordaba donde pero estaba segura de que su vista lo había alojado en las alcobas de su memoria en alguna ocasión. En él, se representaba en pintura a dos animales con muchas púas, una criatura que ya no habitaba el mundo y que estaba extinguida. Los dos estaban muy juntos entre ellos, como si sus dos cuerpos formasen uno sólo y por eso, al estar tan pegados entre sí, el roce de sus púas provocaba que sangrasen, estaban heridos.
Ayleen lo examinó de arriba a abajo buscando pistas sobre dónde habían sido dejadas esas huellas del recuerdo que impregnaban su alma cuando lo miraba. Nada parecía despertarle la pista de donde se habían pintado aquellos cuadros de su memoria, pero no podía abandonar esa curiosidad que le había invadido. Al examinar la parte baja, encontró una inscripción junto a la esquina inferior derecha del marco. “Representación del dilema del erizo de Arthur Schopenhauer”.
El nombre del filósofo clásico bastó para que Ayleen recordara que nunca había visto ese cuadro, pero que ella misma en su mente había dibujado uno parecido cuando su abuelo Swann le explicó el famoso dilema en los días en que Eleftelían todavía estaba entera. Se acordó de lo bueno que era su abuelo, del tiempo que pasó con él y de todas las lecciones que le enseñó. Un sentimiento parecido al de la añoranza se apoderó de su espíritu y se dijo a sí misma que tenía que saber la verdad sobre la desaparición de su madre, no podía dar la espalda a todo aquello por lo que su abuelo había luchado, tenía que ser fuerte y valiente.
[...]
Volvió a la pantalla y puso su dedo sobre el nombre “Johanna Swann”, durante unos segundos la máquina no respondió pero, entonces, unas letras revelaron la verdad que era tan temida por Ayleen:
“Johanna Swann (300 D.I.- 330 D.I.) , hija del célebre Dr. Swann y también conocida como Johanna Langley tras su boda con Friedrich Swann, fue una de las muchas investigadoras clave del proyecto MESIAS que se intentaron exiliar tras descubrir la verdad sobre el sujeto de experimentación Ayleen, fue asesinada junto a su marido por este en el yermo, a unos pocos días de camino de la capital, su cálculo vital fue suspendido el 30 de Mayo del 330 D.I.”.
Esta especie de esquela servía de introducción al cálculo vital de toda su vida, allí aparecía hasta la última vez que fue al lavabo y las operaciones pertinentes que habían llevado a ello. Ayleen quedó paralizada, pensaba que estaba preparada para ello y para confirmar sus sospechas, pero la realidad le sobrepasó y su consciencia no la pudo asimilar.
El desierto, la sangre, la cruz que giraba, todo cuadraba ahora en su cabeza, aquellas personas que había desintegrado cuando era pequeña, justo antes de que la caravana de exiliados la encontrara, eran sus padres. Sus sentimientos sobrepasaban a su razón, se le estaba escapando de las manos, su cuerpo estaba comenzando a vibrar y sabía que si no paraba podía borrar toda la capital de la faz de la tierra.
El rayo de luz había desaparecido, ya no quedaba rastro de esperanza en aquella sala, la oscuridad la había invadido y la Tierra entera sería la próxima conquista de esta si Ayleen no se tranquilizaba. Estaba al límite, iba a entrar sin querer en su forma astral de un momento para otro y con ello condenaría a la humanidad. La máquina cuya placa tenía grabada la palabra “DESTINO” iba a ser el testigo del inicio de la destrucción, todo parecía estar perdido.
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