Es una de esas cosas confusas. Una de esas cosas que no gusta escuchar por varios motivos: el primero, porque se trata de algo confuso, costosamente inteligible. El segundo, porque choca con la visión oficial de las cosas, choca contra el paradigma. Ni siquiera yo mismo estoy de acuerdo con esta idea confusa que no se explicar muy bien. Miento, algo de acuerdo estaré porque si no, no hablaría de ello.
¿Que de qué demonios hablo? Hablo de lo de dar explicaciones. Cuando dices algo, tienes que agarrar una escalera, subirte a ella, coger un libro del último estante y mostrárselo a la persona con la que hablas. No, no es exactamente esto. A ver si afino.
«Los motivos últimos en los que se basa un discurso han de estar justificados». Sí, creo que es esto. Cuando defendemos una idea, esta idea debe ser útil a la sociedad y basarse en el estudio empírico. De otra forma, no se tiene en cuenta. Vale, esto es lo normal y es bueno. Lo que ya no es tan bueno, es esa idea extraña de que las ideas deben servir al beneficio de la humanidad. Un beneficio a la humanidad basado en la paz universal, la cooperación, el altruismo, el ceder para que pasen otros delante. Ese es el ideal de la humanidad. Y para llegar a esa utopía el medio ha de ser poner continuamente la otra mejilla. La gente cita la Biblia por donde les beneficia. A lo de poner la mejilla se le puede responder con la imagen de Cristo repartiendo tollinas a los mercaderes del templo.
Lo bueno universal
Sabemos lo peligroso que es identificar una idea como buena. Que alguien defienda lo bueno, significa que alguien defiende lo malo para otros (aquí hay tema). Es tan grande la diversidad entre las motivaciones e impulsos de las personas, que lo que a ti y tu parroquia os parece bueno para todos, al fulano que vive detrás de ese monte, le puede parecer horriblemente perjudicial.
Quizás por esta razón mucha gente a lo largo de los últimos uno o dos siglos, ha tratado de plasmar una visión objetiva, total y universal sobre lo que es bueno para todos. Aparentemente es loable ese intento de confraternización. En la práctica es horrible, porque la ética es una cuestión personal.
Debe ser esa la razón por la que me inclino por la ética particular. Grupos humanos más cercanos en el tiempo y el espacio sí pueden ser más proclives a compartir una esfera de experiencias y unos valores que les vayan bien.
Buscando la justificación universal
La historia de las ideas es la historia de los pesados. Hoy, proponer algo significa tener que pasar por catorce ventanillas, presentar la idea ante la Sociedad Geográfica de Londres, reunir firmas de eminentes doctores y convencer al vulgo de las bondades de esa idea. Pues menudo coñazo ¿no? Dan ganas de pasar de la burocracia fantasma. Quien esté de acuerdo con lo que dices ya te lo hará saber y quien no, que siga pastando (o que te convenza de tu error).
Insisto: ¿por qué todo tiene que ir en beneficio de todos o de la mayoría? Gran parte de lo mejor del ser humano ha partido de la búsqueda egoísta del bien para unos pocos. Hoy tenemos un fundamentalismo popular o democrático que niega el concepto de élite. ¿Acaso tener modelos es malo? ¿En qué momento no es deseable para un padre que sus hijos ganen una carrera? ¿Por qué no reconocer el mérito del mejor?
Sinceramente, me da igual cómo queden los hijos de los demás en una competición de lanzamiento de jabalina, yo quiero que mis hijos ganen. ¿Es eso egoísmo? Sí. Y bienvenido sea. Lo que está claro es que en una competición es muy raro que haya un empate. ¿Tiene sentido repartir entre todos los participantes medallas de oro? Este mundo se está convirtiendo en el de «lo importante es participar». Qué gran error.
Todos cortados por el mismo patrón. La masa, etc. Alguien dejó escrito que la inteligencia de la masa es igual a la de su parte constituyente menos inteligente. Igualar por abajo. Gran idea, genios.
No hay equivocación intelectual más peligrosa que aquella que defiende que todos debemos ser iguales, queramos o no. Ojo, no se confunda esto con una crítica a la civilización. Personalmente creo que las tribus aborígenes, bantúses y amerindias que viven en la edad de piedra, deben someterse contra su voluntad (o no) a un proceso de elección por el que tengan la capacidad de elegir cómo vivir sus vidas. Igual que lo que debe ocurrir en buena parte de los países islámicos. No me parece defendible que generaciones enteras de chavales sólo aprendan el Corán y a odiar a occidente.
Pero más que imponer un estilo de vida abogo por dejar elegir. Y para poder elegir hay que conocer. Y para conocer hay que aprender. Y para aprender hacen falta maestros. Élites.