Su regreso a River había sido deslumbrante. Perfecto. En 17 partidos del Apertura ’91, había convertido 14 goles. Nada más. Nada menos. Los dos gritos a Rosario Central fueron las primeras fotos de un álbum que terminó con la vuelta olímpica en ese semestre. Ramón Díaz resultó el personaje central de todos los pósters del campeón y dejó Daniel Passarella, el técnico millonario de esos días, en la segunda fila. Su apetito goleador, de todos modos, no estaba satisfecho. Tenía hambre de un gol contra Boca. Y ese bocado llegó en el clásico del Clausura ’92. Diego Latorre había puesto el 1 a 0 con su gambeta registrada y, en el cierre del primer tiempo, la Bruja Berti marcó el empate. Y en la segunda parte, llegó la hora señalada para el goleador serial. Después de un penal de Abramovich a Medina Bello, el riojano se hizo cargo de la pelota. Calibró su zurda y el remate se adhirió a la red. Lejos de los guantes de Navarro Montoya. Un gusto inmenso para Ramón Díaz y cuenta saldada ante el enemigo eterno. Poco le importó el 2 a 2 de Latorre. El sabor agrio del resultado en el Monumental. Ya había pagado en efectivo. A grito Pelado.