25 julio 2014 por JLeoncioG
Entre mis trabadas mentales, que son muchas y muy variadas, me he preguntado mil veces qué criterios elegimos las personas en el momento de poner nombres a nuestros hijos. ¿Qué clase de putadas podemos hacer a los pobres recién nacidos? y en función de qué causa maligna los bautizamos sin piedad.
En otra época estos criterios estaban basados, casi siempre, en perpetuar sagas familiares que venían no se sabe ni de donde, y así por ejemplo en una casa todas las mujeres debían llamarse María, o Carmen, porque la abuela y la abuela de la abuela así habían sido nombradas por sus progenitores.
Pero coño, los padres acordándose de sus predecesores a veces no tenían en cuenta cuestiones “sociológicas” y tiraban de los antropónimos de sus ascendentes sin tener en cuenta que los años habían convertido aquellos nombres en otra cosa: en personajes de dibujos animados (como es mi caso, estigma que tuve que sufrir durante toda mi infancia), de novela o películas (como Marcelino por ejemplo, al que todo el mundo llamaba en el cole “pan y vino”), incluso de marcas (como Facundo, conocido familiarmente como el pipas).
Una vez superado el hándicap religioso, y cuando ya no es el cura el que dice si ese nombre es válido o no, podemos encontrar nombres de lo más variopinto, desde el Kevinkosner de Jesús, que ya es un clásico, hasta “perlas” del calibre de Hitler Apolo, Superman, Ladidi, y así en miles de listas que hay por ahí en Internet, una por ejemplo esta. Y aquí en las islas para escribir un libro con los nombres aborígenes y sus variaciones.
Uno de estos casos que le llaman la atención es el del fichaje colombiano del Real Madrid, y auténtica estrella del último mundial. El deportista se llama James [ʤeɪmz] (o lo que es lo mismo, yeims), como James Coburn, James Garner o James Woods, pero todo el mundo en Colombia, y ahora en Madrid lo llama [ 'xa mes ] tal cual, a pelo, en crudo, es decir, por si no se entiende la transcripción fonética, la gente lo llama ja-mes. Así que supongo que cuando era chico todo el mundo lo llamaba ja-mito.
Y digo yo, sus padres, ¿por qué no lo pusieron sencillamente Jaime? Para mi que son ganas de joder.