Revista Toros
No ha conocido la tauromaquia mejor divulgador que Joaquín Vidal, que daba cada mañana, en su pequeño salmo en el País, la buena nueva del toreo si diese el caso, y si no se daba, sacaba al lector, aficionado o no, una impagable sonrisilla mañanera; y al taurinismo, una principio de úlcera que no tenía precio, viendo lo que seguramente había hecho pagar al que ve de toros la tarde anterior.
Apóstol es aquel que se encarga de propagar una doctrina o fé religiosa, como es el caso que nos ocupa. La liturgia, el rito de la tauromaquia no habría llegado a nuestros días igual sin el trabajo de este mensajero de la palabra y receloso cancerbero de la exigencia. Y ahí quedó, para los restos, el evangelio de Vidal, grabado con mano de acero y pluma incandescente, como un hierro ganadero cuyos artículos son marcados en el costillar por una hidalga integridad y en la paletilla por una versallesca convicción, desde la prometedora fundación del periódico global en español, y que a muchos nos hizo, como un castizo San Pablo de nuestra era, creer en leyendas de dioses -muchos desconocidos hasta para nuestros antepasados-. Luchó a destajo contra los sarracenos del templo, persiguió el pecado taurino, abrazó y entendió a las maríamagdalenas que hubieron de pechar con lo que nadie quiso, persiguió, cuando hubo que hacerlo, a las figuras, poncios pilatos acostumbrados a lavarse las manos en la jofaina del toro chico, no hubo en el mundo monedas de plata que comprasen su verdad y siempre, desde el culto al génesis, tributo al toro, y al antiguo testamento, el parar, templar, mandar y cargar, fue justo e imparcial; cabal e implacable.
Ahora, cada tarde, cuando vamos a misa, al rito, o a lo que queda de él, que es más bien un espectáculo donde los que se visten de oro practican vudú con un manojo de harapos negros, nos acordamos de Joaquín Vidal y sus escritos y toleramos, pagamos y tragamos con lo que él nos enseñó a repudiar, denunciar y despreciar.
Y hoy, cuando se cumplen diez años de su muerte, sigue habiendo barrabases que lapidan su nombre y ponen en duda sus enseñanzas. Los mismos que desde hace diez años no sufren úlceras tempraneras y que gracias al agua -agua al vino, agua al tintero- han creado una fiesta de moruchos y cantamañanas, tal como profetizó el apóstol Vidal, tomándole la palabra: un aficionado bendito. Que Dios tenga en su Gloria.