En la década de 1850 la búsqueda de un planeta intramercuriano obtuvo un importante impulso cuando el matemático francés a Urbain Leverrier observó que Mercurio presentaba una perturbación en su órbita. Sus cálculos detallados indicaron que la órbita del planeta derivaba lenta y continuamente. La única explicación concebible en esa época era que Mercurio estaba siendo perturbado por la gravedad de un objeto más pequeño situado más cerca del Sol.
Muchos astrónomos aceptaron el desafío de la búsqueda de este hipotético planeta utilizando los limitados telescopios de ese tiempo. Incluso dieron un nombre a este planeta: Vulcano, en honor al dios romano del fuego, en un intento de encontrar una palabra para transmitir la idea de que ese mundo tendría una temperatura superficial lo suficientemente grande como para fundir el zinc.
Zona de estabilidad para los vulcanoides. En esta zona la probabilidad de encontrarlos es máxima
Mientras transcurrían las décadas, los telescopios se hicieron mayores y fueron cada vez más capaces de localizar objetos pequeños y débiles. Al inicio del siglo XX, cualquier planeta o planetoide situado en el interior de la órbita de Mercurio, incluso uno pequeño de tan sólo unos cientos de kilómetros de diámetro, debería haber sido descubierto. Observar tan cerca del Sol es difícil, pero un planeta no es algo que pueda esconderse así como así. La convicción de los astrónomos de la existencia del planeta Vulcano comenzó a desvanecerse.
Poco algo después Einstein le dio la puntilla a a la hipótesis de Vulcano de una vez para siempre. Para el análisis de la órbita de Mercurio, Leverrier se había valido de las leyes de la gravedad las formuladas por Newton. Aunque Leverrier fue el científico brillante no conocía que las leyes que seguía la gravedad eran ligeramente distintas. Estas nuevas leyes gravitatorias no fueron advertidas en muchos años hasta que a Einstein formuló a su Teoría General de la Relatividad en 1915. Esta nueva teoría tenía implicaciones sobre el movimiento de Mercurio alrededor del Sol. Posteriormente Einstein calculó que la relatividad por sí sola explicaba claramente el pequeño cambio en su órbita, sin necesidad de introducir un planeta intramercuriano.
Pero esto no supuso el fin de la historia.
El conocimiento de que objetos de algún tipo podrían poblar cómodamente el espacio entre Mercurio y el Sol era lo suficiente como para que los astrónomos continuasen haciéndose preguntas. Quizá el problema era que habían considerado un cuerpo demasiado grande. En lugar de un planeta, quizá podría tener más sentido buscar un enjambre de pequeños planetoides en esa región, que fueron llamados vulcanoides.
Para reenfocar la búsqueda debía determinarse la localización más probable de estos objetos. Un planeta grande habría sido demasiado obvio, pero quizá cuerpos menores podrían esconderse en el resplandor del Sol. Cualquier objeto situado demasiado cerca del ardiente Sol se hubiera vaporizado a lo largo de la historia del sistema solar, como un trozo de mantequilla demasiado cerca del fuego. Por otro lado, cualquier objeto que órbitase demasiado cerca de Mercurio sería afectado por la atracción gravitatoria de este planeta, de manera que a lo largo de varios millones de años, la atracción gravitacional de Mercurio empujaría estos cuerpos hacia la zona caliente o incluso, el planeta podría robarles suficiente energía orbital a estos cuerpos como para que se precipitasen contra el Sol.
Continuará...
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Publicado en Odisea cósmica¡Suscríbete Ya!