El Manierismo de finales del siglo XVI se entendió como un movimiento que perseguía imitar las maneras de los grandes maestros del Alto Renacimiento. Tintoretto pretendía dibujar como Miguel Ángel y colorear al estilo de Tiziano. Así como las corrientes pictóricas se retroalimentan de lo bueno que ha venido antes, las tendencias cinematográficas van a buscar referentes a un pasado de glorioso brillo. El Western Crepuscular recuperó a finales de los 60 y en los 70 las señas de identidad de las películas del oeste añadiendo esa visión desmitificadora que le aportaban unos protagonistas en el ocaso de su vida. El Neo Noir puso al día los códigos del Cine Negro clásico adaptándolo a la época de su filmación.
En la última década del siglo pasado vivió su esplendor un género que tomaba el cine social al que tanto lustre habían dado tipos como Ken Loach y le añadía un giro cómico para denunciar situaciones injustas y precarias divirtiendo. Los británicos son únicos a la hora de equilibrar sentido del humor y drama sin caer en la falta de respeto. Gran parte de la obra de Stephen Frears se puede enclavar aquí, pero hay dos títulos que dejaron huella y que han sido referentes para trabajos que han venido después, entre ellos el que nos ocupa hoy, y no son otros que Tocando el viento y Full Monty.
Hemos alimentado a este país durante siglos y ahora somos nosotros los que nos morimos de hambre. Las importaciones de carne de vacuno están asfixiando a los ganaderos de un pequeño pueblo de Normandía que a través de movilizaciones tratan de dar visibilidad a su conflicto con poco éxito. La llegada de un fotógrafo norteamericano (un sosias de Spencer Tunnick) da al alcalde la idea que convertiría su problema en portada de todos los informativos de ámbito nacional. El artista es conocido como retratista de grandes grupos de personas desnudas en localizaciones singulares.
Un concepto argumental impecable, evidentemente inspirado en esa forma de hacer cine de la que hablábamos antes, pero al que le falta un toque de sal, de cinismo y sarcasmo, de esa socarronería a la que los cineastas de las islas le tienen tan bien tomada la medida.
De un intérprete solvente como François Cluzet (el esforzado edil) uno siempre espera lo mejor. Su peligro, la sobreactuación. El abuso reiterado de determinados tics termina por sobrecargar al espectador y ensombrece los destellos de calidad inherentes a un actor de su nivel.
Estructuralmente hablando, la subtrama de la familia cuya hija ejerce de improvisada narradora, que no aporta nada a la progresión de la narración, es fácilmente eliminable del guión. Uno se imagina el largometraje sin esos tres personajes y la historia no se altera en absoluto. El metraje reducido a noventa minutos aportaría agilidad a la cinta, pero seguiríamos echando de menos esa osadía que resulta tan corrosiva, incisiva e irónica como para otorgarle el salto de calidad necesario, el punto de genialidad que la convirtiese en el gran filme que podría haber sido.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright imágenes © Les Films des Tournelles, SND Films. Cortesía de Vértice Cine. Reservados todos los derechos.
Normandía al desnudo
Dirección: Philippe Le Guay
Guión: Philippe Le Guay, Olivier Dazat y Victoria Bedos
Intérpretes: François Cluzet, François-Xavier Demaison, Toby Jones
Música: Bruno Coulais
Fotografía: Jean-Claude Larrieu
Duración: 105 min.
Francia, 2018
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