Revista Deportes

A la minoría, siempre

Por Antoniodiaz

A la minoría, siempre

Fandiño. Bilbao. Solo ante el peligro.


Ya están aquí las encuestas, votaciones y premios de todos los finales de temporada, que si bien sirven de poco, pues lo hecho delante del Toro ahí está, marcado a fuego en el recuerdo del aficionado, incorruptible ante la vacuidad de la estadística, sí que valen para cotejar los gustos del que ve de toros.
La más representativa es la de Clarín, que entrega todos los años la Oreja de Oro, que es un copón así, grande, macizo, con un despojo bañado en el precioso metal, que le viene como anillo al dedo a estos tiempos de exaltación del triunfalismo y papanatismo orejero. En ejercicio de libertad, el pueblo, por lo menos la parte que navega por la red, va eligiendo a Manzanares como triunfador con casi la mitad de los votos, que se dice pronto. Todo esto, un señor que no ha matado un Toro, con todos los atributos que tiene que tener un Toro, en toda su temporada -en toda su vida, diría yo- basada en quintaesenciar cuvillejos, garcigrandes y martelillos que no tienen ni media hostia. Pero la respuesta del público, que hace tiempo despojó de su soberanía al Toro, es clara y contudente: José Mari Manzanares, triunfador absoluto. Nada que objetar al cachondeo.
Cinco de cada cien, que es el equivalente en el interné a los aficionados en la plaza, los que caben en un microbus, han depositado su voto en Iván Fandiño y en sus tardes a cara de perro. En toda las veces que lanzó al aire la moneda, en sus cuatro pelúas en las Ventas: la primera, a un pavo, amplio y terrorífico, de Carriquiri, que portaba en el velamen las dos primeras letras para pagar el nicho del cementerio; dos en San Isidro, una a un Montecillo que lo dejó estar, que se dice ahora, y otra a Podador, aquel tren, guapo, recio y antiguo, como las viejas máquinas de vapor, de Cuadri; tambió salió victorioso de la emboscada que le tenía preparada el taurinismo en otoño, para despeñarlo junto a David Mora, que es otro que les estorba.
Hace tiempo que ya nada es lo mismo; que Madrid ni quita ni da; que la gente otorga el mismo mérito a matar un toro chocho a uno con casta -es más, muchos ni los distinguen-; que los cánones sólo están para llenar libros descatalogados y multiplicar la mala leche del aficionado que pinta canas en el tendido; y que los principios éticos del rito se han convertido en una amalgama de frivolidades que lo han transformado en un show de carácter elitista.
Por eso, me quedo con Fandiño, con Mora también, con esa minoría que lucha, desde donde tiene que hacerlo el torero, que no es otro lugar que la cara del Toro, por mantener vivos los valores que han permitido que una fiesta cruel, dura y sangrienta haya sobrevivido con grandeza al paso de los siglos y al permanente escrutinio moral de la sociedad. Mis respetos y admiración para el coletilla vasco, que cada tarde, antes de ponernos el corazón en un puño, grita con su toreo, puro, heroico y grande, un "a la minoría, siempre". Para el que lo quiera disfrutar.
Puedes votar aquí.

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