Vivimos tiempos exaltados. En realidad este país siempre está más cerca de la pasión que de la reflexión. Aquí las controversias gustan de solucionarse con exabruptos, riñas y descalificaciones entre nacionalistas periféricos y centralistas, entre palmeros y críticos. La descalificación personal y el desprecio por quienes piensan distinto es muy nuestro. Podemos ponernos magníficos, pero lo auténticamente español ha sido y es dejarnos llevar por las emociones y los fanatismos.
No, no se trata de un momento puntual de nuestra historia. La mezcla de oportunismo, choriceo y terquedad no supone una novedad. Entre nosotros cualquier asunto es zarandeado para evitar resquicios a la sensatez. Aquí, todo es utilizado para fragmentar a una sociedad siempre proclive al apasionamiento y como tenemos elecciones a la vista, los apasionamientos se estimularan hasta límites obscenos. Ante tanto estruendo quizá lo más conveniente sea aislarse del ruido y contemplar el espectáculo con cierto escepticismo y con la esperanza puesta en que, en algún momento de descuido, alguien hable de política en vez de hacerlo de vísceras, traiciones y banderas. Cabe suponer que, antes de caer adormecidos por los hedores de la demagogia mitinera y periodística, mejor será enfrascarse en "buscar la información", como afirmó Javier Ruiz en su despedida, o en las lecturas pendientes. Como en tantas ocasiones decidiremos entre dos bloques y por lo que se barrunta ninguno de ellos cuenta con fuerzas suficientes para imponerse al otro. Por ello se retan como en el "Duelo a garrotazos" de Goya, con sus armas en alto, cada uno preparado para asestar el golpe vencedor y luego echarle la culpa al otro del desastre.
Si, vivimos tiempos de corruptos y de exaltadores de la mentira. Y no resulta fácil librarse de la acción corrosiva del prieta las filas ni de los ardores patrioteros. En estos días de campaña, más que nunca, las palabras serán objeto de malversación y aliño para embaucar, esconder o enmascarar la realidad y construir así una de las formas corruptas más peligrosas al destruir la comunicación que es, o debiera ser, la seña de identidad más relevante entre los humanos. La perversión del lenguaje aniquila el mensaje y convierte la comunicación en un galimatías indescifrable donde todo se tergiversa y confunde, donde nada se entiende. Asistimos a la telecinquización de la política: mucha banalidad y estruendo, demasiado vocerío zafio de quienes todo lo tienen claro y nunca dudan; sobredosis de falsedades, insultos y teatralización chabacana para que no se piense y no dejar espacio a la reflexión.
Sin optimismo y con escepticismo votaré por quienes apuesten por fortalecer el Estado del bienestar y la democracia; por quienes propongan un sistema impositivo que tenga como objetivo la redistribución de la riqueza, por quienes defiendan una educación pública y laica, una sanidad pública y universal. Votaré por aquellos que consoliden y fortalezcan derechos cívicos y sociales para todos y en especial para los dependientes, mujeres, homosexuales e inmigrantes; por quienes, ante las dificultades y discrepancias, apuesten por el diálogo. En todo caso, mientras llega el día de, votar, más que a los mensajes de campaña atenderé a libros adquiridos: El hombre que amaba a los perros, Clavícula, El Palacio de la Luna y El peligro de creer.