Revista Opinión

¡A las urnas!

Publicado el 18 febrero 2019 por Jcromero

Vivimos tiempos exaltados. En realidad este país siempre está más cerca de la pasión que de la reflexión. Aquí las controversias gustan de solucionarse con exabruptos, riñas y descalificaciones entre nacionalistas periféricos y centralistas, entre palmeros y críticos. La descalificación personal y el desprecio por quienes piensan distinto es muy nuestro. Podemos ponernos magníficos, pero lo auténticamente español ha sido y es dejarnos llevar por las emociones y los fanatismos.

No, no se trata de un momento puntual de nuestra historia. La mezcla de oportunismo, choriceo y terquedad no supone una novedad. Entre nosotros cualquier asunto es zarandeado para evitar resquicios a la sensatez. Aquí, todo es utilizado para fragmentar a una sociedad siempre proclive al apasionamiento y como tenemos elecciones a la vista, los apasionamientos se estimularan hasta límites obscenos. Ante tanto estruendo quizá lo más conveniente sea aislarse del ruido y contemplar el espectáculo con cierto escepticismo y con la esperanza puesta en que, en algún momento de descuido, alguien hable de política en vez de hacerlo de vísceras, traiciones y banderas. Cabe suponer que, antes de caer adormecidos por los hedores de la demagogia mitinera y periodística, mejor será enfrascarse en "buscar la información", como afirmó Javier Ruiz en su despedida, o en las lecturas pendientes. Como en tantas ocasiones decidiremos entre dos bloques y por lo que se barrunta ninguno de ellos cuenta con fuerzas suficientes para imponerse al otro. Por ello se retan como en el "Duelo a garrotazos" de Goya, con sus armas en alto, cada uno preparado para asestar el golpe vencedor y luego echarle la culpa al otro del desastre.

Si, vivimos tiempos de corruptos y de exaltadores de la mentira. Y no resulta fácil librarse de la acción corrosiva del prieta las filas ni de los ardores patrioteros. En estos días de campaña, más que nunca, las palabras serán objeto de malversación y aliño para embaucar, esconder o enmascarar la realidad y construir así una de las formas corruptas más peligrosas al destruir la comunicación que es, o debiera ser, la seña de identidad más relevante entre los humanos. La perversión del lenguaje aniquila el mensaje y convierte la comunicación en un galimatías indescifrable donde todo se tergiversa y confunde, donde nada se entiende. Asistimos a la telecinquización de la política: mucha banalidad y estruendo, demasiado vocerío zafio de quienes todo lo tienen claro y nunca dudan; sobredosis de falsedades, insultos y teatralización chabacana para que no se piense y no dejar espacio a la reflexión.

Sin optimismo y con escepticismo votaré por quienes apuesten por fortalecer el Estado del bienestar y la democracia; por quienes propongan un sistema impositivo que tenga como objetivo la redistribución de la riqueza, por quienes defiendan una educación pública y laica, una sanidad pública y universal. Votaré por aquellos que consoliden y fortalezcan derechos cívicos y sociales para todos y en especial para los dependientes, mujeres, homosexuales e inmigrantes; por quienes, ante las dificultades y discrepancias, apuesten por el diálogo. En todo caso, mientras llega el día de, votar, más que a los mensajes de campaña atenderé a libros adquiridos: El hombre que amaba a los perros, Clavícula, El Palacio de la Luna y El peligro de creer.


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