Revista Arte

A los críticos, profesores de literatura y periodistas obedientes

Por Peterpank @castguer

A los críticos, profesores de literatura y periodistas obedientes

Empezamos a sacar La Fiera, según hemos leído, en abril de 1995. Lo demandaba la historia de la cultura y no se lo pudimos negar. Entre tanta complacencia, hacía falta, se nos dijo, la voz de la disidencia, la honradez, el rigor y la verdad. Pasasteis a ser el objeto de nuestras observaciones y, desde entonces, nos habéis despertado toda clase de sentimientos. Muy recientemente, el asco, cuando os hemos visto y oído babear pidiendo el Premio Nobel para Javier Marías, que es quien peor ha escrito una lengua en todos los tiempos y lugares, y no dice más que vaciedades y chorradas. Algo que no nos limitamos a afirmar, sino que hemos demostrado. En nuestra web, sección “Cuadernos de Crítica” pueden encontrar pruebas de sobra. Pruebas abrumadoras.

Nosotros no tenemos nada personal contra Javier Marías, que simplemente nos parece un medio lelo terminado de alelar por vuestros lametones de nalgas, señores Rico, Pozuelo, Basanta, Villanueva, Sanz, Mainer, etc.

No sé si ustedes han oído hablar de los universos múltiples. ¿Y de la de los universos paralelos? Los primeros aluden a una teoría de los físicos. Los segundos a una idea de Frederick E. Brown, sobre la que monta su interesante novela Universo de locos. Es de esta segunda de la que me interesa hablar ahora. Según Brown, existen infinitos universos, que en un principio se diferencian por detalles insignificantes. Por ejemplo, yo llevo puesta una chaqueta de lunares. Pues bien, en el que yo lleve puesta una chaqueta a cuadros, siguiendo todo lo demás idéntico, es otro universo. ¿Cogen la idea? Pues bien, sobre esta teoría, podemos estar seguros de que habrá un universo en el que Javier Marías sepa escribir. Pero ese no es el que les ha tocado vivir a ustedes.

¿Son ustedes burros o qué? Continuamente están alabando, como grandes novelistas, al repetidamente citado Marías y a Muñoz Molina, Pérez Reverte, Almudena Grandes, Ruíz Zafón, Cercas, Rosa Montero y demás productos industriales de Alfaguara, Planeta y Tusquets, editoriales a las que nada importa la literatura.. Y una vez más tenemos que preguntarles: ¿es que ustedes no han leído a Viginia Woolf, Katherine Mansfield, Gertrude von le Fort, Elsa Triolet, Simone de Beauvoir, Aldous Huxley, Steinbeck, Faulkner, Julien Green, Kazantzakis, Hesse, Butor, Junger, Grass, etc., etc., etc. Sólo se puede pensar en oscuridades y desperdicios si se contemplan sus motivaciones. Porque la diferencia es tan inconmensurable que en ningún momento podrían tener ustedes una excusa honrada y seria. Sea cual sea la sinrazón de su infame conducta no puede ser limpia. Ni favorable a la novela obra literaria, artística o no.

En su afán de contentar a los editores y los autores han dado muchos resbalones, uno de los más grandes, otorgar su premio, el Premio de la Crítica, a Un invierno en Lisboa, de Muñoz Molina, que no sólo es una novela mala, sino ridícula, como también hemos demostrado. El exguardia civil se ve que se propuso, por una vez, porque ese no era su “estilo”, hacer una metáfora en cada línea y ustedes, catetos, se deslumbraron.

En El invierno en Lisboa no hay una sola descripción de acciones o de lugares que resulte funcional, como debe ser en un género literario que, por definición, tiende a evocar y, sobre todo, levantar una realidad en la mente del lector con consistencia, bulto y expresividad. ¿Qué lector se imagina cómo es un rostro si le dicen que “ofrecía una sumaria dignidad vertical”? (p. 10). ¿Qué intuye de cómo se movían unas manos si le dicen que lo hacían “a una velocidad que parece excluir la premeditación y la técnica”? (id.). ¿Quién el aspecto de una persona del que le dicen, que “era el de alguien que muy a su pesar abdica temporalmente de un orgullo excesivo”? (14). Uno anda muy deprisa, “como si huyera sin convicción de un despertar mediocre” (41). “Tenía los ojos impasibles y azules y mirarla era como entregarse sin remordimiento a la frialdad de una desgracia” (51). Se pueden ver muchas más, pero mi predilecta es ésta: “Morton hablaba en español como quien conduce a toda velocidad ignorando el código y haciendo escarnio de los guardias”. ¿Quién no comprende cómo hablaba Morton nuestra lengua si le dan pistas tan claras? Que no son las únicas, por lo demás. Morton habla otras lenguas, y “se trasladaba [de una a otra] con la soltura de un estafador que cruza la frontera con pasaporte falso”. (57) Completamente en serio me atrevo a jurar que en ningún tiempo o lugar se han escrito imbecilidades más grandes. Quienes hicieron académico a Muñoz y los miembros de los jurados del Premio de la Crítica y Nacional de Literatura de 1998, si tienen dignidad, deberían suicidarse.

Lo mismo, pero en otro plano, cuando Almudena Grandes se pone a hablar de “anos mezquinos” y culos tersos, amasables y comestibles”. O de “pollas acojonantes”, en otra novela, cuatro o cinco veces por página, con expresión, por ende, antinovelística, pues no comunica nada sobre la longitud o grosor del órgano en cuestión, ya que cada persona tiene su idea platónica de lo acojonante. Se pone tan pesada la buena señora sobre esa designación del apéndice que gratifica tan continuamente su personaje, que hasta un rendido devoto suyo como Pozuelo Yvancos se atrevió a preguntarle tímidamente si no había encontrado ningún pseudónimo.

Es asombroso que la crítica en pleno de un país acepte y alabe las chabacanerías de esta mujer que una vez se atrevió a compararse con Jane Austen. ¿Se imgina alguien a la exquisita autora de Orgullo y prejuicios describiendo penes y traseros ingleses del siglo XIX? Al fin y al cabo, se trata de impotencia. No hay más que comparar las bastedades de Almudena Grandes o de Maruja Torres –“No voy al entierro de mi madre porque a mí, en los entierros, me dan ganas de follar”—o las cómicas felaciones de Javier Marías con el tratamiento del sexo por D. H. Lawrence, Frank Harris, Henry Miller, Georges Bataille o Simone de Beauvoir, para saber en qué arrabal de Europa nos encontramos.

Hablando en general son muchos los que dicen que la situación de la novela en España es, hoy día, lamentable. El académico Gregorio Salvador, en la Universidad de Verano de Santander dijo en ua conferencia que “el noventa y nueve por ciento de las novelas que hoy se publican en España son malas sin paliativos”. Pero, al tratar de novelas concretas de autores concretos, todas son magistrales.

 Sólo La Fiera Literaria ha puesto a las Amudenas, Muñoz Molina, Marías, Pérez Reverte, Pombo, Mateo Díez, Lucía Etxebarría, Espido Freire, Cercas, Zafón, Torres, Cebríán, Guelbenzu, Molina Foix, etc. en su sitio que, literariamente, no es ningún sitio.

Señores autodenominados críticos literarios, ni los merluzos nombrados les respetan. ¿Qué son ustedes en realidad? Unos comparsas. ¡Mamarrachos!

M. Asensio Moreno



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