Revista En Femenino

A mí que me registren (por Isa)

Publicado el 17 septiembre 2015 por Imperfectas
A mí que me registren (por Isa)
Hace poco más de dos meses volví a ser madre y tuve que pasar por el primer trámite burocrático de la vida de mi hija. La ley te obliga a registrar a la criatura en un plazo de 8 días naturales, y todos los papeleos posteriores (incluida la solicitud de la prestación por baja maternal) dependen de este escalón inicial, así que allá que nos fuimos el papi, la nenita y yo.
Tradicionalmente, de estos asuntos se ocupaba el padre, en su rol de 'cabeza de familia', y así sigue siendo si el bebé es fruto de un matrimonio, algo que es cada vez más excepcional. Ahora, si no estás casada tienes que presentarte tú misma, independientemente de que hayas parido de forma natural, por cesárea o estés sufriendo complicaciones posparto, en el edificio del Registro Civil. En Madrid solo hay uno, por lo que las colas son memorables.
El edificio del Registro Civil de Madrid está mal adaptado. Tiene una única entrada con un arco de los que detectan metales que hace de embudo nada más acceder. Para saber a dónde dirigirte no queda otra que esperar otra fila para el mostrador de información, ya que los carteles son confusos. Luego, dos ascensores minúsculos son los que te llevan al resto de las plantas. Imposible entrar en ellos con un carrito de bebé. Conscientes de esa deficiencia, han habilitado una rampa que te lleva a una zona que parece un almacén con un nuevo ascensor de subida a la zona de registro de recién nacidos. Nueva momento de espera. Mucho carrito para un único ascensor.
Una vez arriba, te encuentras una sala atestada de madres convalecientes del parto, padres atribulados, carritos y bebés de escasos días. Hay pocas sillas y no hay aire acondicionado. Algunas mujeres se ven obligadas a estar de pie con sus churumbeles y a sobrellevar con escasa dignidad los dolores de pecho y de la episetomía, los entuertos, la falta de sueño y el bochorno infernal del julio más caluroso en años durante horas. Yo tengo suerte y consigo sentarme para poder rellenar un formulario arcaico donde hay que hacer constar todos los neonatos vivos o muertos (la especificación es escalofriante) y -entre otras lindezas- me preguntan por la estabilidad de mis relaciones de pareja.
A mí que me registren (por Isa)
Cuando por fin nos llega el turno, pasamos a otra sala donde cuatro funcionarios atienden en sus mesas numeradas. El resto, otras cuatro, permanecen vacías. Aquí sí hay aire acondicionado. Un lujo. La señora que nos toca en suerte examina los papeles que le hemos traído y empieza a torcer el morro. A mí me sudan las manos de los nervios que me ocasionan siempre este tipo de trances administrativos en los que siempre dudo de haberlo hecho bien. "Mmmm" dice. "Mal asunto" pienso yo. "No va a poder ser" masculla mientras cuenta meses con los dedos... Mi cara es la imagen del estupor. "¿Hay algún problema?" pregunto. "Sí", me dice, "no han pasado 300 días del divorcio y en este caso no se puede eliminar la presunción de paternidad de su ex marido. Tiene que traer a dos testigos que certifiquen que usted lleva separada de hecho más tiempo". ¡Toma castaña!. "Pero eso yo no lo sabía, ¿cómo no lo avisan?". "Esas cosas no hay que saberlas", me suelta. Tiene razón: para qué informar bien al ciudadano de las leyes absurdas. El padre de la criatura hace una broma sobre el indudable parecido físico de su vástago y las pruebas de ADN. La señora funcionaria no está de humor.
Total, que tenemos que volver. Al día siguiente, después de una noche en vela y amanecer con fiebre alta, vamos para allá de nuevo con los dos testigos. Mi estado de ansiedad es aún mayor. Me siento como Andie McDowel en Matrimonio de Conveniencia, sometida a un interrogatorio sobre mi vida privada que parece más propio de una dictadura conservadurista que de una democracia de casi cuarenta años. Nuevamente, esperamos en la sala de espera con temperatura de sauna hasta que nuestra amiga tiene a bien atendernos, recordando las fechas clave con los testigos para que cuadrasen los testimonios. Primero, me interroga a mí, después a los testigos uno a uno, y, por último, a la pareja. Finalmente, tras sangre, sudor y lágrimas, conseguimos el preciado certificado de nacimiento de la peque y el libro de familia.
La moraleja de esta historia es doble. Para la funcionaria que nos registró a la niña es que hay que tener los papeles en regla porque "hasta para separarse es mejor estar casado". Para mí la moraleja es que tenemos un sistema de registro preconstitucional y anácronico, incómodo, desesperante, mal gestionado y absolutamente falto de empatía.

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