… no le mires el diente.
Ya he contado lo apoteósico que es viajar sola con niños. Cuantos más niños, peor. Y si además estás embarazada (mi caso), mucho más peor todavía.
Me he venido con los niños hasta final de mes a casa de mis padres. Iba a decir de vacaciones… pero no soy tan ilusa: el que se ha quedado de vacaciones es mi marido. Trabajando, vale, pero por las tardes llega a casa y hay paz y tranquilidad y silencio y por las noches va a dormir del tirón.
Se supone que a medida que los niños crecen, es más fácil viajar con ellos. Es verdad sólo en parte. O sea, no es que sea más fácil cuando son más mayores, sino que depende de la etapa que atraviesen en ese momento: No es lo mismo un bebé recién nacido (con tooooda la parafernalia, vale) pero que no se puede escapar, ni cogerse una rabieta de órdago de esas que parece que incitan al resto de los pasajeros a participar en tus métodos educativos (ya sabéis: "un par de azotes le vendrían de bien..."), que un niño de 2 que sí que puede hacerlo. Cada etapa tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
Para el mayor me he hecho con un salvavidas, es decir, con un DVD portátil. Perfecto. De verdad. Ha sido como no tener niño durante todo el vuelo.
El pequeño ha sido el que ha dado problemas esta vez. Me lo veía venir, lo reconozco. De los 8 a los 12 meses es, definitivamente, la peor edad para viajar con niños: no juegan, sino que exploran, no quieren brazos, no valen los chantajes… Lo único que puedes hacer es conseguir que esté tan cansado que duerma las 2 horas y media de vuelo; así que lo ideal es cogerte un avión justo cuando le toca comer, darle el puré al despegar y “acostarle” enseguida. Esto complica y encarece un poco el asunto, porque ya no te valen compañías low-cost (con horarios imposibles y personal con un unas ganas de trabajar directamente proporcionales a la insignificancia de su sueldo).
Por esto mismo últimamente volamos con Lufthansa. No es que Iberia no me guste, pero con Lufthansa nos evitamos la T4 en Madrid, que no está pensada ni por un momento para facilitarle las cosas a los pasajeros.
La tripulación de Iberia es, casi siempre, encantadora y alegre en su totalidad, o sea española. La de Lufthansa parece que desayuna limones, pero suelen ser correctos y formales, (a.k.a. alemanes).
Menos esta vez…
El mayor ya fuera de juego (el bendito DVD), me dispuse a dormir al pequeño.
Yo ya sabía que iba a llorar: No está acostumbrado a dormir en aviones (lógico ¿no?), ni vestido, ni con luz, ni con 200 personas alrededor hablando, roncando y demás, ni con los monólogos del piloto de turno. Lo sabía y estaba preparada para ello: no es ni será la primera vez ni el primer niño con el que tengo que pasar esta situación y sabía que iba a llorar igual si le acuesto que si le mantengo despierto todo el vuelo (con la importantísima diferencia que al acostarle el llanto dura los 5 min. que tarda en dormirse y, si le mantengo despierto, el llanto dura las 2 horas y media que dura el viaje). Conseguir que se durmiese era, por tanto, una decisión meditada y tomada desde la experiencia.
También estaba preparada para la intervención de la azafata de turno (normalmente hacia el minuto 2 de llanto) que, además, me parece de lo más normal y agradezco: “¿Está todo bien? ¿podemos ayudarla en algo? ¿necesita usted cualquier cosa?” La respuesta es siempre la misma: “No se preocupe, muchas gracias, es que está cansado, ahora mismo se duerme” y esto siempre acompañado de la mejor de mis sonrisas en plan estoy-tranquila-y-no-voy-a-intentar-tirar-al-niño-por-la-ventana-en-breve-ni-a-ponerme-a-llorar-yo.
Normalmente, después del ofrecimiento de rigor, me dejan tranquila y, exactamente 3 minutos después (ya he dicho que dura 5 min. y que no es la primera vez) el bebé está roncando plácidamente y así se queda el resto del viaje.
Esta vez, gracias a la azafata, el suplicio del niño (y el de su madre y el de los demás pasajeros y el del resto de la tripulación) duró 20 min.
2 min. después de su primera (y absolutamente correcta y comprensible) intervención, o sea, justo cuando quedaba 1 minuto para que el niño se durmiese, noto unos golpecitos insistentes (más bien cojoneros) en mi hombro: “¿está segura de que no necesita nada?”… “segurísima, está a punto de dormirse”…
2 min. después de su segunda (y ya no tan comprensible) intervención (hay que tener en cuenta que cada interrupción suponen otros 3 min. más para alcanzar el objetivo), otra vez los puñeteros golpecitos: “¿qué le pasa?”… “que está cansado y se quiere dormir” (acompañado de cara de me-estás-empezando-a-tocar-los-coj...-digo-el-hombro-demasiado)…
2 min. después de su tercera (y ya definitivamente molesta) intervención, otra vez los golpecitos, cuya intensidad había aumentado claramente. Ese fue el momento en el que me quedó claro que, no solamente esta mujer no tiene hijos, sino que además su experiencia con bebés se ha limitado a sus muñecos hace 10 o 20 años, porque ofrecerme un puñado de toffees para calmar a un bebé tiene delito. ¿Qué pretendía que hiciese con ellos? ¿Taponarle la boca?... “Gracias, pero es muy pequeño, no tiene casi dientes”… “mmm (con los dientes apretados)… ¿y no hay nada que pueda calmarle?”… “Sí, un sueño reparador, pero como me siga interrumpiendo va a ser imposible” (tono sarcástico y sonrisa acorde)… Azafata da un respingo, pero no me quedo para ver su cara y vuelvo a concentrarme en mi niño…
2 min. después (sí sí, como lo leéis) de su cuarta intervención, otra vez los golpecitos de los OOs (no puedo calificarlos de otro modo, lo siento, pero definitivamente me los estaba tocando): “Es que el niño no tiene sueño y es peor intentar que se duerma”… ¡¿cómo?!... y ya no pude más: “¿Usted cree?... Es que venía de regalo con la anticelulítica en el Duty Free y no traía instrucciones… ¿lo quiere usted, que veo que sabe del tema?”
La cara que puso la mujer no se puede describir con palabras. Yo no he visto a nadie más avergonzado y ofendido a la vez por mi culpa. ¿Se merecía esa impertinencia? Por supuesto. Sin ninguna duda: No soporto a los extraños (y no tan extraños) que pretenden saber hacerlo mejor que tú constantemente y, sabiendo que en el fondo no tienen ni idea, se escudan haciendo piña contigo como si os acabaséis de encontrar al niño a la vez.
Conseguí que la azafata me dejase en paz (demasiado, quizás, porque se hizo la loca con mi desayuno) y exactamente 3 minutos después el niño cayó redondo (tal y como yo había previsto, que lo conozco como si lo hubiese parido).
El resto de la tripulación, aliviada, miraba el bebé al pasar y hubo alguna que otra azafata (supongo que ajena a mi ultraje al Saber alemán) que, viendo al angelito roncar plácidamente, confirmó que “tenía usted razón, estaba cansado”…
¡Pues claro, señora! ¿o pensaba de verdad que me lo acababan de regalar?