Revista Cine
Director: René Clair
Ya la primera secuencia de "À nous la liberté" es una genialidad: en un travelling la cámara nos muestra una sucesión de caballos de juguete de madera colocados sobre una mesa; después, la cámara se aleja de los juguetes, "levanta cabeza" (para qué ponerse tan técnicos) y vemos que detrás hay un grupo de reos armando dichos juguetes, y ahora la cámara los sigue a ellos con un travelling, todos tipos destartalados, la antítesis de esos caballos brillantes, limpios y sin daño alguno. Ya sabemos que estamos en una cárcel, hombres amontonados, sentados en fila, moviéndose como si fueran piezas de una cadena de montaje, casi en marcha militar enfilando a sus celdas, al comedor, etc. Dentro de esta fábrica de rostros grises y acabados, dos hombres intentan una fuga, sólo uno escapa, y gracias al sacrificio del otro, que cuando salieron mal las cosas decidió enfocar la atención de los guardias en él, permitiendo a su compinche huir sin ser visto. Ya afuera, el reo que huyó no lo hace tan mal: de alguna forma se consigue un gramófono para venderlo, luego tiene una tienda, luego una fábrica de gramófonos, luego debe ser el hombre más rico de Francia. Mientras tanto el otro, libre ya, es encarcelado otra vez por "vagar", esto es disfrutar del aire, de las plantas, del cielo; en todo caso consigue escapar, casi por accidente, pero a caballo regalado no se le miran los dientes y curiosamente el destino lo lleva a una de las fábricas de su amigo, ahora poderoso magnate, y es increíble lo sorprendente que resulta esta película, su capacidad para sostener su coherencia sin dejar de reinventarse a lo largo del relato, que de repente adquiere un cariz medio distópico, casi como de ciencia ficción, en tanto esa fábrica no es muy diferente de la cárcel: horarios abusivos, hombres en fila con la cabeza gacha, inspectores parecidos a los bomberos de "Fahrenheit 451" (el de Truffaut, que claro, los hacía parecerse a ciertas siniestras e infames policías) vigilando de cerca el correcto funcionamiento del sistema, casi parece que esa fábrica es en sí misma una sociedad totalitaria gobernada por el Rey, el magnate, y de qué manera reaccionará este hombre "hecho a sí mismo" cuando sus ojos se encuentren con la mirada acuosa y humilde de su antiguo camarada, pero lo bonito de esta película es que logra aunar sus dos vertientes en una sola potente entidad, una es la historia de estos dos amigos separados por las circunstancias (el uno, enamorado de una empleada de la fábrica; el otro, enredado en un caso de chantaje corporativo) pero unidos por un solo destino, o un sólo origen, y la otra es el carácter ideológico, la crítica social y política que Clair vierte sobre esta historia, pues ya se habrán dado cuenta de qué significan los paralelismos entre las mecánicas carcelarias y las de la fábrica, algunos dicen que influido por pensamientos y amistades anarquistas (no obstante tal o cual etiqueta, las intenciones del director son elocuentes, se entienden solas sin tener que ser encasilladas en determinada corriente, y por lo demás su transparencia es tan libre como el concepto universal de libertad al que apunta), "À nous la liberté" es un tratado sobre la libertad del hombre y los peligros del enfoque capitalista del progreso, con utópico final incluido. Por sobre todo estamos ante una película de exquisita cinematografía, brillante y magníficamente filmada, con un Clair tan lleno de imaginación como precisión narrativa y estética (perfecciona su uso del sonido, hasta hay flores que cantan, je, je), sin mencionar su desbordante y expansivo sentido de la comedia, ya dijimos ayer que el hombre compone películas, son armonías en donde, en perfecto equilibrio, tienes este tratado de índole filosófico-político, una hilarante comedia-musical (la escena de la cadena de montaje es fenomenal) y una gran historia de amistad.
Gran película, una de las cumbres de René Clair. Imprescindible.
Por lo demás, hay que seguir buscando tesoros en esta época del cine, en el período silente y en los primeros años del sonido. Es para sorprenderse la cantidad de ideas, imágenes y conceptos cinematográficos que parecieran haber sido inventados décadas más tarde, pero que ya estaban hechos. En este sentido, René Clair es un auténtico visionario.