Recientemente la revista Muy Interesante publicaba un artículo con el siguiente titular: Más felices a partir de los 50. Se hacía eco de un estudio publicado en PNAS que dice que los adultos que superan el medio siglo de vida son generalmente más felices, experimentan menos estrés y se preocupan menos que los veinteañeros
Si damos por buena esta afirmación -probablemente sea cierta-, la cuestión inmediata es: ¿Cuáles son las causas?
Según Arthur Stone, psicólogo de la Universidad Stony Brook de Nueva York y coautor del estudio, "las personas adultas controlan sus emociones mejor que los jóvenes. O quizás tiene que ver con la nostalgia: los adultos conservan menos recuerdos negativos, de ahí que sean más felices. Además, a medida que pasa el tiempo nos centramos menos en lo que hemos o no hemos conseguido y más en aprovechar al máximo el resto de nuestra vida".
Para mí hay un factor clave para explicar esto y es la "paradoja del bronce". En el libro «La paradoja del bronce» (Crítica, 2007), de Manuel Conthe (ex presidente de la CNMV), lo explica muy bien. El nombre que da título al libro tiene su origen en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 y se basa en esta idea. Una investigadora norteamericana –Victoria Medvec– grabó las caras de los atletas que subían al podio. Luego, de vuelta a Estados Unidos, enseñó las imágnes a sus alumnos y preguntó quiénes de ellos habían ganado la medalla de oro, plata y bronce, respectivamente. Todos coincidían en el ganador, sin embargo, alteraban el segundo y tercer puesto. Constató que quienes ganan una medalla de bronce suelen estar mucho más felices que quienes ganan la de plata debido a que los primeros se comparan con quienes no subieron al podio, pero quien gana la plata se queda con frecuencia «amargado» por no haber podido conseguir el oro. En resumen, nuestra felicidad no depende de nuestra situación en términos absolutos (valor objetivo), sino de nuestra posición respecto nuestras expectativas (valor subjetivo).
¿Y todo esto por qué lo digo? Porque creo que la madurez da sabiduría y la sabiduría implica conocerse mejor a uno mismo (lo que siempre nos avisó Sócrates) y ello supone, sobre todo, saber cuáles son tus límites (y aceptarlos) de tal manera que el equilibrio entre expectativas y realidad es mucho más ajustado. A partir de una cierta edad uno empieza a aceptarse tal y como es, a ser mucho más consciente de las limitaciones propias y a detenerse más en lo que se "es" que en lo que "no se es".
Muchas frustraciones en los más jóvenes proceden de unas expectativas demasiado altas (sobre todo por la presión del materialismo) que cuando no son alcanzadas producen una gran desazón. No se trata tampoco de lo contrario, buscar expectativas bajas (la insatisfacción sería grande), sino de buscar el engarce entre lo que persigo y lo que soy. Cuando uno lee los textos importantes de las diferentes religiones y culturas, se da cuenta de que todos desembocan en el mismo mensaje: tu misión en la vida es ser tú mismo, y en la medida que te alejas de tu destino natural, la divergencia entre expectativas y realidad se ensancha. Sólo se es posible ser feliz siendo uno mismo, por eso la autenticidad es el primer requisito de una vida plena.
¿Y tú qué opinas?