Decía aquella maravillosa generación de filósofos que hemos dado en llamar existencialistas, no sé si por contraposición a los tradicionales que podríamos llamar ahora esencialistas, que lo que caracteriza al hombre como tal es su conocimiento, su percepción de la angustia, la náusea, según la maravillosa expresión del que, para mí, es el mejor de todos ellos, Sartre, coño, el tío que tuvo los santos cojones para mandar a la mierda ni más ni menos que a la Academia Sueca, cuando le concedieron el Nobel, eso que le han dado también a tíos tan repugnantes como Camilo José Cela y Mario Vargas Llosa, ninguno de los cuales, estoy seguro sintió jamás aquella angustia existencialista de que hablábamos antes, como también le dieron el dichoso premio, sólo que en el apartado de la paz, ni más ni menos que a tan pacíficos ciudadanos como Henry Kisinger y, ahora, coño, pero qué valor que tienen a veces los seres inhumanos, a Barack Obama, un poco antes de que diera la orden de asesinar alevosamente a Bin Laden .
Y llegaban los jodidos tipos a la angustia, a la puñetera náusea, cuando se enfrentaban a ese insondable abismo que es la nada.
El ser y la nada, se titula la obra cumbre filosófica de Sartre, seguida a muy poca distancia por esa otra de Ser y tiempo, de Heidegger.
A cientos de años de luz de ellos, yo me autoflagelaba llamándome a mí mismo hijo de puta, en un intento de desnudez que llenó de alegría a mis encarnizados enemigos, que los tengo.
Pero también tengo mis amigos. Dos de ellos me hicieron especialmente feliz ayer, Futbolín porque se desplazó a verme desde El Pilar de la Horadada, donde pasa unos días de descanso con su mujer y mantuvo conmigo una amplísima charla en que me demostró que es tan maravillosamente entrañable como aparece en la Red cuando escribe: inteligente, pero muy humano, ácido contra las injusticia sociales ahora, con la crisis, tan evidentes pero, sobre todo, con ese ejercicio tan sensato que hace del humor y de la ironía; el otro es seguramente el tío más raro que yo me he encontrado en toda mi puñetera vida, Adrián Massanet.
El tío es tan absolutamente raro que siente la vocación irreflenable de ser director de cine y, para ello, está tan dispuesto a todo que incluso fue a Madrid e hizo de camarero en un bar en donde tuvo la desgracia de servirle un tentempié ni más ni menos que a José Luis Garci, ese tipo que sí que supo lo que tenía que hacer para triunfar en el cine.
Yo, al cine, hace ya miles de años que no voy, no tengo tiempo, como no lo tengo tampoco para ver la tv, ayer Futbolín me hablaba de series popularísimas de ella de las que yo no he visto un sólo capítulo, no sé, es por una extraña mezcla de hastío y desprecio, me hastía hasta ese infinito ataque de la náusea de que nos hablaba Sartre y me infunde el mayor de los desprecios por esa función que todos los que por ella pululan han asumido con plena complacencia de hundir al pueblo, a la hermosa gente de Saroyan, hasta unos niveles realmente inauditos.
En este punto casi llego al radicalismo de Adrián Massanet, que escribe contra esta sociedad en la que tan asquerosamente malvivimos con la insuperable ferocidad de un Leautromont, sus textos me recuerdan, como una gota de agua a otro, los famosos de los insuperables Cantos de Maldoror, tienen la misma intención malevolente y el mismo sentido de la vida.
Bien, pues este genio indudable de la literatura al que esta asquerosa, degradante y podrida sociedad en la que vivimos ha condenado seguramente al cuasi silencio, escribía de mi humilde persona lo siguiente:
“Me he dado cuenta de que a veces escribo en este blog sobre la sociedad, sobre la deriva del mundo, sobre cuestiones reales que son muy jodidas, pero que luego suelo ser bastante esperanzador en mis conclusiones finales. De que puedo ser muy cañero con la gente, de que puedo destilar mucha mala hostia, pero que al final me “ablando” un poco y dejo patente una cierta esperanza, un cierto ánimo. Es así, ciertamente. Al contrario que uno de mis escritores más admirados de la actualidad, el terrible Palazón con su blog Arcángeles, puedo ser muy pesimista pero luego me relajo un poco. Esto puede parecer una forma de bipolaridad intelectual, o incluso una contradicción insuperable. Pero no lo es. Palazón cree que el hombre es una puta mierda pinchada en un palo. Yo también. Palazón cree que no hay posibilidad de redención. Yo tampoco”.
Todo el que escribe y se toma la molestia de publicar lo que hace, de alguna manera, intenta que los demás lo lean. Cuando alguien no sólo te lee sino que, además, sintoniza casi plenamente con lo que tú piensas, con lo que tú dices, la felicidad que te proporciona es casi perfecta. El “casi” se debe a que yo creo que el hombre no tiene posibilidad de redención, mientras que él, Adrián, sí que admite, seguramente porque todavía es muy joven, esa posibilidad.