Revista En Femenino

¿A quién quiero engañar?

Por Expatxcojones

¿A quién quiero engañar?

Barcelona, 2009. expatriadaxcojones.blogspot.com


A veces me pregunto ¿a quién quiero engañar? Porque está claro que a estas alturas de la película a mí no me engaño. Entonces ¿a quién quiero engañar? ¿Cómo coño le va a gustar a la gente lo que escribo si no consigo que me guste a mí misma? A veces lo releo y me avergüenzo. Me parece todo una puta mierda. Basura. Papel echado a perder. Tiempo desperdiciado. Cursi. Con pretensiones. Repetitivo. Nada original. De los más de cien textos que he publicado salvaría cinco. Seis, como mucho. No más de diez.
Es frustrante. Como darte cabezazos contra la pared. Por más dura que tengas la cabeza, nunca conseguirás romperla. Lo único que puedes sacar de ello es un buen chichón.
Es frustrante. Leer las crónicas de Kapuściński. Los libros de Tiziano Terzani. Las Memorias Líquidas de Enric González. El antropólogo inocente de Nigel Barley. Por no hablar de Paul Auster y cualquiera de sus novelas. O Maus, de Art Spiegelman. La única de su género que ha conseguido ganar un premio Pulitzer.
Es frustrante. Todos tienen una capacidad narrativa fuera de lo común. Te explican una historia, te la explican en primera persona y lo hacen estupendamente. Y saber que tú nunca conseguirás nada parecido. Por más que lo intentes. Por más que te esfuerces. Las expectativas son demasiado altas. Imposible llegar airosa a la meta. Mi techo es bajo. Muy bajo. Cuanto antes lo acepte, mejor.
Creo que el problema me viene de la infancia. Porque todos los traumas vienen de la infancia ¿no? Cuando los padres les dicen a sus hijos que son los mejores en algo: dibujar, cantar, tocar la guitarra... Con la única diferencia que mis padres nunca me lo dijeron. Pero sí mis profesores. Bueno, no todos. Algunos.
Siempre recordaré aquel Sant Jordi. Ese fue el día que marcaría mi destino. Erróneamente. Hacía tercero de E.G.B y en colegio organizaron un concurso de narrativa. Yo escribí un cuento. Y gané el primer premio. En ese preciso momento empecé a mentirme. A pensar que era verdad. Que se me daba bien. Ellos son los primeros culpables.
Después empecé a leer compulsivamente. Todo lo que cayera en mis manos. Mi tía era la encargada de surtirme. Ella, que siempre andaba con un libro bajo el brazo. Tenía montones y yo podía escoger el que quisiera y llevármelo a casa sin más. Y así seguí engañándome los años que vinieron.
Mi profesor de literatura me animó. Él también es culpable. Otro más. Estudia periodismo, me dijo un día, se te da bien escribir. Y le hice caso. Estudié, poco, la verdad. Es una carrera fácil pero el oficio no tanto y ahí también me auto engañé. Si tengo trabajo es porque no lo hago del todo mal, ¿no?
Entonces con dinero en el bolsillo comencé a viajar. Sola. Y seguí escribiendo. Esta vez para mis amigos. Para mi familia. Para mí. Les escribía desde Perú. Brasil. Filipinas. La India. Cualquier sitio en el que estuviera. Escribía un texto y se lo mandaba. A todos el mismo. Y ellos, sin quererlo, continuaban alimentando el engaño. Haciendo la pelota cada vez más grande. Me parto la caja con tus emails, me decía uno. Cada día abro el ordenador para ver si has mandado algo, me decía otro.
Y con sus buenas palabras y mi gran estupidez seguía pensando que aquello no se me daba mal. Quería creérmelo con todas mis fuerzas. Al fin y al cabo me ganaba la vida escribiendo ¿no? Por fuerza tenía que hacerlo bien.
Ingenua. Imbécil. ¿Cómo se puede ser tan rematadamente corta? Una cosa es poder expresarse mínimamente con corrección y otra muy distinta escribir bien. ES-CRI-BIR.
Y ahora estoy pagando las consecuencias de tamaña idiotez. La realidad me pega un bofetón en la cara. Se encarga de ponerme en mi sitio. ¿Qué te habías pensado? ¿Qué esto iba a ser fácil? Venga. Lista. Atrévete. Escribe. ¿No era esto lo que querías hacer? Nadie te detiene. Ahora puedes. Y una mierda.

He tenido que dejar de escribir. Estoy llorando. Y las lágrimas no me dejan ver bien. Todo es borroso. Como mi vida. Confusa. El plano está desenfocado. Llamo a Fernández pero no contesta. Lo pruebo con Sandra. Está currando. Igual que M. Y J vive en Washington. Allí son las dos de la mañana. Conclusión No puedo hablar con nadie.
Mejor continúo llorando y termino de compadecerme otro día. Con un poco de suerte mañana me levanto y lo veo algo distinto. Es una de las ventajas de ser una persona inestable…

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