Emilio Méndez
Ya la cosa era mosqueante desde que se anunciaron los Cuvillos en la Feria del Toro, que es como anunciar a Belén Esteban en un comité de sabios de la OTAN. Los cuvis, ahora que no tienen padrino, tendrían que estar colocados en sus ferias, como las que hay en Sopuerta en honor a San Cosme y San Damián, o la que se organiza en Calviá en primavera, y que vienen a llamarse cosas así como "Feria Caprina y Ovina" o "Feria Internacional de la Cabra, FICAB". Así que como no podía ser de otra manera, estos adulterados sanfermines han finalizado con una charlotada en toda regla. Se podía esperar, con el importancias y su banda de por medio y con la llegada a la Meca de Álvaro Nuñez de Benjumea, con sus niños bajo el brazo: el de la movilidad que termina echándose del desgaste, ¿o era descaste?; el tontorrón que le embiste igual a un motosierra sin cadena que a un dos caballos tuneao; el manso e inválido que se asusta de la voz de Castella ¡!; el de la cara de zagal, con acné en vez de barba; o el quinto y sexto, que no pasaron el reconocimiento en Madrid hace mes y pico y que han dado el estirón para venir a Pamplona.., que lo mismo en el Grullo ya se han inventado el pienso de Petisuís... Otro grave error a apuntar a los mandamases de la Casa Misericordia, y la lista lamentablemente este año es larga.
La de ayer ha sido una tarde con cuatro toreros, el July, Castella y los dos Juan Moras. El de antes de la cornada y el de después. El primero interesó poco, se perdió en la búsqueda constante de un superfluo abandono del cuerpo para torear con el alma -o algo así, que ahora se lleva mucho- y lo único que consiguió fue firmar una obra llena de barullo y no dar un pase limpio. En el cuarto llegaron los mejores y peores momentos del festejo. Al recibir al cuvi de capa, a pies juntos en una especie de delantales, en lo que puede ser una forma descuidada y temeraria de hacerlo, se llevó la cornada en los cojones. El toro ayuda desparramando un tanto la testa, pero es el mismo torero placentino el que no saca los brazos y se lo echa encima. Herido, más en el orgullo que en la entrepierna, vuelve a ponerse delante, y no sin más sustos, logra sacar la lidia adelante. Llegados a esta parte merecen mención especial sus compañeros de escalafón, muy atentos en todo momento, prestos al quite. Ya en el tercio de muerte, la torería y el valor al servicio del toreo, empieza a asomar: rodilla en tierra le pega tres o cuatro doblones de castigo, cautivadores y colmados de rabia y serenidad en partes iguales. A eso siguieron naturales marca de la casa, menos elegantes que de costumbre pero más embaucadores por la sensación de peligro y el toque de arrebato. La obra de Juan Mora en Pamplona, taytantos años después emociona, llega a los tendidos con verdad... hasta que sucede lo que parecía inevitable: el matador, en un remate, no puede irse de la cara y acaba siendo empalado estrepitosamente. En cuestión de minutos un torero honrado, con defectos y virtudes propios de hombres, hizo pasar a los tendidos del pánico a la excitación, para volver al espanto, y unos instantes después al entusiasmo, toreando sin embustes, jugando a la ruleta rusa con los nervios del aficionado, hasta que el chorro de sangre que dejaba a su paso la camilla humana que lo llevaba en volandas, detuvo el juego en el estado de angustia...
Y con angustias también nos ha dejado el July. A cada pase que le pegaba a su primer marmolillo, una arcada. Y a cada tanta, una señora potada. El becerrote, a pesar de no ser picado, y llevar una lidia de ahorro, se echó a mitad de faena y tuvo que ser apuntillado sin entrarle a matar. Todavía nos preguntamos como en las peñas de sol no se le pidió la oreja... Con el quinto, que como dijimos antes, no valió para Madrid por falta de trapío, firmó una faena en plan bregador, con oficio, dando pases a favor del toro y todo eso. Para que se entienda, lo mismo que hace Sánchez Vara con Palhas en cualquier pueblo de Guadalajara, pero sumándole todo lo que le pone el torero de Velilla a sus faenas: la importancia. Le pegó un caponazo con la espada que entró en el toro, que es lo que cuenta, y le dieron dos orejas, que es lo que le importa. Salió a hombros por la Puerta Grande, con un compañero grave en la enfermería, buen detalle.
Si hay un lugar en el mundo dónde un pase cambiado por la espalda puede tener emoción es Pamplona. Pues Castella no hizo ninguno, que también es casualidad. Veinte años con el tancredo y el trapazo, y el día que tiene que sacarlo, se pone académico. Le tocó un primero que se acobardó y reculó en tablas a las primeras de cambio, y amenazó con echarse. Ya en el sexto, otro de los inválidos para Madrid, con 600 kilos y hechuras amorfas, como de vaca marimacho, se justificó un poco más, pero justificar no es torear...