Revista En Femenino

A veces veo perros

Por Expatxcojones

A veces veo perros

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A veces veo perros. No muchos. Pero más que antes. Son perros de raza. Van atados con correa. Están limpios. Sus dueños los pasean orgullosos por las calles.
Cuando llegué había muy pocos. Los únicos perros que veías eran callejeros. Estaban muy flacos. La mayoría, heridos. Deambulaban solos por las calles. Daba pena verlos.
No lo entendía. ¿Por qué aquí el mejor amigo del hombre no disfrutaba de la vida que se pegan sus iguales en nuestro país? En España muchos perros tienen sus casitas. Van al peluquero. Comen de puta madre. A algunos incluso los visten con jerseycitos o botitas a medida. Hay locos a los que les gusta llevarlos en el bolso. Y si es de marca, mejor. Cosas que tampoco entiendo.
Erróneamente pensé que la gente ya tenía suficientes problemas para comer y pagar la luz como para preocuparse de cuidar un perro. Desparasitarlos. Vacunarlos. Darles de comer. Llevarlos al veterinario cuando les pasa algo.
Pero en el campo sí que hay perros. En eso me he fijado. La gente de las montañas, que se dedica al ganado o al pastoreo no son, precisamente, ricos con ganas de tener una mascota. En el campo un perro es muy útil. Vigila. Avisa. Te hace compañía.
Comentando el tema con unas amigas encontré una explicación. En el grupo había una chica, de mi edad, que se llamaba Miriam. Aunque era de origen marroquí se había criado en Figueras, un pueblo de Cataluña, donde se estableció su familia, cuando ella era pequeña. Ahora se había casado con un marroquí y había vuelto a vivir a Tánger.
   —No es que los perros sean haram es que… —intentaba explicarme Miriam.   —¿Haram? —pregunté yo. Era la primera vez que oía esa palabra.   —Significa prohibido. Prohibido por la religión. Lo contrario es halal. El alcohol, por ejemplo, es haram. El cerdo, también.    —¿Y eso que tiene que ver con los perros?   —Supongo que sabes que los musulmanes rezan cinco veces al día.—Sí.—Y que antes de cada oración hay que hacer las abluciones. Descalzarse, limpiarse bien los pies, las manos… para entrar a la mezquita a rezar.   —Sí. Lo sé pero ¿eso que tiene que ver con los perros?    —Para el Islam los perros son animales impuros. Por eso a la gente no les gustan. No quieren tocarlos ni tenerlos en casa. Sueltan pelos. Babean todo el rato. Son un nido de gérmenes. Si tocas un perro tienes que lavarte bien antes de rezar.   —Vaya.    —Los gatos en cambio…   —Sí. También me he fijado. Hay gatos por todas partes. ¿Y por qué no son impuros?    —No ves que los gatos se están lamiendo continuamente. Son animales muy limpios.   — Si tu lo dices…
Esto está cambiando. Desde que llegué, hace tres años, hasta ahora, la costumbre de adoptar un perro en la familia empieza a calar hondo. Es fácil comprobarlo sólo saliendo a la calle.
Pero aquí no verás viejecitas paseando a sus mascotas. Los perros los tienen los jóvenes. De clase media, su mayoría.   Jóvenes como los del Instituto Español que hay en Tánger. Hijos de profesionales liberales como médicos, arquitectos, periodistas, hoteleros. Familias que veranean en Marbella o en alguna ciudad de Europa. Visten como en occidente. Escuchan la misma música. Ven las mismas películas. Compran las mismas marcas. Son igual de adictos a las redes sociales. Y, ahora, ellos TAMBIÉN quieren un perro.
No me lo invento. Lo sé. Me lo comentó uno de los profesores del centro.Estaba con un grupo de profesores tomándome un café. Había llegado una profe nueva. Me la presentaron. La saludé rápidamente. Ella justo se iba. Tenía sus perros esperando fuera. Eran dos. La despedimos y continuamos de cháchara.
   —Quizás es una impresión mía pero me de la sensación que cada vez veo más perros —dije yo.   —No. —contestó él —Es verdad. Cada vez hay más. Son los chicos quienes los piden.   —Ah ¿sí?   —A finales de curso les puse una redacción y muchos escribieron lo del perro. Pedían uno a sus padres. O lo habían negociado antes. En plan: Si apruebo todo con buenas notas me compráis el perro.   —Ya decía yo…   —Pues sí.
Quien hablaba era el profesor de Educación por la ciudadanía. Un hombre de león. Buena gente.
   —Es que me llamó la atención. Eran muchos los que pedían lo mismo. Por eso me acuerdo —puntualizó.
Me alegro por los canes pero espero que esto no se convierta en una moda. Veo cacas de perro esparcidas por todas partes. Si acaban de poner papeleras en la calle y la gente no las ve. Ayer me crucé con un hombre que iba comiéndose un helado y a dos metros y medio de la papelera se agachó. Puso la cucharilla y el pañuelo, meticulosamente, dentro de la tarrina y lo dejó todo en el suelo. Con dos cojones. Y nadie miró ni puso mala cara. Todo de lo más normal.
Así que por el bien de los marroquíes espero que los perros vivan en casas con jardín y puedan hacer sus necesidades a gusto, sin que por ello yo tenga que ir mirando la acera obsesivamente esquivando minas malolientes.

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