El todoterreno negro se detiene en el camino, junto al acceso de la casa de verano. Antoine abre la puerta y sale disparado. Eric permanece en su asiento y pregunta: ¿qué haces? Echar la carrera, contesta su interlocutor. Ya no estoy para eso, concluye todavía dentro del vehículo. Siete años antes había sido el propio Eric el que desaforadamente ganaba la pugna a su colega para ver quién no se quedaba en la habitación de los niños. Es uno de los muchos guiños a la primera parte de esta comedia agridulce generacional pero el que realmente comienza a hablar a las claras de que el tiempo no pasa en balde para aquellos treintañeros que ya se han convertido en cuarentones. De un grupo que se desintegró al final del capítulo anterior y que intenta recomponerse (a su manera) al inicio de esta continuación tras más de un lustro sin contacto.
Max, el más veterano, cascarrabias oficial de la cuadrilla y empresario de la restauración de éxito que invitaba a todas sus familias a pasar las vacaciones, acaba de caer en desgracia debido a la crisis. Con una depresión tremenda regresa a su chalet de Las Landas para ponerlo en venta. Su estrés no soporta que le hayan organizado una fiesta sorpresa de cumpleaños en aquel lugar donde tanto habían disfrutado juntos. De modo que, haciendo honor a la temática original, miente para no reconocer que se encuentra en la ruina.
Les petits mouchoirs, la denominación en francés del título inaugural, se refería a esa manía que tenemos a veces, tan acentuada en esta gente, de meter ciertos asuntos debajo de la alfombra y no compartirlos ni siquiera con los más cercanos. El actor Guillaume Canet en su faceta como director y guionista ha querido recuperar las historias de estos personajes para volver a hacer hincapié en este aspecto y pasar revista a las diferentes prioridades que van cambiando a medida que la vida se abre camino.
El haber contado con el mismo reparto, incluso en el caso de los roles infantiles, añade un plus de autenticidad a este repaso de esas pequeñas miserias que a veces nos apartan de nuestros amigos. Buenas interpretaciones, nuevas incorporaciones que se encuentran a la altura y ese tono que combina el melodrama con lo risible para quitar hierro y aliviar las situaciones más intensas.
Dentro de lo ligero, y sin alcanzar la emotividad de su predecesora, convence aplicando el estilo que le hizo alcanzar el éxito inicial: un elenco plagado de estrellas del cine galo a las que ofrece sus momentos de lucimiento individual sin desmerecer ni desvirtuar la coralidad del argumento, una banda sonora a partir de grandes éxitos en inglés cuyas letras complementan lo que estamos viendo en pantalla y un delicado y sutil equilibrio para no sobrepasar la delgada línea roja de lo excesivamente dramático ni lo descacharrantemente cómico. En resumen, un Reencuentro a la francesa finiquitado de manera más que digna.
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Pequeñas mentiras para estar juntos
Dirección: Guillaume Canet
Guion: Guillaume Canet y Rodolphe Lauga
Intérpretes: François Cluzet, Marion Cotillard, Gilles Lelouche
Fotografía: Christophe Offenstein
Montaje: Hervé de Luze
Duración: 135 min.
Francia, Bélgica, 2019