El 12 de julio se le murió Javier Krahe. Y es ahora cuando puede escribir algo de este ser imprescindible. Así deben de ser las relaciones con los mitos. Sabina decía que cuando uno escuchaba a Krahe se sentía más inteligente, mejor. En cambio, ella jamás osó cruzar más de un par de palabras con él. Ya ven, tanta admiración le hacía sentir pequeña. Como mucho, un par de fotos en diferentes conciertos.
Aún recuerda cómo hace 10 veranos, en 2006, sus amigos lo conocieron en Zahara precisamente aquella noche en la que ella se retiró pronto. Ya apuntaba maneras de convertirse en una mujer formal, algo triste.
El maestro Javier Krahe
Desde hace 10 años, Krahe forma parte de una especie de Santísima Trinidad musical compuesta por Sabina, Extremoduro y él mismo. Un triángulo de las Bermudas del que no puede escapar, isósceles, eso sí, dada la desproporcionada asistencia a los conciertos del maestro, como podrá atestiguar López de Guereña. Y su sonrisa. Cómo se lo pasa ese hombre a la guitarra.
Cómo agradecer canciones como Eros y la civilización, La Perversa Leonor, Sábanas de seda, Paréntesis, Zozobras completas, En la costa suiza o Todo es vanidad. Canciones que forman parte de la banda sonora original de su vida, de su complicidad.
Estos días suena más que de costumbre Javier Krahe en casa, ven documentales, entrevistas… Es su sentido homenaje, nada grave, para alguien que habiendo viviendo 100 vidas le atormentaba sobre manera el paso del tiempo. Sólo alguien vivido de ojos vívidos podría escribir una canción de amor titulada “Abajo el Alzheimer” en un claro ejercicio de rebeldía contra el olvido. Ella también está en contra de olvidar. Así que hagan el favor de comprar alguno de sus 15 discos y dignifiquen su recuerdo. Por vanidad.