Revista Cine
Se ha escrito por ahí que Abel (México, 2010), segundo largometraje -aunque primero de ficción- del actor, productor y ocasional cineasta Diego Luna es toda una sorpresa. En realidad, no debería serlo tanto. Con todo y sus limitaciones -muchas de ellas debido a su decisión de no tomar sana distancia de su biografiado-, el documental J. C. Chávez (2007) no era, para nada, el desastre que algunos escribieron. No lo fue para mí, en todo caso.
Y menos lo es Abel, una modesta pero inteligente comedia melodramática sobre una disfuncional familia norteña -de Aguascalientes, para ser precisos- que, a falta de una sólida figura paterna, termina teniendo dos.
El Abel del título (Christopher Ruiz-Esparza), un niño catatónico de nueve años de edad, sale del hospital psiquiátrico en donde estuvo internado un buen tiempo para regresar a la casa materna, en donde Cecilia (Karina Gidi) batalla para sacar adelante, ella sola, al resto de la familia, pues su marido la abandonó para irse "al gabacho" dos años atrás. El escuincle permanece mudo varios días hasta que, inexplicablemente, acaso por empacharse de ver tantas cintas mexicanas en De Película -especialmente el clásico No Desearás la Mujer de Tu Hijo (Rodríguez, 1950)-, termina sustituyendo a la ausente figura paterna, comportándose con su hermana mayor Selene (Geraldine Alejandra) y su hermanito menor Paul (Gerardo Ruiz-Esparza, hermano verdadero del joven actor), como una especie de Cruz Treviño Martínez de la Garza en pequeño. Incluso a la desconcertada mamá le regala un anillo, le ordena de manera terminante que le sirva el desayuno y, como él es el señor de la casa, se las ingenia para arreglar el depósito de agua del excusado.
Ya que Abel habla y se comporta "normalmente" por primera vez en mucho tiempo, todo mundo accede a llevarle la corriente: Paul le enseña la tarea para que se la revise, Selene recibe una justa reprimenda porque en sus cuentas los ochos parecen seises y cuando cuando llega a "la visita" Clemente (Gabino Rodríguez), el veinteañero novio de Selene, el galán es interrogado por Abel, como todo buen padre de familia lo haría con el pretendiente de su hija ("¿Y usted a qué se dedica, joven?").
Este precario equilibrio se rompe cuando, de improviso, regresa Anselmo (efectivo José María Yazpik), el auténtico y muy bigotudo páter-familia, sólo para descubrir que ha sido suplantado por un enanete de mirada firme y hablar golpeado. Lo que sigue se mueve en el filo de la navaja, entre la comedia del absurdo y un melodrama con un astuto poder de observación : Anselmo no toma demasiado bien el extraño comportamiento de su hijo Abel, pero tampoco puede hacer gran cosa para evitarlo, pues ha perdido su derecho de piso ante una familia que no lo reconoce. O, mejor dicho, que lo conoce, ahora, mucho mejor.
Luna hace lo que tiene que hacer: se dedica a cuidar a sus actores -y, como casi todo director/actor, eso es lo que mejor sabe hacer- y su narrativa visual fluye sin llamar la atención sobre sí misma, de forma tan sencilla como segura. La música, esa sí -partitura de Alejandro Castaños y supervisión de la ubicua Lynn Fainchtein-, es particularmente memorable, comentando/ambientando ese precario juego entre lo gracioso, lo terrible, lo enfermo y lo "normal" que vemos en pantalla.
Lo escribí con respecto a J. C. Chávez y lo repito ahora: no sé por qué a tanta gente le cae mal el señor Luna y, la verdad, me es indiferente saberlo. Lo cierto es que como cineasta merece, en serio, nuestra atención. ¿Es tan dificil aceptar eso?